IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Protagonistas

Hace no tanto leí un libro sobre la creación de los guiones para cine. Lo escribía un hombre llamado Robert McKee, y el libro se titulaba simplemente “El guión”. Es una afición que tengo, porque, al igual que el teatro, el cine trata de retratar lo humano y, por tanto, me resulta interesante.

En un apartado determinado explicaba la naturaleza del personaje principal, el o la protagonista. Este personaje es el que lleva a sus espaldas la historia, y habitualmente es con el que nos identificamos como público, nos vemos reflejados, o confrontados, pero sus emociones, intenciones, obstáculos y logros pueden llegar a emocionarnos (si el guion está bien escrito). Este autor pasaba entonces a hacer un planteamiento que explicaba cómo este personaje avanzaba y cambiaba a lo largo de la película y por qué nos resultaba interesante seguirle. Y es aquí donde yo empecé a detectar algunas similitudes entre la ficción y la motivación que nos hace avanzar y cambiar en la historia de la vida.

Decía que, al igual que cualquier otro organismo vivo, las personas afrontábamos la vida haciendo uso de los recursos más disponibles para nosotros, tanto físicos como psicológicos, algo así como lo que conlleva el dicho «para quien tiene un martillo, todos los problemas son clavos». Y son esos recursos los que llevamos por delante ante las situaciones nuevas.

Poco más o menos, exponía la tesis de que utilizábamos acciones mínimas y conservadoras para adaptarnos, y ése es el estado inicial en el que nos encontramos al protagonista en una película. Según él, acciones mínimas en el sentido de que una persona no utilizaría más recursos de los estrictamente necesarios en función de su experiencia anterior para hacer frente a los retos; y conservadoras porque estas acciones asegurarían la conservación del estado anterior, es decir, el status quo en las circunstancias de la vida del o la protagonista.

En cierto modo, al trasladar esta visión de la motivación a la vida real, nos encontramos con que ilustra esa tendencia al equilibrio y también esa necesidad de seguridad que nos da poder predecir lo que va a pasar sin cambiar demasiado las cosas, sin asumir grandes riesgos. Sin embargo, continuando con la descripción de McKee, en un momento determinado algo sucede en la vida del o la protagonista que le impide seguir haciendo lo que hacía para conseguir sus objetivos. Bien porque ya no sirve lo que servía, porque las circunstancias externas cambian, o porque simplemente el o la protagonista desea algo distinto a lo que no puede llegar desde donde está. Tras ese detonante, el personaje tiene que elegir, si trata de revertir la situación (si es que es posible) a un estado anterior, o va hacia adelante cueste lo que cueste.

Volviendo a la vida, McKee pone en sus palabras esos momentos en los que, tras un acontecimiento externo o interno, nos hacemos conscientes de que no podemos seguir como hasta entonces, y hay que optar. Se abre entonces, dice, «un abismo», un momento de enorme incertidumbre tras el que sabemos que nada va a volver a ser igual. Si lo atravesamos, si no damos marcha atrás, la vida será diferente y, aunque en las películas hay un guion establecido, en la vida existen las opciones, si bien con acciones distintas.

Ya no son suficientes las acciones mínimas, normalmente tenemos que emplear mucha más energía para afrontar los cambios enormes; ni tampoco podrán ser conservadoras, así que tendrán que ser nuevas. Entonces, en las películas que nos emocionan, el o la protagonista da un último respiro, se prepara y salta hacia el abismo, probando algo nuevo y más arriesgado, pero movido por su objetivo, su deseo, movido por la vitalidad que ha estado siempre debajo. Puede acabar bien o mal; puede conseguirlo o caer al abismo y retroceder, pero ha vivido.