Más que un pacto, una débil alianza que salva al PP

La negociación es un valor muy relevante de la actividad política. La capacidad negociadora, como elemento que puede alterar los equilibrios de poder, es una virtud política importantísima. Negarlo solo puede llevar al autoengaño y a una visión pobre de la política. En política se deben negociar presupuestos, estrategias, alianzas, políticas, leyes, declaraciones… Incluso cuando se tienen mayorías absolutas o suficientes, hasta cuando el propio poder basta para sostener políticas concretas, conviene mantener esta perspectiva no solo por cálculo, sino como valor. No hay fortaleza en no negociar, pero para negociar vale más la fortaleza propia que la debilidad ajena, por tentadora que esta resulte.  

Una condición básica para negociar es tener garantías de que lo negociado va a ser cumplido por las partes. La historia de la negociación vasca con el Estado español está plagada de traiciones, rebajas y amaños. El ejemplo más claro es el Estatuto de Gernika. La Constitución es sagrada para los Gobiernos españoles en lo que se refiere a la unidad del Estado –ya se ha visto que no lo es cuando la UE fuerza su enmienda para rescatarlo–, pero la ley orgánica que de ella se deriva para garantizar el autogobierno y su desarrollo se incumple y está sujeta a negociación todavía cuatro décadas más tarde.

En su acuerdo con el PP, el PNV ha priorizado cuestiones económicas y filosóficas sobre las netamente políticas. Desgraciadamente, economía y filosofía son dos terrenos donde España no es precisamente una potencia.

Mejor fortaleza propia que debilidad ajena
Filosóficamente, el PNV quería establecer las ideas de bilateralidad y estabilidad. Evidentemente la bilateralidad depende ahora de la debilidad del PP –en la legislatura anterior Rajoy ni le cogía el teléfono a Urkullu–. Este pacto refuerza sobre todo al PP, con lo que la «paz fiscal» de 15 años depende de que en ese periodo exista alternativa a la derecha española, algo complicado si se le da oxígeno. Es un error de cálculo.

Respecto a la estabilidad, los jeltzales pueden garantizársela al PP en clave de legislatura, pero la quiebra política y económica del Estado español trasciende con mucho ese nivel. Y aquí viene el otro punto del acuerdo, el económico. Sinceramente, ¿alguien se fía de este Gobierno? ¿Y del PP? Por ejemplo, respecto al TAV, ¿por qué habría de cumplir este acuerdo si no ha cumplido los de 2006 y 2011, por los que el PNV ya apoyó los respectivos Presupuestos? Sin el más mínimo cambio en el sistema político y económico, ¿algún economista serio defiende que el Estado español tenga solución o viabilidad a medio plazo, sin rescate externo, quiebra y crecimiento de la miseria? ¿Cree el PNV poder regenerar solo España?

Para gobernar en la CAV el PNV se amarra al PSOE, un partido en descomposición, a la deriva, sin proyecto y sin liderazgo, roto por dentro y por fuera. Le suma el apoyo del PP de Alfonso Alonso, el mismo que laminó a Arantza Quiroga por aperturista y que este jueves, tras el acuerdo de Madrid, marcó el terreno a los jeltzales poniendo al euskara y al catalán como símbolos de insurgencia. Ni sacado de “El libro negro del euskara”. Esos partidos son, conviene recordarlo, cuarta y quinta fuerza en el Parlamento de Gasteiz.

Por otro lado, con esta alianza de mínimos el PNV acaba de salvar al Gobierno de Rajoy, acosado por la corrupción y en minoría, solo vivo por la falta de oposición o alternativa. El PP es negacionista de la realidad vasca, represor de la voluntad democrática catalana, liberticida y corrupto. Sin embargo el PNV no ha negociado nada que tenga que ver con derechos, libertades o soberanía. En buena lógica, el viernes el Consejo de Ministros anunciaba un recurso contra la Ley de Víctimas de la Violencia del Estado, aprobada en Gasteiz. Humillante. Que no quepa duda de quién manda aquí.

La alianza con PSOE y PP es una vacuna de Iñigo Urkullu contra todo lo que sea activar las mayorías sociales vascas, que se sitúan de la soberanía hacia modelos democráticos más profundos y de la socialdemocracia a la izquierda. Es un ejercicio de control, obsesivo y empobrecedor. Es ceder poder a una minoría para revertir una mayoría que te disgusta, la del pueblo que gobiernas pero te niegas a liderar. Incluso si el objetivo es negociador, su posición sería mucho más fuerte si representase a esa mayoría que no acepta las políticas de austeridad o que piensa que se debería poder votar en referéndum. El problema no es negociar, es hacerlo desde una debilidad autosugestionada.

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