«Gracias Pueblo»

Una de las tendencias sociales más peligrosas es la infantilización, que entre otros aspectos tiene como rasgos definitorios la falta de responsabilidad y la simplificación de la realidad. La otra cara de esta tendencia es el paternalismo, el trato subordinado y poco respetuoso que algunos dan a sus semejantes. Para colmo, hay gente que juega con esas dos barajas a la vez, barnizadas además con moralidad. Es el caso de algunos representantes políticos, que son capaces de tratar a sus representados como si fuesen menores de edad, a los que no se les pueden explicar las cosas tal y como son porque no van a ser capaces de entenderlas, a la vez que ellos no asumen responsabilidad alguna sobre sus acciones.

Cuando esta tendencia deviene en cultura política, el resultado es un sistema de baja calidad democrática, escasa participación, opaco e incapaz de resolver los problemas de las comunidades y la ciudadanía. Lógicamente, estas tendencias tienen diferentes manifestaciones, tanto en sociedades nacionales distintas como en los diferentes sectores ideológicos. Es decir, tienen peculiaridades nacionales y afectan de diferente manera a la derecha -que en cierto sentido promueve esa alienación en tanto en cuanto le resulta funcional-, a la izquierda -en su vertiente burocrática y en su vertiente «idealista», ambas igual de inhibidoras de su potencial emancipador-, y también a quienes dicen no ser de izquierdas ni de derechas -ciertas clases de populismo reactivan esquemas de élites y masas, con un neopaternalismo en el que prevalece lo formal sobre el cambio real y profundo-.

La creación de alternativas al sistema actual requiere hacer frente a estas tendencias. En el debate generado en torno a Podemos, uno de los argumentos más recurrentes es el de que sus propuestas necesitan mayor concreción. Es cierto y es lógico dada su reciente y vertiginosa configuración. Sin embargo, quizás tenga más peligro el no dotar a esas propuestas de suficiente profundidad. Eso sí, esa profundidad se debe plasmar en lo concreto.

Una conversación política de ascensor

Dicen que la climatología es el tema más recurrente en las conversaciones de ascensor. En Euskal Herria, esta semana, sin duda lo ha sido. Pero no solo en ascensores, también en el resto de lugares de convivencia social.

El debate sobre la gestión de las crisis que han provocado las fuertes lluvias son la vertiente política de este tipo de conversaciones, y en este caso han puesto sobre la mesa ejemplos concretos de cómo se construyen políticas alternativas. En ese sentido, el caso de Donostia y la gestión del equipo de Juan Karlos Izagirre es ejemplar. Muestra la importancia de dotar a esas formas distintas de hacer política de concepciones más profundas, de carácter cabe decir que cultural, y de una visión estratégica que transciende el tiempo de una legislatura. Pero que a su vez, se deben encarnar en lo concreto: ha llovido más de lo esperado, la planificación y la gestión urbanística de la rivera del Urumea ha sido infame durante décadas -si en algún caso tiene sentido la expresión «la herencia recibida» es en este-, y junto a atender las urgencias y evitar mayores desastres, las medidas deben tener carácter estratégico, aunando lo urgente y lo importante. Para ello hay que informar a los vecinos pero, además, hay que hacerlos participes de las decisiones que se tomen, puesto que serán los más afectados.

Esta es una de las partes más interesantes de los testimonios recogidos esta semana en Martutene. Desde la anterior riada los vecinos han sido informados de la situación, de las medidas tomadas y de los plazos, que se han implementado como nunca lo habían hecho antes. Algunos vecinos relataban, por ejemplo, cómo habían acudido a Añarbe a ver cómo funcionaba la presa, formándose así un juicio que les ha servido para valorar mejor la situación. Sus representantes han participado en la mesa de crisis que se activa en estos casos y, por ende, en la toma de decisiones. La «tormenta perfecta» -una planificación desastrosa junto a la incontrolable fuerza de la naturaleza- se ha gestionado con transparencia, colaboración y corresponsabilidad, liderado por la corporación municipal y sostenido por los vecinos de los barrios afectados. Hasta el punto de que los leves intentos por poner el foco en lo negativo han reforzado el valor de esa gestión.

Eso que se ha venido a venido en llamar «nuevas formas de hacer política» tiene tanto que ver con la forma de entender la acción política que desarrollen los «representantes» como con la que sostengan los «representados», eso que ahora de nuevo se llama «pueblo». Para que las alternativas sean efectivas y se consoliden es necesario comprometerse con la ciudadanía y promover una ciudadanía comprometida. La participación y la toma de decisiones, las nuevas formas de voluntariado y trabajos comunitarios, la planificación de servicios adecuados a las necesidades de la población -así como su financiación-, la relación entre lo público, lo privado y lo común, la negociación entre diferentes agentes, el sentido y la articulación de las diferentes comunidades que conviven en estos espacios... son debates que marcarán esas posibles alternativas. Ese debate, no obstante, no será solo intelectual, se plasmará en una práctica política cotidiana y concreta, o no será.

Realismo mágico y concreción profunda

Si un país y un mandatario han sido capaces de recoger este espíritu y transformarlo en gobierno ese es el Uruguay de Pepe Mujica y el Frente Amplio. Un gigante de nuestro tiempo, un líder que ha sembrado y ha recogido pueblo. Así se despedía de su mandato, dándole las gracias a su gente, a los uruguayos.

La política trata de poner el pueblo al servicio del pueblo. Sin paternalismos, sin infantilismos, con realismo y responsabilidad, con una concreta profundidad.

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