Pello GUERRA

Vascos y amerindios

A pesar de que todo un océano les separa, los amerindios del noreste de América del Norte y los vascos comparten un pasado común. Esos vínculos podrían remontarse a hace 20.000 años, aunque los podemos constatar a raíz de las expediciones comerciales que llegaron a esas tierras procedentes de Euskal Herria en el siglo XVI y que pudieron comenzar mucho antes de que Colón arribara al Nuevo Mundo. Una relación cuya huella se hace presente en los restos arqueológicos, los símbolos, las leyendas e incluso en la lengua.

Vascos y amerindios, dos pueblos con un pasado común. (Xabier OTERO)
Vascos y amerindios, dos pueblos con un pasado común. (Xabier OTERO)

Mediados del siglo XVI, costa este de América del Norte, en el actual Canadá. Centenares de personas están enfrascadas en una actividad frenética en torno a la docena de barcos que se encuentran fondeados en la bahía de Red Bay, en la península del Labrador. Esas embarcaciones son balleneros vascos que, aprovechando el clima benigno del verano, han atravesado el océano Atlántico para comerciar, pescar y cazar ballenas en la zona. Mientras están atentos a la posible presencia de algún cetáceo, varios marineros se dedican a pescar bacalao cerca de la bahía utilizando anzuelos que dejan caer hasta el fondo para luego izarlos con las piezas ensartadas.

Mucho más al sur, en Tadoussac, en la desembocadura del fiordo de Sanguenay en el San Lorenzo, varios indios innu saludan a los vascos con un euskaldun «Apaizak hobeto» (Los curas mejor) que han aprendido de esos europeos que, desde hace muchas décadas, llegan a sus costas cuando los hielos han desaparecido del mar. Los nativos aparecen cargados de pieles de castor, que son intercambiadas a los comerciantes vascos por preciados calderos de cobre o por valiosas hachas conocidas como bizkainas, tan valoradas por los indios que muchos se hacen enterrar con ellas.

Para comunicarse entre ellos, recurren a un pidgin, una lengua franca en la que se mezclan el algonquino nativo y el euskara, y que sirve para que los amerindios y los vascos puedan desarrollar con fluidez sus intercambios comerciales. Tras alcanzar un acuerdo sobre las cantidades que integrarán el intercambio, los nativos, cargados con sus nuevas posesiones, se embarcan en sus canoas de corteza de abedul.

Además de con los innu, los vascos también tienen una sólida relación con los elnu, en cuyas manifestaciones artísticas está presente el lauburu, el mismo símbolo que también está grabado en los trabajos que realizan algunos de los artesanos que forman parte de la nutrida expedición comercial vasca.


Pescadores canadienses. (Xabier OTERO)

Esta recreación de los contactos entre amerindios de Canadá y vascos está basada en las investigaciones de expertos de diversos campos que se han agrupado y participan de diferentes maneras en el proyecto ‘Oreina Urkian Kanata’, puesto en marcha por la institución Jauzarrea, Fondo para el Estudio y Difusión de la Cultura Vasca.

La solución solutrense. El responsable de la citada institución, Xabier Otero, desgrana las diferentes huellas de una relación entre pobladores de dos continentes que se intensificó en esa época, pero que podría venir de muchísimo tiempo atrás, más concretamente de hace 20.000 años. Es lo que se conoce como la solución solutrense al poblamiento temprano de América.

Tradicionalmente se ha sostenido que el continente americano fue poblado por el ser humano hace 14.000 años gracias a una migración procedente de Asia. Esos primeros pobladores habrían dado origen a la cultura Clovis, la primera de América, a pesar de que no existe ninguna evidencia de antecedentes de la misma en Asia.

