Luis Díaz / VisualNatura - 7K

Dolomitas de Sesto: las montañas perfectas

No es poco lo que ofrece la cadena de Los Dolomitas al montañero que se acerca con afán de recorrer sus parajes, o al escalador que encuentra en estas montañas grandes paredes, algunas de ellas parte de la historia más épica del alpinismo. Su paisaje de valles verdes y agujas de roca satura los sentidos, pero también guarda en la memoria algunas de las escenas más cruentas del enfrentamiento bélico que sacudió Europa hace un siglo.

Paso excavado en la roca en la ferrata de Luca Innerkofler, en el Monte Paterno. (Luis DÍAZ/VISUALNATURA)
Paso excavado en la roca en la ferrata de Luca Innerkofler, en el Monte Paterno. (Luis DÍAZ/VISUALNATURA)

El sol se asoma tímidamente a los primeros claros abiertos en el manto de nubes, la tormenta ha sido breve, pero ha rugido con la intensidad que caracteriza a este fenómeno atmosférico en esta región. De hecho, aquí las excursiones y escaladas se programan con un ojo puesto en el cielo y con la precaución de que finalicen antes de que comiencen las habituales tormentas vespertinas. En el exterior del pequeño hostal se respira un intenso aroma a montaña. Con la lluvia reciente, el valle se muestra en todo su esplendor: las escarpadas montañas que lo coronan poseen caprichosas aristas que la erosión ha tallado pacientemente a lo largo del tiempo; no es de extrañar que los últimos truenos sonasen tan cerca, cualquiera de los picos puede haber atraído las últimas descargas eléctricas que iluminaron el valle.

El topónimo de esta cadena montañosa proviene de la naturaleza de la roca que la compone en su mayor parte, la dolomía, una caliza con elevado porcentaje de magnesio; aunque hasta finales del siglo XVIII, los Dolomitas eran conocidos como los Montes Pallidi. Fue el geólogo Déodat Tancrêde de Dolomieu quien constató la singularidad geológica de esta roca, que recibió el nombre de dolomía en honor a su descubridor.

Estas montañas forman parte de los Alpes orientales, sus altitudes son menores que las de las grandes cimas alpinas y únicamente La Marmolada, la cumbre más alta de la cadena, posee un glaciar. En el corazón de los Dolomitas orientales se encuentra la ciudad de Cortina d’Ampezzo, principal eje de esta región y la población más cercana al Parque Natural de los Dolomitas de Sesto. En sus calles se respiran las dos identidades, italiana y austriaca, que permanecen como señal de los cambios vividos por la ciudad a lo largo de su historia. Fue sede de los Juegos Olímpicos de invierno de 1956 y hoy se ha convertido en capital del turismo en la zona y en uno de los centros de ski más importantes de Italia; de ello dan fe los innumerables teleféricos que proporcionan cómodo acceso a las cimas de sus alrededores y las galerías comerciales y establecimientos de lujo que salpican su centro urbano.

Ese ajetreo y bullicio que se encuentra en Cortina d’Ampezzo se hace más evidente cuando se compara con los recónditos parajes que posee la región. A tan solo unos pocos kilómetros de aquí, se encuentran, pasado ya el Lago de Misurina, las montañas más representativas y deseadas de todo el macizo: las Tres Cimas de Lavaredo son una impresionante trinidad de torres calizas que se alzan sobre un interminable canchal y que, por la verticalidad de sus paredes, más nos parecerán surgidas de la tierra que erosionadas por los elementos.

Los Dolomitas se han convertido en un destino de primer orden para montañeros y escaladores; el paisaje verde y boscoso de los valles contrasta con lo escarpado de las cumbres, verdaderas agujas de roca con innumerables vías abiertas e infinitas posibilidades de apertura, lo que constituye un terreno de juego muy jugoso y atrayente para los escaladores más habilidosos. No en vano, estas montañas han constituido uno de los escenarios más importantes para el panorama alpinístico italiano. Algunas de las gestas más renombradas de escaladores míticos como Ricardo Cassin o Walter Bonatti tuvieron lugar en las Cimas de Lavaredo y otras cumbres circundantes. Cassin abrió la primera vía a la Picolissima de las tres cimas y Bonatti, la cara norte de la cima oeste y la cima grande de las mismas montañas.

