Lecciones tunecinas sobre memoria y democracia

Para orientarse, la brújula no tiene por qué señalar siempre hacia el norte. Con sus avances y retrocesos, el proceso emprendido por Túnez en 2011 tras la pionera revolución que tumbó la dictadura de Ben Ali (precursora del resto de revueltas árabes), sigue dando frutos y lecciones exportables. Y no solo al mundo árabe, por cierto.

En el análisis de Santiago Alba Rico publicado hoy en estas páginas se aborda uno de los elementos más obviados y, al mismo tiempo, más destacables que ha traído consigo el proceso democrático tunecino: la Instancia Verdad y Dignidad (IVD). Se trata de un organismo con rango de institución de Estado que, pese a las mil y una trabas del antiguo régimen –cuyos herederos gobiernan hoy el país–, ha recibido ya 62.000 denuncias de torturas y desapariciones, y ha recogido 11.000 testimonios de vulneraciones de derechos humanos ocurridos durante las dictaduras de Bourguiba y Ben Ali. Cuatro canales de televisión recogieron los testimonios de torturados en dos programas de cuatro horas emitidos en prime time.

De los 11.000 testimonios recogidos, solo cinco quieren emprender causas penales contra sus verdugos. Lo que la gran mayoría reclama es un reconocimiento y unas disculpas, lo cual no es sino la base más sólida para aplicar una justicia transicional que sirva de base para un nuevo contrato social. Una herramienta útil asumida también por el Gobierno colombiano en las negociaciones con las FARC.

La comparación con el caso vasco resulta tristemente inevitable para todos aquellos que comparten la necesidad de verdad, justicia y reparación para todas las víctimas del conflicto. Más teniendo en cuenta que iniciativas como la de Túnez tienen más razón aún en un contexto como el vasco, donde las vulneraciones de derechos humanos han sido multidireccionales y donde urgen relatos diversos pero compartidos, a modo de garantía para la no repetición de lo ocurrido.

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