Sin opción de predecir, sí cabe aprender de guerras anteriores

En el contexto de la ocupación de Irak, en 2003, Noam Chomsky señalaba que «si hay algo que enseña con claridad la historia de las guerras, es que se pueden predecir muy pocas cosas». Más de una década después, la entonces denominada «guerra contra el terror» vive nuevos episodios, réplicas globales y paradójicas que mantienen características de una larga tradición bélica e imperial, pero que contienen trazas nuevas que vuelven a hacer imposible predecir con claridad el desarrollo de los acontecimientos. Solo se puede asegurar que hace ya unas cuantas guerras que no existen claros vencedores, no al menos en el sentido tradicional y que, sin embargo, la masa de vencidos no deja de crecer.

Si resulta imposible predecir el devenir de esta guerra, tanto o más complicado resulta adivinar lo que harán sus principales agentes. El futuro político del Estado francés, de EEUU, de Rusia, de Irán, de Turquía, de Siria, de Israel o de Alemania, por mencionar tan solo algunos muy relevantes, es una incógnita. Sin renunciar a analizar de manera crítica y a sugerir con cautela posibles desarrollos, hay que asumir que estos escenarios y sus perversas combinaciones y alianzas están fuera de las capacidades cognitivas humanas. Ni qué decir del radio de acción directa de quienes se oponen a esta guerra. No obstante, la creación de discursos que pretenden captar y enmarcar estos sucesos, tanto desde la nostalgia como desde el futurismo, gasta demasiada energía.

Ensanchar el camino entre trincheras
Lo cierto es que la mayor parte de la población afectada por esta guerra –que no es mundial pero sí es global–, así como el espectro político que defiende sus intereses –básicamente la izquierda–, están atrapadas entre dos agendas paralelas que, en un lado desde la securocracia y la preservación de los privilegios y en el otro lado desde un totalitarismo teocrático, achican y entorpecen el camino hacia la libertad y la igualdad. Los no alineados, los más, sufren y luchan desesperadamente entre esas dos trincheras. Urge una agenda alineada para esta masa, para una y cada una de las comunidades que la conforman. Al igual que la guerra que debe combatir, esta no será mundial pero deberá aspirar a ser global. Para eso es importante enfocar –hay que mantener una coherencia que supere la tendencia de los mass media a cambiar histéricamente el foco–, englobar –a nadie escapa la relación que hay, por ejemplo, entre el éxodo de refugiados y esta guerra–, priorizar –las fuerzas son limitadas y la eficacia es crucial– y crear alianzas –que acaso sean tan extrañas como las de los enemigos–.

Como ya se ha señalado, la capacidad de afectar directamente a los agentes es tendente al cero –la mayoría no puede votar para que Donald Trump no sea el próximo presidente de EEUU o no va a alistarse a las filas de los kurdos que combaten al ISIS sobre el terreno, por poner dos sencillos ejemplos–. Como en otras tantas luchas, puesto que no se puede decidir la postura y la conducta del resto, la pregunta es qué puede hacer cada uno. Y los vascos y las vascas deben empezar a hacerse esta pregunta en serio. No en vano, una parte de su población está explícitamente afectada por esta guerra, desde hace dos semanas de manera oficial.

Dado que esa afección no es demasiado patente ni directa, es difícil pensar que un movimiento en su contra pueda escalar en este momento en la larga lista de prioridades políticas del país. Prioridades que, por otro lado, tampoco se está acertando a cubrir. Pero también es cierto que esta lucha enmarca el contexto general en el que se van a dar las demás, por lo que sería peligroso obviarla. La guerra conlleva excepcionalidad jurídica y política, tal y como han subrayado diferentes mandatarios franceses esta semana. Ahora mismo centenares de ciudadanos franceses sufren vigilancia, están retenidos o en prisión domiciliaria y sus derechos civiles están en suspenso, sujetos a la arbitrariedad. Ahora mismo, miles de refugiados sobreviven en las fronteras del continente acosados por el frío y diferentes fuerzas de seguridad. En otras medidas, los vascos conocen bien la manera en que la excepcionalidad afecta a las opciones de éxito de una lucha por la emancipación. También las consecuencias humanas que tiene.

Mirando atrás, la batalla global de hace una década afectó profundamente a los equilibrios de poder en nuestro contexto. Por ejemplo, hirió de muerte a la insurgencia. El ciclo vasco actual es radicalmente distinto y ofrece otras oportunidades. Pretender arreglarlo todo de una vez es irreal, pero con talento y acertando en un par de golpes, la bola, bolie, puede coger fuerza en este nuevo camino. La política es la guerra por otros medios.

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