Ariane Kamio
Donostia

Diversidad cultural

Oulimata Tall y Rakel Álvarez se conocieron el pasado mes de noviembre gracias a la iniciativa Bizilagunak promovida por SOS Arrazakeria junto con Gipuzkoa Solidarioa. Fue una experiencia enriquecedora que, según dicen, les ha permitido entablar una relación más allá de un encuentro puntual. Sienten admiración mutua y afirman tener una amistad complementaria, sin que una se vea supeditada a la otra.

Oulimata, Ekiñe y Rakel, sonrientes ante la cámara. (Juan Carlos RUIZ/ARGAZKI PRESS)
Oulimata, Ekiñe y Rakel, sonrientes ante la cámara. (Juan Carlos RUIZ/ARGAZKI PRESS)

Viernes, 17.00 de la tarde. Palacio Kursaal de Donostia. Oulimata Tall y Rakel Álvarez llegan juntas con la hija de esta, Ekiñe, a la cita que hemos fijado con ellas. Las perparamos para las fotos y el vídeo del reportaje. La luz comienza a caer y es necesario darse prisa para coger buenas imágenes. Las sentamos junto a la orilla del mar, en la trasera del Kursaal, para profundizar en su relación.

Oulimata (Ouli, como la llaman sus amigos) y Rakel (y sus respectivas familias) se conocieron el pasado mes de noviembre a través de la iniciativa Bizilagunak, promovida por SOS Arrazakeria junto con Gipuzkoa Solidarioa, cuyo objetivo era acercar a familias de inmigrantes a ciudadanos vascos a través de una comida en casa de alguno de los participantes. 120 familias guipuzcoanas y alrededor de 500 personas se unieron a la iniciativa. Muchas de ellas mantienen el contacto, y NAIZ se ha acercado a dos de ellas. 

Nerviosa ante la cámara, Ouli explica que llegó hace cuatro años a Euskal Herria. Su marido lo hizo hace 14. Reconoce que «esto es diferente», aunque no cambiaría ahora de ubicación. Ya se ha acostumbrado a vivir en Pasaia. «Aquí hace mucho frío. En Senegal cuando hace frío el termómetro marca 18 o 20 grados».

Al otro lado, Rakel y su familia. Cuenta que no se lo pensó dos veces cuando surgió la oportunidad de participar en Bizilagunak. «En casa siempre me han enseñado que todos somos iguales. Conocía otras realidades, como la palestina, pero la cultura senegalesa me quedaba un poco lejos, y no dudé en aceptar la invitación de Gipuzkoa Solidarioa. Sabía que sería una experiencia positiva –asegura–, y así ha sido».

Ouli y su marido viven en Pasaia. Rakel y su familia, en Trintxerpe. Jamás se habían visto anteriormente, aunque Rakel tenía referencias de Ouli. «Sabía que hacía un arroz senegalés increíble, y es cierto, está buenísimo». «La comida senegalesa es muy variada, con mucho pescado, muchas especias, mucho picante...».

Ouli no se resiste a puntualizar: «Utilizamos mucho picante, pero lo ponemos aparte, por si a alguien no le gusta».

Y el ambiente comienza a distendirse.

Aprendizaje mutuo

Ambas inciden en que tras la comida de noviembre entre las dos familias ha brotado una nueva amistad. Una relación que, puntualiza Rakel, es de total reciprocidad. «Ouli y su marido ya conocen a gente de aquí. ¿Yo qué les puedo ofrecer? Una amistad, sí. Pero estoy segura de que ella me aportará muchas más cosas a mí».

Rakel hace hincapié en que ha conocido otras formas de vida, u otras maneras de comportarse con los demás. «Recuerdo que Ouli nos explicó cómo la situación en Senegal no es nada fácil, pero que buscan alternativas para dar solución a los problemas. Allí puedes no tener dinero pero, por ejemplo, nunca te vas a morir de hambre».

Ouli reconoce que en Senegal las cosas no son nada fáciles. «Hace falta dinero para sobrevivir, y allí no lo hay». Pero muestra la otra cara de la moneda. «Sin embargo, si alguien tiene dinero y compra pasta, o arroz, o lo que sea, y hay alguien que no tiene nada para comer, puede venir con nosotros. No hay ningún problema».

«Aquí alguien sí puede pasar hambre, en Senegal, no», apostilla Rakel. «Esa es una de las cosas que aquí nos faltan. Si yo tengo, lo tengo para mí. Y allí es: ‘Si yo tengo, tenemos todos’».

Lo bueno de la crisis

Ouli sabe que la situación económica en Euskal Herria tampoco es la mejor, y menos aún para inmigrantes. «Si la gente deja sus países para venir aquí es porque necesitan ayudar a su gente. Pero, si aquí tampoco ganan dinero, ¿qué será de sus familias?».

«Creo que la crisis, la nueva situación que vivimos, puede cambiar nuestra forma de compartir. O eso quiero pensar. Si sacamos algo positivo va a ser eso, que nos hará ver que nos podemos ayudar más», concluye Rakel.

Comienza a oscurecer en Donostia. Ekiñe, la hija de Rakel, ya empieza a aburrirse. Le pide un helado a su madre. Y esta intenta engañarla: «Vale, nos tomamos un helado con Ouli, pero un helado de chocolate caliente, ¿vale?». Parece que Ekiñe se conforma.

Apagamos la cámara. Apenas entra luz ya por el objetivo. Recogemos los bártulos antes de marchar. El aire del mar entra de lleno en la Zurriola. Buena excusa para seguir con ese helado caliente.