Janina Pérez Arias
Entrevue
Danny Boyle

«Tu propio éxito te crucifica»

Dos décadas después de “Trainspotting” (1996), y tras vencer un puñado de dudas, el realizador inglés Danny Boyle ha reunido nuevamente a los protagonistas de ese filme de culto para echar a andar su secuela. No es la primera ocasión, ni posiblemente sea la última, en la que voluntariamente Danny Boyle (Manchester, 1956) ponga el cuello en la guillotina. Al afrontar “T2: Trainspotting”, un título que ha llegado a nuestras salas comerciales este fin de semana, la apuesta era tan fuerte que hasta él mismo tuvo sus momentos de duda. Se lanzó sin embargo para mostrar cómo son en plena madurez (solo biológica) aquellos delirantes, heroinómanos y extremos protagonistas que recorrían las calles de Edimburgo y se mofaban de aquel “Elige la vida”, el eslogan de una campaña antidrogas.

Basada en la novela “Porno” (2002), de Irvine Welsh, y con guion de John Hodge, en esta secuela aquellos desmadrados Mark Rent Boy Renton (Ewan McGregor), Simon Sick Boy (Jonny Lee Miller), Begbie (Robert Carlyle) y Spud (Ewen Bremner) vuelven a las andadas en tiempos revueltos, y las expectativas del público son muy grandes. Es que “Trainspotting” –basada a su vez en la novela homónima de Irvine Welsh, publicada en 1993– se convirtió en un filme de culto desde que fuera estrenada a finales de los 90 y, cuando esto sucede, la legión de fans convierte en casi intocable su objeto de devoción. Eso le ha causado a Danny Boyle más dolores de cabeza que el Brexit.

La presentación «oficial» de “T2: Trainspotting” tuvo lugar en el reciente Festival Internacional de Cine de Berlín. A Boyle se le veía evidentemente orgulloso del resultado, pero más aún de constatar que pudo sobreponerse a todas las dudas y temores que hasta un gran director como él puede tener. En la mañana de este encuentro, el realizador de inolvidables historias como “Slumdog Millonaire”, “127 horas” o “La Playa” irrumpía en una suite del legendario Hotel Adlon de la capital alemana con pasos ágiles y parapetado tras sus gruesísimas gafas. “Veinte años no es nada” canta el tango de Carlos Gardel, y esa es la sensación que a veces da cuando Danny Boyle habla –entre bromas y a veces en serio– sobre el reencuentro, la madurez y de cómo se puede lidiar con la nostalgia.

Después de veinte años, ¿cómo fue el reencuentro en el set de rodaje de «T2»?

Sería bonito decir que todos los chicos llegaron al set y que surgió la magia del reencuentro, pero desgraciadamente no fue así (sonríe). La verdad es que, por causa de las agendas de trabajo de todos ellos, primero llegó Ewen (Bremner), luego se incorporaron Jonny (Lee Miller) y Bobby (Robert Carlyle), quienes estaban de vacaciones de sus programas de televisión y las interrumpieron a causa de nuestro rodaje. Ewan McGregor iba y venía, porque estaba terminando su película “American Pastoral” en Los Ángeles. Sin embargo, durante un par de días estuvieron todos juntos, y se pudo sentir una electricidad real.

Los actores ya no tienen esa energía salvaje de los años de juventud, sin embargo «T2» no decepciona…

Es muy extraño. Mientras hacíamos audiciones para los otros papeles, tuve una conversación con el actor John Gordon Sinclair, quien casi dos décadas más tarde hizo una secuela de “Gregory’s Girl” (1981), llamada “Gregory’s Two Girls”. Teniendo en cuenta su experiencia y lo que me esperaba, le pedí consejo y me dijo: «Haz exactamente lo mismo que en la película previa, porque si no lo haces, eres hombre muerto» (risas). No seguí el consejo (se ríe). Pienso que hasta cierto punto esta secuela tenía que ser igual, pero a la vez diferente, porque si la haces exactamente igual a la primera parte, la gente va a mirarte con desdén y hasta se burlarán de ti. Es que es una mezcla extrañísima, porque los espectadores quieren algo similar, pero al mismo tiempo exigen de ti que avances, que no te quedes en el mismo sitio.

