Alfons Rodríguez
SREBRENICA 1995-2015

Veinte años de dolor - SREBRENICA 1995-2015

En julio de 1995 se produjo en la ciudad bosnia de Srebrenica uno de los acontecimientos más crueles y oscuros del siglo XX: El genocidio de 8.373 personas, hombres, niños y ancianos de religión musulmana a manos del Ejército serbio. Dos décadas después, todavía quedan casi 2.000 cuerpos por localizar e identificar. Parece que la guerra en Bosnia y Herzegovina continúa.

A su muerte, Josip Broz Tito dejó un panorama terrible. Aquel año 1980 fue el punto de inflexión en el cual la moderna Yugoslavia, que él había fundado, comenzó a desmoronarse. Diferentes regiones comenzaron a anhelar el dominio de Los Balcanes. Eslovenos, serbios y croatas iniciaron la disputa y a partir de entonces y hasta 1999 diferentes conflictos explotaron por todo el territorio. En verano de 1991 Eslovenia y Croacia entran en guerra. En 1992 ocurre lo mismo entre Serbia y Bosnia, y ya casi en el siglo XXI se desata la contienda de Kosovo. Un laberinto de estupideces y ansias de poder que dejó la región en el más profundo y absurdo rincón de la incoherencia humana.

Fueron los nacionalistas serbios Slobodan Milosevic, ya fallecido, y Radovan Karadzic, absuelto de genocidio, los que idearon la consecución de una gran Serbia. La superioridad militar de estos empujó a Karadzic al poder en la región de Bosnia-Herzegovina y en la autoproclamada República de Sprska, y este nombró al después denominado “carnicero de Srebrenica” líder del aparato militar, el general Ratko Mladic –en la actualidad, detenido y a la espera de juicio desde 2011–. Aquel nombramiento supuso el inicio de la pesadilla de los bosniacos musulmanes.

Es en este punto de la historia donde brota la semilla del odio que acabaría por barrer la sonrisa de las caras de los habitantes de Srebrenica. Un toma y daca sanguinario se abre entre las tropas serbias y bosnias, una lucha terrible por la estratégica región de Prodinje. Srebrenica, junto a otras ciudades de mayoría bosnia, tuvo la mala suerte de encontrarse en territorio de la declarada República Serbia de Sprska, entidad política que buscaba la proximidad e integración de Serbia sin enclaves ajenos en su interior. La ciudad fue tomada por los serbios en 1992 pero apenas unos meses después fue recuperada por las tropas bosnias, lideradas por el general Naser Oric. El ejército bosnio intentó unir diferentes ciudades y áreas de mayoría musulmana al Estado de Bosnia-Herzegovina y para ello no dudó en perpetrar sus propios crímenes contra civiles serbios, lanzando contundentes ataques contra aldeas y enclaves ortodoxos. Nadie es inocente en una guerra, pero unos pueden ser más crueles que otros.

Srebrenica fue la base desde la cual operaba el contingente bosnio de Naciones Unidas, un enclave clasificado como zona de seguridad en 1993, amparada por las tropas de la UNPROFOR, los cascos azules encargados de la misión protectora de los civiles bosnios que acudían en masa a la ciudad buscando refugio. Todo, papel mojado sobre el que los políticos involucrados se limitaban a hacerse la foto y a sonreír con manifiesta hipocresía. A pesar de las órdenes de desmilitarización impuestas y supervisadas por las Naciones Unidas, ambos bandos permanecieron armados y beligerantes, aunque las tropas bosnias estaban pobremente armadas y sin recursos para defenderse, sitiados desde hacía tiempo, sin alimentos, medicinas ni agua. La situación incluía a la población civil y la ayuda internacional en esa materia era interceptada por las tropas serbias apostadas en torno a la ciudad. A principios de 1995 los cascos azules holandeses toman el relevo en la misión, unos 400 soldados con escasos recursos y órdenes contradictorias y confusas. En marzo de ese mismo año, Karadzic ordena el ataque y aniquilación de toda la población musulmana de Srebrenica. El general serbio Mladic entra en la ciudad y apenas encuentra resistencia ni por parte bosnia ni por parte de los cascos azules, que a pesar de las urgentes peticiones de apoyo aéreo a la OTAN para defender la ciudad, apenas recibieron ayuda, dejando en manos de los serbios el lugar. Unos 25.000 civiles se refugiaron en el cuartel general de la ONU en Potočari, un pueblo colindante a la ciudad, y otros 15.000 decidieron huir a través de las montañas hacia Tuzla y hacia otros lugares de mayoría musulmana. Pero las órdenes eran claras: matar a todo bosnio que pudiera suponer una amenaza o que pudiera perpetuar la etnia de religión musulmana. Muchas mujeres fueron deportadas y solo alguno de los huidos hacia Tuzla consiguió llegar a su destino, en un estado más cercano a la muerte que a la vida. El general Mladic repartía, mientras tanto, caramelos a los niños refugiados en Potočari, ante las cámaras de la televisión serbia.