Frente a esta tesis, ha ido ganando adeptos la denominada solución solutrense, defendida, entre otros, por expertos como Dennis Stanford, del Smithsonian Institution de Washington; Bruce Bradley, de la Universidad de Exeter, y Stephen Oppenheimer, de la Universidad de Oxford. La misma asegura que «la cultura solutrense habría llegado a la costa este de América del Norte hace unos 20.000 años procedente del suroeste de Europa, concretamente de la zona conocida hoy como el golfo de Bizkaia y los territorios continentales hacia el interior de su entorno», señala Oppenheimer. Esa cultura habría arribado al Nuevo Mundo «a través del borde de hielo del Atlántico Norte o más probablemente por medio de embarcaciones a lo largo del límite del hielo del Atlántico Norte».

Esta hipótesis ha sido muy cuestionada por algunos arqueólogos estadounidenses e incluso el mismo Oppenheimer no era partidario de ese poblamiento temprano de América. Hasta que, a través de Jauzarrea y sus congresos Atlantiar, conoció los trabajos al respecto de Stanford y Bradley, lo que le llevó a investigar desde el punto de vista de la genética esa posibilidad. Algo así ya lo había hecho el genetista Douglas Wallace con los ojiwba de los Grandes Lagos de la familia cultural algonquin y cuyo trabajo arrojó «marcadores aceptables europeos de hace 15.000-18.000 años. El problema de ese estudio radicaba en que lo realizó con una población pequeña y estadísticamente no era una prueba irrefutable», desgrana Otero.

Sin embargo, ese trabajo de Wallace abrió el camino para la investigación de Oppenheimer, que, según ha señalado él mismo, le ha permitido encontrar una serie de evidencias que apoyan la hipótesis de la solución solutrense, mientras que no encontró pruebas que la refutaran.

Así que, de acuerdo con esta teoría, sobre la que Jauzarrea publicará en breve varios libros, las primeras naciones y los vascos estarían vinculados desde la noche de los tiempos. Esa relación se intensificaría especialmente en el siglo XVI, aunque algunos expertos sostienen que los euskaldunes habrían llegado a América varias centurias antes que Cristóbal Colón.


Vista de Red Bay, uno de los lugares en donde se asentaban los vascos en el siglo XVI durante sus expediciones a la costa noreste americana. (Xabier OTERO)

¿En contacto desde el siglo XIV? En el año 1870, el estudioso Louis Figuier publicó su libro ‘Mammalia, tratado de mamíferos’, en el que hacía referencia a varios documentos guardados en el Archivo de Donibane Lohizune, en los que se recogía que «en 1372, los vascos llegaban a los puertos vascos desde Terranova con ballenas y bacalao. La lástima es que ese archivo terminó destruido por un incendio y esos documentos se perdieron», señala Otero.

Pero estas no serían las únicas pruebas que evidenciarían esa presencia vasca en América antes de 1492. En otros documentos recogidos por «Delors» y otros investigadores se hace referencia a los puertos de Plymouth y Londres en 1342, cuando los vascos desembarcaban con pieles de castor enrolladas y de un pelaje especialmente grueso. Existen ciertas discusiones en torno a estos documentos y a qué hacen referencia, pero esa alusión a las pieles de castor podría ser una prueba de los viajes a Norteamérica, ya que por entonces esa especie estaba sobreexplotada en Rusia. Además, las pieles de los castores rusos eran de otra calidad y se traían planas, unas amontonadas encima de otras, y no enrolladas». Si realmente a mediados del siglo XIV existían esas relaciones comerciales asentadas entre el viejo y el nuevo mundo, los expertos consideran que «sus comienzos deberían situarse unos cincuenta años antes, lo que nos hace remontarnos al siglo XIII», añade el responsable de Jauzarrea.

De lo que sí se conserva constancia por escrito es de la existencia de esos vínculos mercantiles «en 1512 en un documento de Baiona, y está el dato académico en los archivos franceses de la presencia vasca en el golfo de San Lorenzo en 1517. Asimismo, existe un contrato de 1521 de un comerciante de Iruñea que compra bacalao en Baiona para venderlo en su ciudad».

