Madrid toma el camino contrario al que casi todos consideran ejemplar

Mientras el Gobierno de Londres y los partidos unionistas han reaccionado ante el malestar de los ciudadanos y ciudadanas escoceses en la dirección de sus demandas, ofreciendo una mayor descentralización, el Gobierno español amenaza con una recentralización y se enroca en el veto a la consulta catalana. Ayer el Parlamento catalán aprobó la Ley de consultas para dotar de un marco legal a la consulta del 9 de noviembre. Pero en el Gobierno de Madrid no se encuentra Cameron, ni a Rajoy le acompaña el Partido Laborista en su oposición a la expresión de la voluntad popular.

Ante la demostración democrática de Escocia, el presidente español se limitó a celebrar que los escoceses han evitado «las graves consecuencias de la separación». Eso es todo lo que del proceso escocés ha aprendido Mariano Rajoy, quien demuestra padecer la peor de las cegueras, la de quien no quiere ver. La líder del PP catalán resumía perfectamente sus argumentos asegurando que el proceso catalán está «en el final de sus días» porque el Gobierno garantizará la unidad. No cabe duda alguna de que lo intentará, a pesar de que su labor debería ser garantizar el respeto a la voluntad de la ciudadanía. No obstante, el reconocimiento general del éxito del proceso escocés limita su margen de maniobra en el campo represivo. Y en la UE ya se empiezan a oír voces que piden que se tome nota de Escocia.

No resulta muy racional la alegría de quienes celebraban la consulta de anteayer exclusivamente por su resultado si, como aseguran, Escocia no tiene nada que ver con Euskal Herria o Catalunya. Consecuentemente, deberían hacer lo posible para que vascos y catalanes voten. Si convenciesen con sus argumentos, tendrían la oportunidad de ganar la consulta. Que den a la ciudadanía de esas naciones la posibilidad de votar contra la independencia. Y a favor.

El No de Escocia en modo alguno supone una muestra de la inviabilidad de la independencia, sino que es fruto de un proceso democrático que ha roto los tabúes en torno al debate sobre esa cuestión y la posibilidad de acceder a ella por vías democráticas. Escocia ha abierto, ejemplarmente, un camino que sin duda recorrerán otras naciones.

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