¿No cree de todas formas que, aunque ruede la mejor película posible, siempre habrá quien diga eso de: «Vale, está bien pero no es la original»?

¡Por supuesto! Pero la ventaja es que te pones a trabajar en ello consciente de todos esos peligros o factores. El guion nos permitió divertirnos, jugar tal como lo hicimos en la primera película; y eso fue posible ya que contábamos con las experiencias personales de cada uno de nosotros, que ya nos hemos hecho mayores, pero al mismo tiempo teníamos una actitud de no saber qué hacer con toda esa experiencia. Por otra parte, puedes ver en la pantalla que los personajes no «lucen» como solían hacerlo hace veinte años, lo cual es cruel y brutal. La historia te lo recuerda, aunque cada uno de ellos trate desesperadamente de recrear el pasado.

¿Por qué decidió incluir flashbacks de la primera película?

Estuvimos experimentando, porque sentíamos que debíamos darle importancia de alguna forma. Podíamos incluirlo en momentos claves, como algunos recuerdos de Spud y otros que fueron surgiendo en el momento de la edición, que fue realmente un proceso maravilloso. A pesar de que al final es apenas un minuto de flashback, por el hecho de haberlo escogido con tanto mimo no rechina.

Da la sensación de que tuvo que matar la «nostalgia tóxica» para encontrar «la nostalgia constructiva», y así poder hacer este filme. ¿Fue así?

Verdaderamente la nostalgia puede llegar a ser muy peligrosa, porque puede convertirse fácilmente en algo sentimental. De modo que tienes que ser muy, pero muy cuidadoso. Sin embargo, el pasado vive en cada uno de nosotros, y hasta cierto punto mantienes una conversación con él. Una de las cosas por las que nos podríamos declarar «culpables» es el hecho de no abordar el pasado; es que mientras los personajes tratan de recrearlo, al mismo tiempo es como si no lo estuvieran haciendo como tal, que lo que tratan es de comportarse como si aún tuviesen la energía, el placer y la imprudencia de la juventud.

Cuando regresó al universo cinematográfico que creó hace dos décadas, ¿reflexionó sobre qué tipo de hombre y director era entonces?

Lo hice… Es que soy tan culpable como esos chicos (se ríe). Es obvio que los jóvenes de aquella época que retratamos eran extremos; sin embargo, sus figuras son muy realistas. Tengo tres hijos y, sinceramente, no les he visto mucho, al estar trabajando en lugar de llevarlos a la escuela y de recogerlos, o de velarles el sueño cuando estuvieron enfermos. Es cierto que tienes que reconocer tus propias acciones o llegar a un acuerdo contigo mismo con respecto a lo que hiciste en lo personal con aquellos 20 años.

Uno de los elementos importantes de la primera película fue la música. En «T2» ya no se oye rock, sino música electrónica y hip hop. ¿Es otra muestra del paso del tiempo?

La banda sonora de la primera película fue muy exitosa, y obviamente sentía mucha presión, sobre todo cuando continuamente me preguntaban: «La música va a ser buena, ¿no?» (hace un gesto de derrota). Ahí es cuando te das cuenta de que tu propio éxito te crucifica (risas). La primera banda sonora coincidió con un periodo musical fantástico en Gran Bretaña, de manera que fue fácil. Además, en aquel entonces yo era un gran aficionado a la música; para mí era como respirar, y sabía mucho de música en el momento en el que rodé la primera película. Pero ahora ya no es lo mismo porque me he hecho mayor, y siempre estoy preguntando: ¿Quién? ¿Qué? ¿Quiénes son esos? ¡Nunca los había escuchado! (risas). Sin embargo, tuve mucha suerte. Di con Young Fathers, que es un grupo fantástico de hip hop y son de Edimburgo, casualmente de la misma zona en la que Irving (Welsh, el autor de “Trainspotting” y “Porno”) centra sus historias y personajes.

En la primera parte vemos que los protagonistas roban el dinero de un traficante de drogas, mientras que en «T2» el dinero viene de la Unión Europea. ¿Cómo se interpreta eso en tiempos del Brexit?