Ese género llegaba a Europa una vez finalizada la correspondiente expedición, que solía arribar a tierras americanas a finales de junio, cuando el océano ya está libre de hielo y los barcos podían llegar a esas costas sin peligro. Los barcos fondeaban en lugares como Terranova, el Labrador y en el golfo de San Lorenzo.

Entonces comenzaba el trabajo, que era de lo más variado. Si aparecía alguna ballena en el horizonte, rápidamente se organizaba la correspondiente cacería. Mientras llegaba ese momento crucial, las tripulaciones se dedicaban a dos tareas más sencillas. Una de ellas consistía en pescar bacalao mediante la utilización de anzuelos, que permitían obtener una gran cantidad de ejemplares, ya que incluso hoy en día existe una cierta abundancia de esta especie.

La segunda consistía en los intercambios comerciales con los indios. Los nativos cazaban principalmente castores y martas, cuya piel se empleaba en Europa para hacer, por ejemplo, sombreros. A cambio, los vascos les entregaban calderos de cobre, un objeto «especialmente apreciado». «Cuando el caldero ya estaba estropeado, cortaban el cobre para hacer unas piezas decorativas que hoy en día sirven para datar los yacimientos arqueológicos en todo el Norte de América», señala Xabier Otero.

También interesaban a los indios las hachas de hierro vascas, conocidas en el argot del trato de pieles como hachas bizkainas, y con las que llegaban a hacerse enterrar. Así, en una necrópolis indígena fueron localizados los restos de 17 personas huron-wendat y cada una de ellas había sido inhumada con su correspondiente hacha vasca.


Un anzuelo doble de los que actualmente se emplean para pescar bacalao, otra de las actividades a las que se dedicaban los marineros vascos en sus viajes a América. (Xabier OTERO)

Un trozo de hierro de una de esas hachas vendría a evidenciar la temprana presencia vasca en América. Tras investigar el hallazgo de esa pieza, el equipo dirigido por el arqueólogo de Ontario Ron Williamson ha llegado a la conclusión de que los contactos con los integrantes de esta primera nación huron-wendat se darían en la zona del lago Ontario desde mediados del siglo XV, «lo que cambia mucho las fechas dadas por válidas hasta ahora, ya que se admitía 1610 como primera fecha de contacto de los hurones con los blancos, cuando se registra el encuentro de Étienne Brûlé con los hurones», añade Otero.

Tres meses en América. Esta actividad vasca en el Nuevo Mundo se desarrollaba entre los meses de julio y septiembre, y podía llevar a la costa noreste del continente «sesenta barcos vascos, con una docena o más a la vez en la bahía de Red Bay. En ese lugar podía haber hasta mil personas, según han asegurado los expertos de Parks Canada, ya que mientras unos llegaban, otros que ya habían conseguido la mercancía regresaban». Una muestra de ese importante tráfico marítimo se aprecia en el hecho de que en la citada bahía han sido localizados los restos de cuatro navíos vascos, uno de los cuales es el famoso San Juan de Pasaia, que desde el año 1978 hasta 1985 fue excavado en aguas canadienses y posteriormente meticulosamente estudiado, y del que se está construyendo una réplica con motivo de la capitalidad europea cultural de Donostia en 2016.

Con la llegada de septiembre y la inminencia del cambio de estación a más frío, las tripulaciones embarcaban y partían hacia Euskal Herria. Las buenas relaciones con los amerindios permitieron que, con el paso del tiempo, los balleneros empezaran a dejar sus chalupas en suelo americano con vistas a su regreso para la próxima temporada. «El siguiente paso fue enseñar a los indios a desmontarlas y montarlas para que cuando volvieran los vascos, estuvieran listas para ser usadas. Y de ahí se pasó a enseñarles a construirlas».

