Un modelo policial que altere la lógica represiva imperante

El historial de la Policía en Euskal Herria es verdaderamente negro, salvaje. Esto no es una opinión, es un hecho. Según el informe de vulneraciones de derechos humanos encargado a un grupo de expertos por el Gobierno de Lakua, durante las últimas cinco décadas 40.000 ciudadanos vascos han sido detenidos, de los cuales 30.000 no fueron posteriormente imputados. Es decir, tres de cada cuatro detenidos en el marco del conflicto vasco lo han sido sin evidencias suficientes para tomar una decisión que afecta de manera drástica a la vida de las personas.
 
Este dato por sí solo es realmente escandaloso si atendemos a la demografía de este pequeño país. Un porcentaje muy alto de la población se ha visto de un modo u otro afectado por esas razzias. Y es más escandaloso aún si tenemos en cuenta que la mayoría de esos arrestos han sido bajo legislaciones excepcionales, con una merma evidente de los derechos básicos de defensa, lo que ha derivado en graves vulneraciones de derechos.

La tortura es, sin duda, la más bestial de ellas, especialmente porque ha sido empleada de manera sistemática e impune contra un amplio pero identificado sector de la población. Un caso único en Europa.

En diferente medida y grado, con importantes diferencias entre ellas pero bajo el mismo marco ideológico y jurídico, todas las Policías que actúan en Euskal Herria han aplicado esa excepcionalidad. Ese conjunto de decisiones injustificables –insistimos, esto no es una opinión, son datos–, tienen responsables políticos, policiales y judiciales. Se han ganado un triste lugar en ese relato que tanto les preocupa y ocupa.

Todos ellos conforman una tradición policial ajena a lo que debe ser un cuerpo de servicio a la sociedad, destinado a garantizar la seguridad y la libertad de las personas, a defender los derechos de la ciudadanía. La mentalidad «txakurril» es una constante por parte de los mandatarios españoles –y algunos vascos– a la hora de enfrentar los problemas de raíz política en Euskal herria. Una mentalidad enfermiza, represiva y, desde un punto de vista puramente criminológico, muy poco inteligente y profesional. Esto es una opinión, pero una opinión muy compartida en Euskal Herria. Son demasiadas las personas que han sufrido esa política represiva como para que esa idea no sea muy compartida.

De Jorge a Jorge, desfachatez cruel

La desfachatez de esos responsables acrecenta esa opinión negativa sobre las Policías que actúan en tierras vascas. Esta misma semana, el ministro de Interior español, Jorge Fernández Díaz, reivindicaba en Gasteiz la misión de la Guardia Civil en este país. No solo a futuro, ni siquiera solo la Guardia Civil de Intxaurrondo, de Galindo. También reivindicaba la del franquismo. Frente a eso, que el escándalo lo genere el que la festividad de la virgen del cuartel de Tutera lo patrocine un grupo de proxenetas es, cuando menos, surrealista.

Pero este no ha sido el único «Jorge» policiaco que ha marcado la semana informativamente. La Consejería de Seguridad del Ejecutivo de Gasteiz ha tenido vacante durante un año la jefatura de la Ertzaintza a la espera de que Jorge Aldekoa recuperase sus galones. Han guardado el sillón al «nagusi» del operativo en el que murió Iñigo Cabacas, del responsable de que no existan los obligatorios informes sobre el uso de armas de aquella noche, lo que dificulta enormemente determinar quién efectuó el disparo mortal, qué agente fue el homicida. Lo evidente es que aquella noche hubo como mínimo una cadena de errores de la que Aldekoa era el responsable directo. Si ni él ni el PNV son capaces de entender que a ojos de una parte importante de la sociedad a la que debe servir, a ojos de las víctimas de aquella nefasta actuación, ese episodio le inhabilita para este cargo, que no pidan «mesura» cuando lo único que se les pide a ellos es responsabilidad, profesionalidad y empatía.

El nuevo tiempo, la izquierda y la Policía

La relación de la izquierda con la Policía, como cuerpo armado pero también como concepto, ha sido y es tortuosa. Como no podría ser de otra manera, por otro lado, en un mundo básicamente de derechas, en un país básicamente ocupado –que Euskal Herria sigue teniendo el mayor ratio de policía por habitante de Europa es otro hecho–. Pero si el planteamiento de la izquierda no es de resistencia, es de ganar, de poder y política, debe repensar esa relación. Lo necesita para un nuevo tiempo que, en cierta medida, ya está aquí.

Prueba de ello es el enorme reto que tiene María José Beaumont, la consejera de Interior del Gobierno navarro. Los dogmas y los estribillos de poco le van a servir en esa labor, por lo que, además de mirar a los vecinos para ver lo que no hacer, se deberá buscar un modelo policial para avanzar en servicio, seguridad y libertad.

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