En busca de estrategias, tendencias e interlocución

La noticia de que Dinamarca quiere establecer relaciones diplomáticas al más alto nivel con los gigantes de internet resulta chocante en un primer momento. Tras la sorpresa inicial, seguramente la primera reacción será sospechar de intereses comerciales. Las autoridades danesas no los niegan: han llegado a acuerdos para que estas empresas instalen parte de sus infraestructuras en su territorio, con todo lo que ello puede suponer en impuestos, creación de puestos de trabajo, refuerzo del sector tecnológico, posicionamiento estratégico y transferencia de conocimiento. Siendo realistas, quizás también en tipos impositivos ultrarrebajados, mano de obra muy cualificada con salarios y derechos muy limitados, exposición al chantaje empresarial y escasa transparencia, entre otros problemas. Convendría mirar a estos elementos para, dentro de un tiempo, poder hacer un balance basado en datos, no en prejuicios.

Otra preocupación puede ser, lógicamente, el hecho de reconocer a estas empresas globales como interlocutores políticos, teniendo en cuenta que en diferentes ámbitos tienen ya mayor poder que muchos estados soberanos y que son elementos centrales del capitalismo actual (y sin duda, del futuro). Esta iniciativa abre una peligrosa puerta, o cuando menos la hace oficial.

Precisamente una de las críticas de la izquierda al sistema es que el poder político se ha plegado ante el poder económico, hasta no ser más que un apéndice de este. Más que hacer explícita esa realidad –ya pública y notoria en foros como Davos y otros menos públicos–, este paso más bien intentaría equilibrarla estableciendo una interlocución que en principio será más transparente. Los daneses aspiran a poder ejercer algún tipo de control, al menos más que el actual.

En este sentido Dinamarca se adelanta soberanamente al debate y otorga carta de naturaleza a algo que de hecho ya es así. Este carácter pionero tiene un primer valor relacionado con el impacto internacional de la propia noticia, junto con la capacidad para negociar directamente en base a tus intereses y establecer una relación privilegiada.

Desde la perspectiva de naciones pequeñas como la vasca –que forma parte de un continente en decadencia, centro del sistema hasta este siglo pero que camina hacia la periferia, y lastrada además por un Estado en horas bajas, el francés, y por otro, el español, que se debate entre la descomposición y la quiebra–, decisiones como esta de Dinamarca plantean debates estratégicos interesantes. Además de como un recurso retórico, así se puede entender la referencia que hizo Artur Mas el jueves en el Kursaal al objetivo de construir «la Dinamarca del Mediterráneo».

Sin fascinación, con inteligencia

Evidentemente, esto no quiere decir que este tipo de decisiones se puedan importar, adoptar o contemplar de manera acrítica, bajo la fascinación por la modernez y la vanguardia capitalista. Pero en naciones pequeñas y desarrolladas –seguramente en todo tipo de países–, la apuesta tecnológica es inteligente socioeconómicamente y sensata políticamente. Como estrategia de desarrollo, de alianzas, de conocimiento… su valor es exponencial. Los casos nórdicos, incluida Estonia, son casos de éxito en este terreno. Otra cuestión es la gestión política que cada uno de esos países ha hecho de la ventaja que les ha otorgado la estrategia tecnológica, cómo ha afectado a sus estructuras sociales, a su cultura, a sus políticas públicas, a sus inversiones… En este terreno hay grandes diferencias entre unos y otros países.

Este tipo de apuestas tampoco deberían seguir un patrón de monocultivo, especialmente si es centrado en el desarrollo del sector terciario y solo asociado a grandes compañías. En este punto, aunque sea como apunte, hay que mencionar el software libre, una alternativa dinámica, competitiva y con un tremendo potencial. También los debates en torno a la denominada «ética hacker», que avanzan escenarios y conflictos.

La tecnología es hoy día totalmente transversal, por lo que en una estrategia así su desarrollo debe ser también integral, desde la educación hasta la industria. Esto genera problemas socioeconómicos serios que hay que contemplar a la hora de prever políticas públicas. El cambio cultural que suponen, con el avance del control social o la tendencia al narcisismo individualista, es otro de los riesgos a analizar. Por chocante que resulte, si sirve para fomentar este tipo de debates, la embajada digital danesa ya habrá servido para algo. 

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