Empleos transformando las relaciones sociales

Los datos de la EPA que se hicieron públicos ayer muestran una leve caída de las personas desempleadas. No obstante, el número de personas ocupadas también ha disminuido, por lo que la principal conclusión que se puede colegir de esos datos es precisamente que el descenso del desempleo se debe a una caída del número de personas en disposición de trabajar –posiblemente personas desanimadas que han dejado de buscar empleo– y no a un aumento neto del número de puestos de trabajo en la economía. A esa conclusión apunta, asimismo, la relativamente baja tasa de actividad que muestran tanto las mujeres como, en menor medida, los hombres.

Estos datos constatan el fracaso de las reformas aplicadas durante los últimos años. No han conseguido crear nuevos puestos de trabajo y han provocado un aumento de los empleos temporales, así como del subempleo, al obligar a muchas personas a aceptar trabajos a tiempo parcial. De esta forma, el desempleo se va diluyendo entre aquellas personas que continúan en paro y constan como tales; aquellas otras desanimadas que han dejado de buscar un empleo y desaparecen de las estadísticas; y aquellas que a falta de algo mejor se tienen que conformar con un empleo parcial y aparecen como empleadas. Por otra parte, las políticas basadas en la llamada empleabilidad de las personas muestran asimismo sus límites, pues los datos muestran que no es la falta de formación adecuada lo que impide el acceso a un puesto de trabajo, sino la ausencia de oferta lo que frena la incorporación de nuevos trabajadores a una economía donde los puestos de trabajo tienen un carácter cada vez más social, pero son gestionados desde criterios estrictamente privados.

Para superar el paro y la pobreza, este país necesita políticas económicas que no pongan tanto el acento en los aspectos individuales de las relaciones laborales, sino que incidan en la transformación de las relaciones sociales por medio del impulso al reparto del trabajo y la riqueza.

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