Nafarroa requiere una alternativa limpia a la usura y el despilfarro

La labor desempeñada por la Cámara de Comptos en Nafarroa es ejemplar. Es uno de los pocos organismos que, en este proceso degenerativo sostenido que ha tenido el régimen en las últimas décadas, ha sabido mantener su autonomía, su voluntad de servicio público y una imagen de honestidad poco común en el entramado institucional navarro. No obstante, sus funciones son tan importantes como limitadas, y su influencia depende totalmente de que los poderes legislativo, ejecutivo y judicial secunden y desarrollen esa labor fiscalizadora, de transparencia y de buena praxis. No lo han hecho, no han querido.

En este sentido, el panorama que presenta el presidente de Comptos, Helio Robleda, es desolador en la medida en que muestra unas cuentas públicas totalmente hipotecadas y un sistema socioeconómico clientelar en el que demasiadas cosas pueden ser a la vez irregulares e inmorales y no por ello ilegales. Atrapada entre una agenda privatizadora que beneficia a los amigos, una megalomanía despilfarradora que ha servido para alimentar esa red clientelar y una falta absoluta de rigor económico y social, la Administración navarra tiene serios problemas de viabilidad.

La ristra de escándalos es inabarcable: desde la CAN hasta Osasuna, pasando por Osasunbidea, el peaje en la sombra de la Autovía del Camino, Sendaviva, Sodena, Eguesibar, el Navarra Arena, la financiación de los sindicatos afines, la ruina de ayuntamientos como el de Agoitz… todos estos casos siguen un patrón, algunos en grado extremo y delictivo pero todos de naturaleza inmoral. No hay que descartar casos de total ineptitud, pero estos requieren de al menos una aceptación de responsabilidad que ningún cargo del régimen está dispuesto a realizar. La soberbia ha sido un factor acelerante de la descomposición del régimen.

Solo por eso ya es necesario el cambio político; pero también por eso mismo este es tan difícil. No es viable seguir como hasta ahora, pero va a ser complicado anular todos esos vasallajes, vencer a esas estructuras podridas de poder, superar el miedo al cambio. Este sistema ha repartido grandes dividendos entre los suyos, y por razones demográficas y políticas, ese botín clientelar ha llegado a bastantes de un modo u otro y ha dado una imagen de bonanza de la que demasiada gente no desea renegar. Aunque sea evidente que es falsa y peligrosa. A nadie le gusta asumir corresponsabilidad alguna en semejante desbarajuste político y económico.

Las cuentas claras y las emociones limpias

Una de las primeras labores de un Gobierno de cambio será realizar una auditoria sobre cómo se ha gastado e «invertido» el dinero público, sobre quién se lo ha llevado y lo tiene que devolver. Robleda expone abiertamente que recuperar ese dinero debe ser una de las prioridades, pase lo que pase.

Las fuerzas del cambio se han comprometido a esa auditoria. Algunos presentan este paso como revolucionario, como ha ocurrido en Grecia con Syriza. Algo que, sin embargo, tal y como señalaba Eric Toussaint en estas páginas (http://goo.gl/grs9GB), contemplaba como obligatorio la propia Troika en sus planes de rescate. Algo que los gobiernos más sumisos han evitado hacer y que todo ejecutivo responsable debería garantizar.

La campaña electoral, que de facto lleva más de un año lanzada pero que oficialmente comienza el próximo jueves, tendrá en estos escándalos uno de sus ejes principales. Es lógico y positivo. Junto con el debate de la gestión, de la transparencia, a la vez que se denuncian y critican estos escándalos y se plantean alternativas, la banda sonora que acompañará los actos y las declaraciones de esta campaña tendrá probablemente tanto que ver con los datos como con las emociones. Nada va a ser igual en este país, pero todo puede parecerse demasiado a lo anterior, una nueva normalidad, o ser realmente distinto. Y eso es lo que genera ansiedad. Hay que saber gestionarla y proyectarla políticamente en positivo. Se han logrado cosas que parecían imposibles hace bien poco, cosas que por lo vertiginoso de los acontecimientos no se valoran en su justa medida.

Los datos, recogidos aquí una y mil veces –no solo los de Nafarroa, ahí está, por ejemplo, Bidegi–, son incuestionables. Sean o no constitutivos de delito en este sistema pervertido, son inaceptables e indefendibles hasta para los suyos. Pero hay que ser capaz de que eso se traduzca en otro tipo de sensaciones. En algunas personas de vergüenza, en otras de indignación, en las más posibles de aspiración a algo distinto y mejor, algo que es difícil pero posible, que depende de aunar voluntades y votos para un cambio político necesario. A la decadencia del régimen hay que contraponerle la viabilidad del cambio, honestidad, talento y una mirada limpia.

Bilatu