Euskal Herria, ante la ocasión de dar una lección al mundo

Hace pocos días fue noticia un informe del Observatorio Vasco de la Juventud, entidad emanada del Gobierno de Lakua, sobre violencia y juventud. Aunque está elaborado con encuestas que se realizaron en el año 2012, es ahora cuando ha alcanzado más difusión mediática, a partir de titulares como estos: «Uno de cada cuatro jóvenes vascos, partidario del uso de la violencia para la defensa de ideas políticas o religiosas» o «Un 16% de los jóvenes vascos, a favor de la pena de muerte». Los datos parecerán excesivos a unos y escasos a otros (todo depende, como siempre, del elemento de comparación), pero objetivamente mirado parecen bastante previsibles. Sin embargo, sí resulta significativa la lectura hecha por el citado Observatorio.

Así, los autores del informe califican como «curioso» que el apoyo a la utilización de la violencia hubiera crecido entre la juventud en el mismo momento en que ETA había dejado definitivamente la lucha armada, como si este fuera el único agente, no ya de Euskal Herria sino del planeta, que la hubiera practicado. También resulta llamativa la afirmación de que el aumento de la tendencia pro-violencia podía deberse a la influencia de las revueltas árabes iniciadas en 2010, que no estuvieron caracterizadas precisamente por la actitud de los jóvenes que reclamaban democracia en las calles generalmente de modo pacífico, sino por la represión sangrienta de los «faraones» que ostentaban los regímenes dictatoriales.

Por tanto, más reveladores que los datos aportados por los jóvenes vascos terminan siendo las conclusiones del Observatorio de Lakua, que vienen a ahondar en una idea preconcebida de la violencia política en Euskal Herria; una recreación falsa que restringe su práctica exclusivamente a un sector político concreto (la izquierda abertzale) y a un grupo de edad determinado (la juventud), que elimina de un plumazo el resto de violencias ejercidas día a día (tanto las aplicadas por otros agentes del conflicto como la de carácter socioeconómico, especialmente virulenta en ese 2012) y que finalmente exagera las conclusiones prescindiendo de las cifras (y es que, como el mismo informe reconoce, otro trabajo similar a nivel del Estado sitúa el apoyo juvenil a la pena de muerte en el 43%, que es casi el triple del 16% apreciado en Euskal Herria).

Un mundo extremadamente violento

Dando un salto y tomando perspectiva sobre la realidad global al completo, el mundo vive hoy una escalada violenta aterradora e incontrolada. El 2014 que parecía destinado de ser año de rechazo y reflexión sobre los horrores de la Primera Guerra Mundial, la mayor conocida en la historia iniciada hace ahora justo un siglo, va más bien camino de emularla. Esta semana ha traído un catálogo apabullante de la capacidad de destrucción del ser humano sobre el propio ser humano, muchas veces con el plus horrendo que da la imagen: los niños acribillados en Gaza, los civiles palestinos bombardeados en los propios cementerios, la decapitación del periodista James Foley a manos del Estado Islámico, los yazidíes enterrados vivos, las pilas de cadáveres exhibidos como trofeo en Siria, los cuerpos ensangrentados de simples transeúntes muertos y abandonados con indiferencia en las calles de Ucrania...  

Sería frívolo concluir que la violencia política y religiosa están de moda en el mundo, pero esto es lo que hay, en un rápido y muy incompleto repaso a la realidad planetaria. Lo que resulta innegable es que la incapacidad de encontrar soluciones humanas a conflictos humanos está en su cota máxima.

La juventud de todo el mundo, también la vasca, se halla ante una explosión multilateral de violencia, crueldad y sinrazón de un nivel que no ha conocido en toda su vida. Parece bastante probable que si hoy el Observatorio Vasco actualizara su encuesta, los resultados de adhesión o comprensión de la violencia y/o a la pena de muerte hubieran aumentado claramente. Y desde luego no cabría precisamente culpar a ETA, ni estigmatizar a la juventud vasca por ello.

Nueva referencia

Desgraciadamente Euskal Herria es referencia, al menos europea, durante casi un siglo por la existencia de la violencia política –desde el bombardeo de Gernika a los 800 muertos provocados por ETA o el mayor número de torturados y presos conocido en esta parte de Occidente–. Afortunadamente las cosas están cambiando y el proceso de solución unilateral en marcha es lo que recaba la atención del resto del mundo. Euskal Herria ya no es ejemplo de lo malo en un planeta en el que parecían ir resolviéndose largos conflictos (Irlanda, Sudáfrica, Colombia...), sino posible modelo a imitar en un contexto extremadamente convulso y que se pudre día a día.

Compararse con el panorama global puede ayudar a situar en su dimensión exacta la actual realidad vasca, y también el volumen de su oportunidad. Los avances hacia la solución definitiva que se han ido logrando en los últimos años son evidentes (fin de los atentados, retorno de exiliados, reconciliación social, relegalización política...), pero hace falta rematar la tarea afrontando con decisión todas las consecuencias del conflicto que siguen pendientes (vaciar las cárceles, sí, y no llenarlas), dando un futuro mucho mejor que el pasado reciente a esos jóvenes vascos del estudio, y por qué no, aportando un ejemplo de solución a un mundo necesitado de ellas.

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