Un político atípico que representa muchas de las claves del cambio

Inmersos en un ciclo electoral largo, las diferentes fuerzas vascas van presentando a sus candidatos para las elecciones forales y municipales de mayo del año que viene. En este contexto, EH Bildu presentó ayer al alcalde de Donostia, Juan Karlos Izagirre, para intentar renovar su mandato en la capital guipuzcoana. Mirando atrás, pocos pensaban que una coalición recién formada tras un atribulada legalización, con un médico desconocido para el gran público como cabeza de lista, enfrentado a pesos pesados como Odón Elorza y aspirantes reconocidos como Eneko Goia, fuese a lograr unos resultados tan espectaculares como logró, hasta el punto de poder conformar el Gobierno municipal, aunque fuese en minoría.


La gestión del Ayuntamiento de Donostia era, junto con la Diputación guipuzcoana, el mayor reto institucional que tenía EH Bildu en el nuevo ciclo que se tenía que abrir hace ahora tres años. Si en aquellos primeros momentos el proceso político parecía lanzado y una gran parte de la sociedad creía que el carril de la resolución iría más rápido –en poco tiempo, precisamente, Aiete sería escenario de una conferencia de paz histórica–, el establishment que había dominado las instituciones durante décadas mostraba desde el comienzo de la legislatura que le iba a costar digerir la derrota y gestionar sus fuerzas en positivo, intentando trabar el ejercicio del Consistorio. Pero también quedó en evidencia desde el principio que el alcalde era muy sólido y que atacarle personalmente no daría los réditos esperados.
El equipo de gobierno donostiarra ha mostrado una gran capacidad para lograr acuerdos con el resto de grupos, para gestionar eficientemente un legado con varias cuestiones envenenadas, especialmente las asociadas a deuda e infraestructuras, como la estación de autobuses o Tabakalera. Con sus decisiones ha dinamitado algunos de los tópicos sobre la izquierda soberanista vasca.


En concreto, el propio Izagirre ha realizado gestos significativos para la convivencia, en clave de futuro, quebrando algunas de las inercias existentes y mostrando lo que debe ser un alcalde de una ciudad como Donostia: cercano, dialogante, resolutivo, comprometido con un proyecto de ciudad que debe estar al servicio de sus vecinos, marcando claramente los ejes de ese proyecto y su posición en la vertebración del país. Para eso le votaron e Izagirre, con aciertos y errores, ha cumplido con creces. Es un político atípico, forjado en su voluntad de servicio a la ciudadanía y al país. Ha roto moldes y encarna muchos de los valores de un cambio político que quizás será más lento de lo deseado, pero que tiene bases firmes. La principal: el capital humano. Ese capital, combinado con una cultura política renovada y con liderazgos que marquen una diferencia, pueden dinamizar, desde las instituciones y la sociedad, procesos interesantes.


Una política a más largo plazo
Pese a ser un elemento central de la democracia, actualmente la liza electoral no es la parte más edificante de la política vasca. Por ejemplo, los grupos de la oposición en el Ayuntamiento de Donostia han mostrado en estas últimas semanas una clara voluntad de dificultar la última recta de la legislatura, adoptando decisiones tan incoherentes como la bajada de tasas, una maniobra electoralista y perniciosa para los servicios municipales y, en consecuencia, para la ciudadanía. La estrategia de inflar falsos conflictos desnuda intereses espurios y una actitud irresponsable, quizás menos comprensible socialmente en el caso del PNV que en los de PSE y PP. Lo cierto es que esos partidos se juegan mucho en esta pelea. Van a quemar todas la naves en ella, pero corren el riesgo de forzar demasiado la máquina.
La clase política, en general, está bajo sospecha por parte de la ciudadanía. En Euskal Herria y Catalunya esta crisis política, institucional y de credibilidad tiene características propias. En el caso vasco porque aún no se ha establecido una nueva normalidad y EH Bildu mantiene un carácter diferente a la clase política, enfocado al frente amplio. Mientras tanto, en el caso catalán el proceso soberanista y el equilibrio entre la unidad de los partidos y la sociedad civil marcan la diferencia, concentrados en lo que logren el 9N y en cómo proyecten ese capital político.


En Madrid, en medio de la descomposición del sistema político, Podemos está perfilando estos días la dimensión de su apuesta democratizadora a nivel estatal y local, diseñando las estructuras a través de las que intentará llevar adelante ese proyecto y también mostrando algunos de los límites con los que puede topar, tanto dentro como fuera. Más allá de cálculos sobre pizarras, tablets y folios, si quiere trascender al fenómeno puntual, Podemos debe romper con la cultura antidemocrática imperante en España y generar una nueva cultura política. Deberán diseñar esa ruptura a corto y a medio plazo, más aún teniendo en cuenta que el Estado tiene recursos como, por ejemplo, la Gran Coalición. En este caso también, las actuales estructuras de poder se juegan mucho y no repararán en esfuerzos. Les guste o no, la profundidad y la potencialidad de la propuesta política de Podemos estará marcada por sus agendas en el caso de las naciones dentro del Estado. Deberán acertar en el diagnóstico, que no debería basarse en los dogmas establecidos durante las últimas décadas.


Las fortalezas y debilidades del cambio en Euskal Herria contienen interesantes lecciones en este terreno, enseñanzas que van más allá de la demoscopia electoral. Donostia y Juan Karlos Izagirre son un buen ejemplo de ello.

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