(risas) Estas no son películas políticas como las de Ken Loach (“Yo, Daniel Blake”), aunque obviamente existe una relación con el tiempo y el ambiente sociopolítico en el que se desenvuelve el argumento. Cuando empezamos a rodar, no había ocurrido lo del Brexit. Llegaron las elecciones, yo voté por correo porque estaba en Escocia, y recuerdo que el 25 de junio del año pasado estábamos filmando. Todos nos quedamos en shock al conocer el resultado del referéndum. A efectos de la película nos dimos cuenta que teníamos un problema y nos planteamos la posibilidad de cambiar una escena en particular que se desarrolla ante representantes de la Unión Europea. Al final decidimos que no cambiaríamos nada porque Escocia había votado quedarse en la EU. Está claro que, a pesar del trauma que tenemos, Escocia luchará para permanecer en la EU. No hay que olvidar que desde 1707 los escoceses se llevan mejor con los franceses que con los ingleses (risas). De hecho, ambos lucharon unidos. Eso es lo que llaman «La Vieja Alianza» entre Escocia y Francia.

¡Pero usted es inglés!

Sí, lo soy. Bueno, soy de Manchester, así que es ligeramente diferente (risas). Pero hablando en serio, los escoceses me dejaron entrar porque les dije que no era de Inglaterra, sino de Manchester. Soy afortunado al ser un escocés honorario.

¿Hay muchas diferencias al trabajar en Escocia?

Los escoceses no se andan con tonterías. No puedes ir a contarles sandeces y si lo haces te matarían, lo cual es lo mejor de ellos. Además, Escocia es un lugar maravilloso para trabajar, porque tiene una frescura sin igual; mientras más al norte te vayas, en esas zonas industrializadas encuentras una combinación entre el tiempo y la desolación. ¡Eso me gusta!

¿No tuvo miedo cuando decidió hacer esta secuela?

Primero pensé que si el resultado fuese malo, probablemente nunca me recuperaría. Pero luego me di cuenta de que sería emocionante y, una vez que estás con las manos en la obra, olvidas aquellos pensamientos, porque los tienes que dejar de lado. Es que no podrías lograr absolutamente nada manteniendo el miedo acechando a tus espaldas. ¡Así no se puede! A veces los estudios cinematográficos te vienen con comentarios como que la gente está diciendo en las redes sociales que quieren esto o aquello, pero así no se puede trabajar. Y de hecho, no trabajamos así ni nos metimos en presupuestos de grandes cantidades de dinero, de manera que eso nos permitió mantener nuestra libertad, así como estar ligeramente fuera del campo de atención.

Una vez que te sientes libre de presiones, la obligación radica en que estás en deuda con la película original y con la gente que la adora. Eso no se te quita de la cabeza, y los actores lo sabían. Teníamos mucho que hacer en Edimburgo porque nos sentimos muy orgullosos de la película original, aunque a los escoceses no les gustó mucho cuando la hicimos allí hace veinte años (se ríe). Fuera de bromas, ellos también se sienten orgullosos y los ilustres de la ciudad pasaron por el set para saludarnos.

Después de todo este tiempo, supongo que usted y Ewan McGregor pensarán que fue una locura aquella primera colaboración y lo que supuso para sus respectivas carreras.

Fue maravilloso. Le he echado mucho de menos y, para nosotros, nuestro reencuentro resultó muy natural y sencillo. Ewan es un actor fantástico y capaz además de darle a su voz todas las entonaciones y el pulso necesarios, cosa que no resulta muy común. No en vano es también cantante y músico, de manera que siempre consigue al tono perfecto. Además, Ewan es un fantástico compañero de trabajo.

¿Piensa que sería posible una tercera parte de «Trainspotting»?

No lo sé. Le dedicamos tanto tiempo a esta película, que sería ridículo pensar en hacer otra tan de inmediato. Lo que no descartaría es la posibilidad de un spin-off o secuela. Irvine Welsh escribió un libro fantástico sobre el personaje de Begbie llamado “The Blade Artist” (publicado en 2016), el cual es completamente diferente a lo que conocemos de él, y se trata de una historia bastante corta. Bobby (Robert Carlyle) quiere de verdad hacerla, pero no sé si podría llamarle “T3”. Sospecho que no, pero ¿quién sabe?...