La soberanía popular no es una catástrofe

Resulta cuando menos hipócrita que quienes se han erigido en guardianes de la democracia califiquen de catástrofe la posibilidad de que hoy los escoceses y escocesas decidan si emprenden o no su propio camino como estado independiente. Llama la atención especialmente en el caso de quienes niegan la mera posibilidad de consultar a la ciudadanía.
Ayer el presidente del Gobierno español aseguraba que ese proceso «es malo para Escocia». Quería decir, evidentemente, que es malo para el unionismo que él representa y se caracteriza, precisamente, por negar la palabra a la sociedad. Y creyendo reforzar sus argumentos o, mejor dicho, la falta de ellos, apelaba al sistema autonómico español como ejemplo de descentralización, señalando que Escocia tiene un menor nivel competencial que las autonomías vascas o la catalana. No parece probable que el señor Rajoy ignore que las competencias de esas autonomías no les permiten consultar a sus ciudadanos y ciudadanas como, por ejemplo, en Escocia.

En vísperas del referéndum, los principales partidos unionistas británicos ofrecían mayores cotas de autonomía a Escocia si sus habitantes rechazan la independencia. Paradójicamente, con ello han planteado el referéndum en los términos que Londres no estaba dispuesto a aceptar; a saber, la elección entre la independencia y una mayor autonomía. Y lo han hecho atenazados por el miedo. Doble paradoja, porque precisamente el miedo ha sido la principal arma unionista, hasta el punto de que su campaña ha sido denominada project fear (proyecto del miedo). Una campaña de carácter negativo frente al mensaje y la actitud positivos del independentismo.

Por supuesto, que salga un resultado u otro no es lo de menos, pero quien crea en la soberanía popular debe admitir que decidir entre todos es la forma de ganar todos. Por eso, en Escocia y en cualquier otro lugar,debería ser labor de todos, y no solo de los partidarios de la independencia, hacer realidad el ejercicio de ese derecho.

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