Los datos sobre la situación de la libertad de prensa en Turquía resultan alarmantes. Si durante años el Estado turco estuvo implicado en el asesinato de periodistas, en la actualidad ha optado por utilizar otros medios para acallar informaciones y opiniones que no controla. Así, se ha convertido en habitual el arresto de reporteros –muchos de los cuales pasan además largos periodos en prisión preventiva–, el cierre temporal de medios de comunicación, el boicot económico o los ataques de grupos de incontrolados. En el Estado turco dirigido por Erdogan casi cualquier fórmula resulta válida para amedrentar a aquellos periodistas y medios de comunicación que no se pliegan a los designios del poder.

Especialmente grave es la situación de los medios y periodistas kurdos. A los peligros inherentes al esfuerzo por relatar la vida de las comunidades kurdas asediadas por el Ejército turco se une la persecución constante por parte del Estado. Esto se hace más evidente aún cuando la mayor parte del resto de medios de comunicación han cedido ante las presiones del poder. Con la censura y la presión sobre los medios de comunicación el Estado turco pretende tener las manos libres para continuar su guerra contra los kurdos, a pesar de que la represión no hace más que alimentar la resistencia a la que se enfrenta.

La libertad de información es clave en cualquier país del mundo para afianzar la democracia y para obstaculizar los abusos del poder. Esto último es especialmente importante en aquellos lugares donde existen conflictos abiertos, como es el caso de Kurdistán. Anteayer Erdogan aprovechó esa ausencia de información libre para acusar a la cofradía de Gulen, al PKK y al Estado Islámico de actuar conjuntamente con el fin de alterar la paz social. Más allá de lo absurdo de la alianza anunciada por Erdogan, este de tipo de declaraciones revela que a pesar de la represión el Estado turco no se ha fortalecido ni democratizado, sino que continúa acumulando problemas, enemigos y debilidades.