Evaluación, paciencia, inversión y aprender de las experiencias

Los resultados de las pruebas PISA han supuesto un mazazo para las autoridades educativas de la CAV y un espaldarazo para las de Nafarroa. Desde una perspectiva nacional, si bien es evidente que falta mucho para constituir un sistema educativo vasco coherente y eficaz, no hay evidencias de que la diferencia entre los territorios vascos sea tan radical como indicarían esos resultados.

Eso sí, la permanente comparación con las medias españolas que en todos los ámbitos se promueve desde el Gobierno de Gasteiz y el clima de autosuficiencia que estas comparaciones provocan han chocado estrepitosamente con los resultados en comprensión lectora, matemáticas y conocimientos científicos. Claro que si la aspiración de estos gobernantes se situase en los parámetros europeos el choque habría sido mayor. Probablemente, también los resultados serían otros si se elevase ese pobre techo aspiracional al que nos condena un autonomismo conformista y sin fondo estratégico.

En este sentido, las excusas de la consejera Cristina Uriarte, aduciendo que la digitalización de las pruebas habría penado a los alumnos vascos, son torpes e incomprensibles. Más si se atiende al nivel de inversión en TIC que hacen las administraciones vascas. Habrá que evaluar si esa inversión está mal enfocada.

Un sistema por articular
Las pruebas PISA no dejan de ser una especie de concurso promediado destinado a generar un ranking cuyos resultados, por sí solos, solo son un indicador más para analizar las políticas públicas y una alerta para detectar tendencias. No hay excusas para no evaluar esto. Pero un sistema educativo requiere de paciencia si se cree que responde a los retos de una nación y que va a ser capaz de desarrollar una sociedad más justa, avanzada y formada con gente más culta, sana y feliz. La Educación es un elemento de reproducción del sistema, pero también es un factor de cambios sociales de largo alcance.

Es evidente que estas pruebas son muy criticables desde una perspectiva pedagógica. En primer lugar, hay que ver si se corresponden con las prioridades que ha establecido nuestro sistema educativo en su conjunto, en etapas y en áreas. Es la misma crítica que ha llevado a restar valor a este tipo de exámenes en la mayoría de sistemas educativos, siguiendo a los países que mejor puntúan precisamente en estas pruebas. Porque, si existen como estándares, hay que entrenar y prepararlas también técnicamente, como una competencia más.

También hay un factor de competitividad entre regiones y países en unos mercados globalizados en los que la Educación es un ítem más. Un ítem estratégico, no obstante, que requiere de una inversión pública y privada muy fuerte. Precisamente, de entre los debates de país pendientes, no solo respecto a la Educación, se debe retomar el debate sobre la relación entre lo público y lo privado: la financiación, la transferencia de conocimientos y experiencias, el desarrollo de infraestructuras y la articulación de sistemas compartidos…

Modelo, innovación y experiencias
Las pocas veces que más allá de la demagogia y la retórica la Educación entra en la agenda pública se suele plantear en términos de modelo, de sistema. El debate sobre las leyes es parte de esta inercia. Es lógico en cierto sentido, pero ese debate no es viable en esa clave si no se da de manera sostenida en el tiempo, si la comunidad educativa no es su principal protagonista y si no se proyecta e implica a toda la sociedad.

Existe otro enfoque para afrontar el reto educativo que, sin dejar de lado el general e institucional, puede resultar útil. Tiene que ver con las experiencias que se están desarrollando en redes y centros a lo largo del país con la implicación de toda la comunidad educativa, de los centros y de los pueblos. Históricamente, Euskal Herria es una sociedad pedagógicamente fértil, innovadora y con una fuerte tradición vocacional a la que se le suma un espíritu cooperativo relevante. No solo en los momentos épicos fundacionales de las ikastolas o en el desarrollo de las redes públicas y sus luchas, sino en el impulso pedagógico cotidiano en muchos pueblos y centros. Muchos de nuestros centros educativos han sido pioneros en la implantación de nuevos modelos, de las técnicas más avanzadas, de los experimentos más interesantes. Ese compromiso comunitario, ese capital humano y esas experiencias son las que deberíamos evaluar y potenciar, porque son la base de cualquier avance, también en el tema de la Educación.

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