La Constitución de 1947 y la de 1978

En estos tiempos de incertidumbre global y arenas movedizas generalizadas, cada gran contienda electoral local tiene un impacto casi planetario. Ocurrió con el referéndum escocés, las sucesivas elecciones griegas y españolas, el Brexit, la votación del acuerdo de paz en Colombia, las presidenciales de Estados Unidos y ahora Italia. Resulta habitual también que al resultado, a menudo inesperado, le sucedan intentos de arrimar el ascua a la sardina propia. Por ejemplo, es posible que el experimento atrevido y fallido de Matteo Renzi sea utilizado en el Estado español como un argumento más en contra de abrir ese melón que amenaza con pudrirse dadas las múltiples fallas sistémicas con epicentro en Madrid.

Y sin embargo, hoy, 6 de diciembre, es un día muy adecuado para recordar que aunque las culturas políticas italiana y española hayan sido equiparadas tantas veces, nada hay de asemejable en los procesos que llevaron a diseñar sus actuales marcos políticos. Con todas sus evidentes carencias e imperfecciones (que como dato más elocuente han llevado a Italia a un rosario de más de 60 gobiernos en estas siete últimas décadas), la Constitución de 1947 fue el fruto de una clara ruptura con el pasado fascista, evidenciado en aspectos como el acuerdo entre dos familias ideológicas tan alejadas como la democraciacristiana y la comunista, el asentamiento de la república frente a la anterior monarquía o los contrapesos introducidos para evitar poderes omnímodos. Por contra, la Constitución española de 1978 fue la certificación de un continuismo resumido en el «atado y bien atado» de Franco, mediante la monarquía bendecida por el Caudillo y poniendo candado a las aspiraciones nacionales y sociales, todo ello en un contexto de ruido de sables allí y represión aquí.

Sobre la celebración española de hoy también planea la opción de una reforma, pero la realidad marca que en Madrid no hay relación de fuerzas ni valentía política siquiera para un intento a lo Renzi. Italia quizás tenga pendiente reformarse, pero España no puede hacerlo sin ruptura.

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