Adiós en Potočari. Han pasado veinte años desde aquella despiadada matanza. Como cada mes de julio, en Potočari se disponen a recibir a los cuerpos que han sido localizados en fosas comunes e identificados por su ADN para darles sepultura definitiva. De los 8.373 asesinados todavía faltan 1.994, según las últimas cifras. El calor, la masa humana, el llanto generalizado, los desmayos y los largos, inútiles e hipócritas discursos de políticos y religiosos azotan la resistencia de las más de 50.000 personas que se congregan cada año para despedir y rendir homenaje a las víctimas.

El Parlamento Europeo, muy dado a efemérides, decretó el 11 de julio como el día para conmemorar el genocidio de Srebrenica. Pero no solo con memoria se puede hacer justicia.

Días antes de los entierros se lleva a cabo cada año una larga marcha por la paz que parte de Tuzla y acaba en Potočari. La caminata sirve para recordar la huida que realizaron en sentido contrario los refugiados bosnios perseguidos por las tropas serbias. Docenas de kilómetros entre valles preciosos, prados, cultivos, aldeas tranquilas, campos minados, fango y una atmósfera densa y tensa. Samir, de 27 años, fue uno de los niños huérfanos de guerra que pasó unos años en el Estado español a salvo de la salvaje postguerra. Samir regresa cada año para honrar a los que perdió. «Es imposible olvidar, hay que vivir con ello para siempre…», declara.

Cuando se alcanza Potoçari, multitud de mujeres lloran sin consuelo durante todos los actos ceremoniales. Sura Malić, de 79 años, es natural de Bratunac, una población muy castigada durante el asedio a la ciudad. Hace cinco años que enterró a sus dos hijos asesinados en julio de 1995; quince años de espera dolorosa. Ramiza Delić nació en Srebrenica hace 68 años y su cara ha perdido casi toda la expresión. Su hijo de 17 años, Ermin Delić, le fue arrancado de las manos hace veinte años y con él se llevaron también su vida. La situación se repite en docenas de mujeres a lo largo del pasillo que conduce al eventual velatorio que se establece anualmente en la antigua fábrica de baterías donde fueron recluidos y asesinados los hombres. Los ataúdes, cubiertos con el color verde del Islam, se disponen en meticuloso orden, acarreados por los familiares y voluntarios en una larga cadena humana desde el tráiler que los transporta desde la morgue de Sarajevo hasta el lugar donde esperarán para ser enterrados. Las familias inician la búsqueda de los suyos por entre las filas de féretros. Una vez localizados se libera el llanto contenido. Es como un ritual. Y así cientos de personas que acaban por hacer sentir el peso del dolor como si fuera el de uno mismo.

Convencido, rabioso y resignado, Fahadumi Ademović afirma, mientras asa un cordero en la parte de atrás de su casa, que «la guerra es una estupidez y los políticos unos bastardos». «Yo perdí a mis dos hermanos aquí mismo…», por la metralla que todavía adorna lúgubremente sus hogares, explica a 7K. En las casas abandonadas y ametralladas el tiempo parece haberse detenido. Así quedaron tras el ataque. «En un día podían caer hasta 1.300 proyectiles serbios… Yo soy musulmán, pero hubiera convivido con serbios sin problemas…», concluye.

El dolor continúa. Hayra Ćatić tiene hoy 71 años y poco cabello que peinarse debido al sufrimiento. Junto a su hogar quedan los restos semiderruidos del establo donde guardaban los animales hasta que aquel fatídico 11 de julio los serbios se lo quemaron con las bestias dentro y ante sus propios ojos. Pero eso no es nada comparado con su otra pérdida. Su hijo Nino, locutor de la radio de Srebrenica por aquel entonces, transmitió a todo el país la caída de la ciudad. De la misma emisora lo arrastraron al exterior y lo asesinaron. Tenía 26 años y eran más o menos las 11 de la mañana. Su cuerpo permanece, junto a otros, en paradero desconocido. «A veces pienso que este año va a ser el último, que encontraré a mi hijo y lo enterraré, 20 años son demasiados…», explica Hayra. «Estoy enferma, cansada y vieja… otras mujeres jóvenes deberán seguir con esta lucha». Esta mujer ha luchado mucho, su fervor la llevó a fundar el movimiento Madres de Srebrenica y a erigirse en su alma y en su estandarte.

