Tragedias y políticas que han tocado fondo

Una nueva catástrofe, con cientos de seres humanos como víctimas, asaltó ayer la actualidad informativa. El naufragio de un pesquero en aguas del Mediterráneo se saldó con la desaparición de 700 personas, que sumadas a los 400 del pasado lunes tras el hundimiento de otra embarcación dejan no solo cifras escalofriantes, sino el peor drama migratorio de la historia, que debería marcar un punto de inflexión total. Con estos últimos sucesos, en los que de confirmarse las cifras dejarían la friolera de 1.000 inmigrantes muertos entre las costas de Libia e Italia, el récord del año pasado como el peor en número de víctimas mortales, con al menos 3.224 personas fallecidas en sus aguas, podría ser superado en 2015.

Son números alarmantes, espeluznantes, que esconden mucho más que dígitos destinados a enumerar las víctimas de otra desgracia migratoria. Reducir esto a una cuestión de mafias es parte de la hipocresía europea. Se trata de seres humanos, familiares enteras que huyen de la extrema pobreza y las guerras para construir una vida más digna. Un fatídico viaje iniciado con la convicción del que ya no tiene nada que perder y en el que desgraciadamente terminan por dejarse lo único que poseen: la vida. Organismos como ACNUR o Médicos Sin Fronteras lo describieron a la perfección en su llamada de auxilio a las instituciones europeas para que actúen con la responsabilidad que les corresponde; paren esta sangría que ha convertido el Mediterráneo en una «tumba masiva».

La indignación aumenta con la hipocresía de representantes políticos como Mariano Rajoy, que afirmó su compromiso en materia de inmigración pero es el presidente de los porrazos en la valla de Melilla y los pelotazos en las aguas de Ceuta. Frente a la magnitud de estas tragedias de nada sirven ya las palabras. Es la hora de los hechos; de dar un giro absoluto a las políticas migratorias en la UE. La tumba del Mediterráneo es hoy la vergüenza de un continente, la prueba de una inhumanidad que toca fondo.

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