Hace falta tranquilidad estratégica para gestionar unos resultados importantes

Si a una persona abertzale de izquierdas de cualquier territorio del país el domingo pasado por la mañana le hubiesen propuesto dos escenarios, uno en el que se lograba sumar los apoyos necesarios para lograr el cambio político en Nafarroa pero se perdía la gestión de Gipuzkoa y otro escenario en el que ocurría lo opuesto, la gran mayoría de la gente habría apostado por el primero. Quizás sea que nos hemos acostumbrado a repetir lo políticamente correcto, lo que creemos que habría que decir en cada momento. Pero, objetivamente, este escenario es sustancialmente mejor que el contrario, tanto en clave de país como en clave de movimiento político.

La valoración de un hecho a menudo tiene más que ver con las expectativas subjetivas que con los datos objetivos. La religiosa pregunta de «¿qué puedo esperar?» pesa más en el juicio de algunos que la cuestión política de «¿qué puedo hacer?».

Más vale hacer política que esperar milagros
Los milagros en política son aún más inusuales que en religión. Sin embargo, el vuelco en Nafarroa roza lo milagroso. Si atendemos a las matemáticas, a los datos electorales empíricos y comparativos, el resultado de las fuerzas del cambio es espectacular: se le ha dado la vuelta a 100.000 votos, alrededor del 100% de los sufragios, en apenas cuatro años. Es cierto que la descomposición del régimen en este periodo ha sido tan bestial que ha afectado a todas las esferas, desde el pan (CAN) hasta el circo (Osasuna). Esa debacle explica por qué muchos unionistas y regionalistas han decidido no ir a votar ni con los dedos en la nariz, pero no acaba de captar por qué miles de personas se han activado, antes y después, para propiciar la alternativa. Se ha trabajado mucho y se ha hecho bien. Se ha logrado lo que parecía imposible, el milagro, y ahora toca lo difícil, la política.

Las fuerzas del cambio tienen claro cuáles son los objetivos, ahora tienen que acertar a encaminarlos a través de acuerdos bien hechos y mejor implementados. No pueden decepcionar, es su responsabilidad y sería imperdonable que lo hicieran. Hay que estabilizar la transición y establecer prioridades, medidas simbólicas significativas y plazos. Porque con una legislatura no alcanza, luego uno de los objetivos principales en esta que comienza ahora es allanar el camino de la siguiente, y de la siguiente. En ese desarrollo del cambio, cada paso debe ser estructural, parte de una revolución tranquila que no puede esperar. Queda todo por hacer.

Un buen resultado si se gestiona bien
En términos estratégicos nacionales, las elecciones del pasado domingo han traído un país más equilibrado, con mayores opciones de vertebración, que es uno de los principales problemas de la partición y de los pactos de la Transición. Nuestro país y nuestra sociedad necesitarán lustros y un trabajo muy fino y perseverante para revertir el daño generado a sus estructuras institucionales, económicas, sociales y culturales. En clave de izquierda, se ha abierto un nuevo eje que si se articula y desarrolla de manera inteligente y eficaz, puede alterar el juego político en beneficio de los desfavorecidos y las capas populares. En clave democrática, una parte importante de la sociedad vasca, los navarros que consideran que Euskal Herria es una nación que consta de siete provincias e Iruñea es su capital, han recuperado grados de ciudadanía, o al menos se han equiparado al resto de ciudadanos vascos. Las fuerzas a favor del derecho a decidir son más que nunca, y sus diferentes perspectivas pueden enriquecer el debate. Quienes quieran frenar esta tendencia democrática nadan contra corriente.

El legado que deja EH Bildu en consistorios como Donostia o en la Diputación de Gipuzkoa, pero también en otros pueblos donde se han saneado las cuentas, se ha actuado con transparencia y se han abierto vías de participación ciudadana, podrá ser evaluado más justamente cuando haya pasado un tiempo. Incluso en el dichoso debate de los residuos se ha avanzado sustancialmente respecto a las políticas suicidas, irresponsables y fatalistas que estaban establecidas. Ha cambiado la agenda, y ni siquiera los de antes podrán hacer las cosas como antes. Tampoco en este terreno la subjetividad se corresponde al cien por cien con la realidad.

Pasada la euforia de unos y la decepción de otros, el país es el que es y requiere los acuerdos que requiere para avanzar. No hay tragedia, la angustia solo puede ser estratégica, y no hay razones, no al menos más que hace dos semanas, para dejarse guiar por esa sensación. Todo sigue igual de claro y sigue siendo igual de complicado: para cambiar hay que cambiar, para ser amplio hay que jugar con amplitud, ser frente no significa estar siempre enfrente. Y hacen falta acuerdos transversales, liderazgo, alianzas y agenda.

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