El potencial transformador del feminismo en Euskal Herria

El movimiento feminista vasco ha logrado una transformación sustancial de las estructuras socioculturales del país durante las últimas décadas. Con sus luchas ha provocado un cambio profundo en todos los ámbitos y niveles, que en diferentes grados van desde el terreno ideológico hasta el ámbito institucional. Evidentemente, no se ha logrado la desaparición del patriarcado y la conformación de un sistema alternativo, igualitario, justo. Perduran la discriminación, la violencia, el estigma y la injusticia, que además se suman al resto de discriminaciones y privilegios inherentes al sistema capitalista.

No hay margen para la autocomplacencia, porque esa visión supone un freno a la potencialidad igualitaria que tiene la sociedad vasca. No hay duda de que se ha hecho mucho, tampoco de que queda mucho por hacer. En 2015 cinco mujeres murieron víctimas de la violencia machista. Esta semana fallecía Nathalie Van Dut, en Bidarte, a causa de una paliza de su marido. Pero es cierto que se ha avanzado hasta puntos que hace relativamente poco parecían utópicos. Los cambios sociales y políticos operados en el conjunto de Euskal Herria gracias a esta lucha colectiva son estructurales y no parecen tener vuelta atrás, salvo catástrofe. El conjunto de luchas, debates y políticas feministas ha mejorado manifiestamente la vida de miles de mujeres, de toda la sociedad vasca. Marcan asimismo una dirección indiscutible, un horizonte de derechos y tienen un potencial emancipador salvaje.

Conviene recordarlo, valorarlo en su justa medida, porque es un buen punto de partida para acometer las siguientes etapas, para enfocar las luchas futuras. Este balance no eclipsa las urgencias políticas, la indignación ante la discriminación y la violencia, la denuncia de la pervivencia y la sofisticación de ciertas formas de machismo, las prioridades de las mujeres, la agenda feminista. La constatación del éxito histórico y relativo del feminismo lo proyecta como una lucha capaz de cambiar el mundo, de construir una alternativa de liberación para las personas, las comunidades y los pueblos.  

Pluralidad, interlocución y negociación

Una de las grandes virtudes de la manifestación nacional celebrada ayer en Gasteiz bajo el lema «11 eraso 12 erantzun, feministok prest!» es la confluencia de todo un movimiento que en el día a día aparece atomizado. Las tradiciones feministas que siempre han tenido una representación en este movimiento y las nuevas generaciones que se suman a ese debate han sido capaces de acordar una dinámica nacional que visibiliza los problemas más graves que sufren las mujeres y algunas de las propuestas para combatirlos. La marcha de ayer mostró que hay transmisión intergeneracional y que nuevos sectores se han sumado a esta lucha. Toda la energía que se invierta en realizar ese trasvase de conocimientos, herramientas y espacios será social y políticamente rentable. Destacan los acuerdos y no se tapan las discrepancias, ambos motores del avance histórico del movimiento. En esa dialéctica, aparecen nuevos retos ante fenómenos nuevos, también viejos debates quizás sin solución posible. Pero surge ante todo un método de trabajo en común, también una interlocución internamente negociada y con voluntad negociadora ante la sociedad, ante el resto de movimientos, partidos e instituciones.

Es importante que de esa interpelación, de esa interlocución y negociación con otros sectores y agentes, salgan nuevos compromisos comunes que se traduzcan en políticas feministas concretas y eficaces. Hay que ser rigurosas en el balance, adaptar estrategias para lograr los objetivos tácticos y estratégicos. Eso requiere un debate abierto, enriquecedor y respetuoso, no reactivo, sin censuras ni autocensuras. No se deberían reproducir esquemas, binaristas o reduccionistas, que forman parte intrínseca de la visión heteropatriarcal del mundo.

Como no podía ser de otra manera, existen riesgos. La hegemonía lograda en cierta medida, al menos a nivel discursivo, conlleva contradicciones entre las palabras y los hechos. Lo políticamente correcto no puede soslayar el balance efectivo de los pasos dados, de los avances y retrocesos en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Las instituciones corren el peligro de reproducir discursos que no vayan acompañados de cambios reales, de ser tan correctos como vanos políticamente. También existe la tentación punitiva, símbolo de este sistema injusto, y hay que resistirse a ella, combatirla. No en vano, esta es una lucha por la emancipación y debe tener la libertad como eje vertebrador.

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