Ese intercambio tecnológico fue muy importante, ya que «la chalupa se sumó a la canoa de corteza de abedul que utilizaban los indios en el mar. La nueva embarcación les daba más seguridad, porque puede llevar más gente y es más sólida», apunta Otero. De hecho, existe una referencia a cómo un jefe de los mi’kmaq «fue visto por barcos europeos con una flota de 40-60 chalupas que se supone habían sido construidas en gran parte por ellos, para ir a Boston a luchar contra una tribu rival».


Imagen de un ejemplar de ballena franca, el cetáceo que cazaban los vascos y que les llevó hasta las costas del actual Canadá. (Xabier OTERO)

Una huella diversa. Pero no solo las chalupas se empezaron a quedar en la zona del golfo de San Lorenzo. Algunos vascos no regresaban a casa y permanecían en el lugar para convivir con los indios y así aprender la lengua nativa para hacer más fluidos los intercambios comerciales. Sin embargo, ya existían formas de comunicación entre ambos pueblos gracias a un pidgin, es decir, una lengua en la que se mezclan términos de los dos idiomas. En este caso se trataba del algonquino-vasco, que habría vivido su época dorada entre 1580 y 1635.

Aunque, evidentemente, ese pidgin ya no existe, la huella del euskara en las lenguas nativas está muy presente. Así, en el idioma de los mi’kmaq, todavía se utilizan unas treinta palabras procedentes del euskara, una presencia que también aparece, aunque en menor medida, en el habla de los innu, según descubrió en sus investigaciones Peter Bakker, lingüista de la Univesidad de Aarhaus (Dinamarca).

La presencia del euskara asoma de diferentes maneras en el habla local. Por ejemplo, en la actualidad, en Quebec se designa al alce con el término «orignal», muy similar al euskaldun «oreina» y que deriva de la utilización por los amerindios de la palabra aprendida a los vascos; y se emplea la palabra «atolai» para referirse a la camisa.

El idioma de los vascos incluso estaría detrás del nombre de una de las tribus de la zona: los iroqueses. De acuerdo con la teoría de Bakker, el origen del término sería «hilokoa» (el que mata) y los vascos lo habrían aplicado a los indios rivales de los innu, porque eran los que mataban a sus amigos. A esta posibilidad se ha sumado recientemente la propuesta del antropólogo Brad Loewen, quien sostiene que en realidad esa denominación procede de «hirikoa» (el de la ciudad), porque los iroqueses eran los únicos indios de la zona que vivían en poblaciones fortificadas con empalizadas. Con independencia de cuál de las dos teorías pueda ser la más acertada, en ambos casos se recurre al euskara para explicar el origen del término.

Otra evidencia del fructífero contacto entre los indios y los vascos se encuentra en las leyendas nativas. Una de ellas hace referencia a la tribu de los hurones y a Huronia, cuyo nacimiento se sitúa en el lago del agua buena (ur ona, en euskara). En otra, la protagonista es directamente una vasca llamada Maddi Ederra. Se trata de una historia recogida en el siglo XIX en 23 comunidades de la zona de San Lorenzo y los Grandes Lagos por un antropólogo estadounidense que habla de una mujer que se casó con un jefe indio. Ella cantaba muy bien y los nativos la llevaban a pescar porque con sus cánticos era más fácil conseguir peces. En 18 de las 23 comunidades se identifica a esa persona como una mujer vasca llamada Bela Maria, que puede ser María la de las hierbas (belarra). El final de esta historia, situada en el siglo XVII, no es feliz, ya que, como relata Xabier Otero, «cuando los franceses se enteraron de lo que hacía esa mujer, pensaron que todo era cosa de hechicería, la acusaron de ser bruja y la quemaron».


