#FreeBateragune

«Yo creo que esta sentencia tiene varios objetivos: el principal es volver a dirigir al pueblo vasco en general y a la izquierda abertzale en particular el mensaje de que no seremos capaces de modificar la posición del Gobierno; es una invitación al desistimiento. Además, pretende generar un clima de frustración y cuestionamiento en torno a la eficacia de nuestra estrategia». Son palabras de Arnaldo Otegi en el libro «El tiempo de las luces». A esas razones les suma la de «sacarlos de la circulación política», primero para sabotear el cambio de estrategia y posteriormente para evitar su participación electoral. Esta explicación particular de Otegi sobre el «caso Bateragune» es parte de otra más general, que advierte claramente de que los niveles de represión se mantendrán o aumentarán si la apuesta por las vías democráticas y pacíficas se implementa con éxito. Frente a quienes plantean que este cambio se sitúa en un esquema de rendición -y, por lo tanto, busca esquivar la escalada represiva-, los promotores del mismo son muy conscientes de que esa escalada va a seguir, y que ellos también serán víctimas de la misma. Y así ha sido, tal y como confirma la funesta sentencia del Tribunal Constitucional de ayer.

Una de las diferencias que ha marcado la nueva estrategia y el escenario que esta ha abierto es que, en este momento, toda decisión que tomen los poderes del Estado tiene un coste político para ellos. Hace no tanto tiempo, en los procesos de ilegalización, por ejemplo, el coste que asumía el Estado era residual y en la mayoría de casos su posición se veía reforzada. Vulneraba derechos políticos y civiles gravemente, pero le salía gratis, por así decirlo. Los parámetros puramente antiterroristas en los que había derivado el conflicto político vasco provocaban que la excepcionalidad se hubiese convertido en normalidad. Ahora ningún demócrata puede defender que tener a los cinco de Bateragune presos es normal.

El coste para el Estado de mantener a estos líderes políticos encarcelados dependerá de que se articule una campaña sostenida en base a, precisamente, las claves de la nueva estrategia: unilateralidad y pedagogía; hablarle a la sociedad, no a las estructuras del Estado, y dirigirse a la comunidad internacional. Es decir, lo mismo de siempre, pero de otra manera. Con ilusión, sin frustraciones.

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