También creció entre estas montañas Lino Lacedelli, otro célebre alpinista italiano nacido en Cortina d’Ampezzo en 1925. La región fue el lugar de sus primeras andanzas, como cuando se escapaba de casa siendo niño para realizar sus primeras escaladas, en las Cinque Torri. Entre 1947 y 1954 se concentran sus mayores éxitos en la montaña, muchos de ellos en Dolomitas. El logro más importante de su carrera alpinística comienza cuando Ardito Desio, el famoso explorador italiano, lo elige como uno de los miembros de la expedición italiana al K2. Lacedelli, en cordada con Compagnoni, ascendió al gran gigante del Karakorum, erigiéndose de esa forma en la primera cordada de la historia en coronarlo.

Vias ferrata

En las montañas de la cadena dolomítica se pueden encontrar incontables vías ferrata. Estos recorridos son físicamente menos exigentes que las vías de escalada en roca por encontrarse equipadas en sus pasos difíciles con clavijas, escalones y cables de acero, pero aunque requieren un menor esfuerzo se deben extremar las precauciones ya que los pasos a superar son tan vertiginosos como en otros itinerarios de montaña, y las consecuencias de los accidentes pueden ser fatales.

Algunas de estas vías son recientes y el objetivo de los equipamientos de esta índole, polémicas aparte, ha sido exclusivamente lúdico y deportivo; pero gran parte de las vías ferratas existentes en estas paredes tienen un origen muy diferente: fueron equipadas hace casi un siglo con motivo de la Primera Guerra Mundial que sacudió Europa y provocó en estas montañas encarnizados combates. Hoy nos costará imaginar que aquí, con un pie sobre el abismo, se hayan vivido situaciones tan extremas como las que provoca una guerra, pero las vías ferrata, las galerías y los nidos de artillería permanecen como un austero recordatorio con el que rendir homenaje a los miles de jóvenes, italianos y austriacos, que dejaron sus vidas en estas montañas por la situación de una frontera que solo veremos reflejada en los mapas y jamás contemplaremos desde sus cimas.

Las vías ferrata se utilizaron a lo largo de la guerra como un medio para facilitar el acceso a los puntos estratégicos de las montañas. Durante cuatro fatídicos años (1915-1918), el Imperio austro-húngaro e Italia se enfrentaron por anexionarse esta estratégica región alpina, que durante los últimos cuatrocientos años había pertenecido a Austria. Los Dolomitas fueron equipados con toneladas de cable, clavijas y escaleras; y se abrieron innumerables galerías y nidos de artillería, todo ello para convertir esta particular orografía en una inexpugnable fortaleza.

Si existe una vía ferrata representativa de la historia inmediata acontecida en la región, es la “ferrata Luca Innerkofler”, que atraviesa, literalmente hablando, el Monte Paterno de norte a sur. Su situación, dominante sobre los valles que le rodean, da una idea del porqué de su utilización como fortaleza. Cientos de metros de galerías y numerosos pasajes tallados sobre el abismo comunican entre sí cavidades excavadas en la dura roca, para su uso como enclaves de artillería y puestos de vigilancia.

Hoy, estas ventanas artificiales poseen un uso infinitamente más digno, se han convertido en impresionantes miradores al entorno natural de esta montaña. Su proximidad a las tres Cimas de Lavaredo nos regala imponentes vistas sobre estas agujas y la perspectiva que desde aquí se tiene de los montes Croda Passaporto o Croda Dei Toni son un espectáculo digno de admirar. En algunos pasajes de las galerías, en el mismo corazón de la montaña, la verticalidad del recorrido unida a la oscuridad reinante, solo alterada por algún eventual tragaluz, crean una atmósfera atemporal que transporta la imaginación a épocas pasadas.

Los vestigios de la guerra en esta región de los Dolomitas son numerosos, uno de los más importantes, y que se encuentra actualmente en excavaciones, es el de Monte Piana y su cima norte, de menor altitud, monte Piano, donde existió un frente de trincheras durante casi tres años. Los austriacos ocupaban durante la batalla la cima menor, mientras que los italianos defendían su posición desde el sur, en monte Piana. Ambas montañas se encuentran cubiertas de trincheras ya que fue un frente muy activo, y hoy se han convertido en un museo al aire libre sobre la guerra que sacudió la región. A diferencia del monte Paterno, no se trata de una ferrata y, aunque parte del recorrido está equipado, a la zona de trincheras se accede fácilmente caminando.

Después de la guerra, finalizada la barbarie, las ferratas permanecieron como una particular forma de ascensión a la montaña. Su utilización ha creado controversias, sobre todo la instalación de nuevas vías, pero es bien cierto que aunque no hablamos de ascensiones tan puras como una vía de escalada, recorrer algunas de las ferratas originales es poco menos que adentrarse en un túnel del tiempo y contemplar con ojos de hoy escenas del pasado.