Vista de la roca Percé, un islote situado en aguas del golfo de San Lorenzo y que cuenta con uno de los arcos naturales marinos más grandes del mundo. (Xabier OTERO)

Más huellas evidencian esa relación entre dos mundos. Una de ellas es el lauburu, un símbolo que los mi’kmaq consideran suyo y que aparece dibujado en la proa de alguna canoa en cuadros que recrean aquella época. En principio, desde esta orilla del Atlántico se da por hecho que serían los vascos los que llevaron esa representación solar a América, pero el lingüista Peter Bakker propone indagar en alternativas y se pregunta de cuándo es el lauburu y quién lo ha transmitido a quién. Lo mismo podría comentarse del hexapétalo o estrella de seis puntas, también muy presente tanto en la costa este de América del Norte como en Euskal Herria.

Otro detalle curioso lo tenemos en la decorada chaqueta que en ocasiones luce el jefe y chamán Stephen Augustine. Esa prenda en realidad imita la chaqueta de un capitán de ballenero vasco del siglo XVI, a la que posteriormente se le añadieron motivos propios de la cultura nativa. Una fusión de culturas que está presente incluso en el pasado familiar de Augustine, ya que es descendiente de un jefe indio que fue bautizado en 1605 en Port Royal por los soldados de Enrique III de Nafarroa y IV de Francia. Recibió el nombre de Henri precisamente en honor del soberano y sus descendientes recuerdan ese momento como un pacto, «un acuerdo entre dos mundos», destaca el responsable de Jauzarrea.

Una relación entre iguales. Esa es la filosofía que impregna el recuerdo de los vínculos de los indios con los vascos en Canadá, que son considerados como «una relación entre iguales, aunque tal vez no lo fuera tanto», aventura Otero. En cualquier caso, los vascos sí parecían preocuparse por el destino de sus aliados nativos, ya que «les avisaban de que tuvieran cuidado con la llegada de franceses e ingleses, y con el alcohol y los tratos que hicieran con esas gentes, porque siempre serían para perder».

Los vascos eran conscientes del proceder colonialista de las potencias europeas, una actitud muy diferente de su manera de afrontar las relaciones con los indios, que gozaban de un espíritu estrictamente comercial, «como una empresa libre que traía a esta tierra dinero, ya que todos los que participaban en las campañas cobraban su barrica de saín (aceite de ballena), que era un dineral para la época». Ese carácter independiente y ajeno a la forma de actuar de las coronas europeas incluso se aprecia en el hecho de que los vascos llegaban a figurar como testigos de la firma de los tratados que ingleses y franceses alcanzaban puntualmente en territorio americano.


Un mi'kmaq posa junto a una de sus canoas tradicionales. (Xabier OTERO)

Sin embargo, la cada vez más intensa presencia de esas potencias en la zona iba a suponer un duro golpe para la actividad comercial vasca. En el siglo XVII se produjo un decrecimiento en la misma que Otero achaca a que «las potencias se implantan en la zona. Además, los vascos van a sufrir las consecuencias de estar unidos a la Corona de España, como ocurrió con la confiscación de navíos para la Armada Invencible». A raíz de la combinación de esos factores, la presencia de los vascos en la costa noreste de América se fue reduciendo drásticamente, hasta que en el siglo XVIII su actividad ya era esporádica. El Tratado de Utrech tuvo una incidencia demoledora en este devenir.

El declive de la presencia de los vascos en la zona de San Lorenzo coincidió en el tiempo con la desaparición de los iroqueses a comienzos del siglo XVII, lo que ha hecho que algunos expertos consideren que ambos acontecimientos están relacionados. Aunque no existe una explicación concluyente sobre lo que sucedió con esa primera nación conocida como los iroqueses del San Lorenzo, las evidencias indican que su espacio habría sido ocupado por otras tribus, como los innu y los mi’kmaq, que se asentaron en la orilla derecha de San Lorenzo, mientras que los primeros lo hicieron en la izquierda. El responsable de Jauzarrea apunta la posibilidad de que los iroqueses desaparecieran «como entidad política, pero seguirían existiendo disueltos en otras tribus».