Nura Begović forma parte de Mujeres de Srebrenica, otro movimiento femenino que intenta mejorar la crítica situación de la mujer en la ciudad. A ella le arrebataron 16 familiares, incluido su hermano. Tras la masacre fue deportada y llegó a Sarajevo, donde se casó; después, regresó a Srebrenica y finalmente compró una casa en Potočari. Nura es también fundadora y miembro de una cooperativa de mujeres que se dedica a fabricar pasta, pero el negocio no funciona muy bien. La cooperativa se formó para ayudar a las mujeres que habían perdido a sus maridos y no podían subsistir por sí solas. No hay trabajo en la ciudad ni en la región, la escasa industria desapareció durante la guerra y no ha vuelto. Y si para los hombres es difícil encontrar un trabajo, mucho más lo es para las mujeres. Todo es una espiral de despropósitos: «No podemos comprar materia prima para fabricar, no vendemos y no podemos pagar los sueldos de las cooperativistas...», declara Nura. La situación, explica, no es buena para nadie, ni bosnios ni serbios, pero si hay un puesto de trabajo siempre tendrá prioridad un serbio. El nacionalismo se mantiene con fuerza y es una de las mayores lacras del país. Otro de los problemas, asegura Nura, es la falta de gente joven: «Tienen que regresar a la ciudad y reconstruirla con sus propias manos, solo así limpiarán el triste pasado que la oscurece». «Dayton y los políticos solo trajeron la desgracia a nuestra tierra…», concluye.

Alexandre Prieto es belga de padre español y lleva más de doce años al frente del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas en Srebrenica. Prieto aclara que una tasa del 50% de paro azota a hombres y mujeres de la ciudad. «Tampoco hay inversiones y, además, en los últimos años todo ha empeorado y mucho», asegura. Las pocas opciones las da la agricultura y en ese sector están trabajando desde su programa de desarrollo: estructura, maquinaria y acceso al mercado. Pero la realidad es dura: «La discriminación laboral es altísima, los parados son en su mayoría bosnios y los empresarios serbios». Srebrenica no está de paso para nada ni para nadie y eso aísla, además quién va a querer venir a este lugar con la sombra que todavía planea sobre él. Hoy en día, la población ronda las 9.000 personas y es bastante estable, tirando a una leve disminución paulatina. Hay muchas más oportunidades de abrirse camino en Tuzla o en Sarajevo. Alrededor del 80% de los habitantes son serbios frente un 20% bosnio, justo al revés que antes de la guerra. En parte, el nacionalismo serbio se apuntó aquí un tanto.

Hablar de nacionalismo serbio es caer en un tópico: fascismo. Pero es que aquí es real y peligroso. Cada 12 de julio, en el cementerio y en la plaza del Ayuntamiento de Bratunak los nacionalistas y las autoridades de la República de Srpska se manifiestan abiertamente con consignas de ultraderecha. Los bosnios aseguran que es una provocación y los serbios claman que tienen todo el derecho a recordar a sus muertos a manos de los bosnios de la ARBiH (Armija Republike Bosne i Hercegovine). Banderas, insignias nazis y águilas bicéfalas idénticas a las que se pueden ver en Belgrado en manifestaciones de la misma índole y como respuesta a las conmemoraciones de Potoçari se exhiben en lugares de mayoría serbia.

Hace apenas un año las Madres de Srebrenica consiguieron que el Tribunal de la Haya responsabilizara al Estado holandés de la deportación y muerte de 300 vecinos de Srebrenica que se encontraban en el cuartel de los cascos azules el día de los hechos, buscando refugio y protección. Todos fueron entregados a las tropas serbias. El exculpado fue el militar al frente de la misión, el teniente coronel Karremans. Otros agentes serbios han sido detenidos en los últimos tiempos, acusados de genocidio. La respuesta serbia es la detención del militar bosnio musulmán Naser Oric, acusado de crímenes de guerra. La contienda no parece haber acabado y las heridas permanecen abiertas. El dolor continúa.