Ayer, Primero de Mayo, miles de ciudadanas y ciudadanos vascos volvían a salir a las calles de Euskal Herria con pocos motivos de celebración y muchos de protesta y denuncia. En las marchas, que recorrieron varias localidades, se exigió el fin de las políticas económicas que con la excusa de la crisis están empobreciendo a la población y se reivindicó el papel de los sindicatos en la lucha por un nuevo modelo económico y social.

En la importancia del sindicalismo, precisamente, han coincidido los participantes en el debate que tiene lugar actualmente en NAIZ, “Un modelo sindical para el futuro”, pero también en la necesidad de superar los esquemas clásicos para enfrentarse al cambio estructural que los poderes económicos, con la ayuda del político, han llevado a cabo. Sin duda, estos años de crisis han dejado en evidencia, en unos casos más que en otros, la inercia de los sindicatos que no han sabido adaptarse a esa necesidad. A la vez, los recortes a los trabajadores y trabajadoras, incluidos los no asalariados pero igualmente golpeados por las políticas neoliberales, y a las capas populares más débiles, las reformas y medidas que los abocan a una situación de cada vez mayor indefensión, conllevan el intento de desprestigiar y, en definitiva, inutilizar los instrumentos de defensa de los trabajadores y trabajadoras, más necesarios que nunca: los sindicatos, especialmente los que propugnan la confrontación, como es el caso de la mayoría sindical vasca.

Esta sociedad tiene el reto de construir un nuevo modelo económico y social, y el sindicalismo vasco está llamado a jugar, ciertamente, un importante papel en su consecución, en un contexto de crisis múltiple pero en el que Euskal Herria tiene la oportunidad de abordar un proceso soberanista democrático, otro reto que confluye con el anterior, toda vez que los ataques contra la mayoría de la población en el campo económico y social lo son también contra la mayoría que exige decidir sobre su futuro político. Y esa confluencia pide una concentración de esfuerzos.