Restos de marineros vascos encontrados en unas excavaciones realizadas en la zona de Red Bay. (Xabier OTERO)

Finalmente, el paso del tiempo hizo que esos vínculos entre indios y vascos se fueran diluyendo, pero poco a poco se están recuperando gracias principalmente a los trabajos que se están desarrollando en Canadá. Esa labor comenzó a finales de los años 70 con la recuperación de restos de balleneros vascos hundidos en la costa este y ha seguido con «cientos de excavaciones que se han realizado a lo largo de estos treinta años en asentamientos vascos en la zona y que han permitido encontrar muchos miles de objetos de intercambio entre amerindios y vascos». Unos trabajos especialmente impulsados por las primeras naciones, ya que están «muy interesadas en recuperar esa relación con los vascos», señala Otero. Una muestra de ello es que se piensan organizar en Montreal, Toronto y Cap Breton (Nova Scotia), varios congresos, bien sobre arquitectura naval vasca, la aportación de los vascos a Canadá o las relaciones entre vascos y primeras naciones.

En cambio, en Euskal Herria, las investigaciones que se están llevando a cabo y la difusión de todas ellas está corriendo en mayor medida a cargo de entidades privadas como Jauzarrea, o como otras implantadas con una amplia base desde hace años como Albaola con la cultura marítima, ya que, como apunta Xabier Otero, «no existe apoyo en nuestro caso por parte de las instituciones, a pesar de que si se pudiera organizar el estudio y se ordena y analiza el material documental, las piezas del puzzle van encajando y el resultado es sorprendente». Así que todavía se pueden esperar nuevos descubrimientos que evidencien los estrechos vínculos de dos mundos separados por todo un océano, pero unidos por el lauburu.


Recreación de Port Royal, el asentamiento francés levantado en Nova Scotia por las tropas de Enrique III de Nafarroa y IV de Francia a comienzos del siglo XVII. (Xabier OTERO)

Atlantiar, una cita con la huella vasca

La solución solutrense al poblamiento de América y las relaciones entre vascos y amerindios de la costa este de Canadá son algunos de los temas que se tratarán en profundidad en el ‘Congreso Internacional Atlantiar. Huella humana en la fachada atlántica europea. Territorios en torno al golfo de Bizkaia’ de este año, cuyo eje central es ‘Los vascos desde el siglo XVI hasta inicios del siglo XXI’.

Este congreso, que se celebrará el próximo 15 de mayo en el Auditorio Ficoba de Irun organizado por Jauzarrea, reunirá a veinte expertos en diferentes materias que analizarán desde distintas perspectivas la huella vasca en varios lugares del mundo. Arqueólogos, antropólogos, historiadores, economistas, genetistas, lingüistas y etnólogos, entre otros expertos, tratarán a lo largo de una intensa jornada temas como los ya citados y otros como la brujería vasca y la Inquisición española, el sustrato lingüístico vascónico en Europa o la lengua vasca ancestral hablada hace más de 40.000 años en Europa. Cuestiones a las que se sumarán temas más relacionados con el presente, como la conferencia del exlehendakari Juan Jose Ibarretexe sobre ‘Sociedad global y respuesta local’ o la intervención de Xabier Otero, responsable de Jauzarrea, quien disertará sobre ‘Indagando el pasado. Encarando el futuro. Identidad, riqueza de la diversidad’.

Como los ponentes proceden de diferentes países, la organización cuenta con un sistema de traducción simultánea en euskara, castellano, francés e inglés para facilitar el seguimiento de las conferencias.

Las personas interesadas en el congreso que deseen obtener más información sobre el mismo pueden consultar la página web www.jauzarrea.com, donde todavía es posible inscribirse para asistir a esta cita con nuestra historia. El precio de dicha inscripción es de 50 euros.

Con esta edición, se pone fin a los congresos del programa multidisciplinar Atlantiar, en el que Jauzarrea ha conseguido aglutinar a más de cien investigadores de todo el mundo para escrutar la historia de 45.000 años de civilización vasca.