Iñaki Zaratiegi
Entrevue
GUY DELISLE

«Dibujo cual soñador que escribe viajes como si fueran postales para la familia»

Ser rehén es peor que la cárcel, donde sabes por qué estás y en qué fecha saldrás. De rehén no tienes ni esas referencias. No tienes nada». Es una reflexión del francés Christophe André, miembro de la ONG Médicos Sin Fronteras secuestrado en 1997 durante 111 días en Chechenia hasta que consiguió huir. El destacado dibujante Guy Delisle, nacido en Quebec en 1966 y residente en el Estado francés, conoció su historia y le costó quince años pasarla al cómic con el título de “Escapar. Historia de un rehén”, superventas en el Estado francés y publicado ahora en castellano por la editorial bilbaina Astiberri.

El autor de “Shenzhen”, “Pyongyang”, “Crónicas birmanas”, “Crónicas de Jerusalén” –título este que le valió el premio a la mejor obra del Salón Internacional del Cómic de Angoulême en 2012– o la serie “Guía del mal padre” ha realizado su cómic más original, logrando superar con detalle y fino humor el reto de dibujar más de 400 páginas de una peripecia vivida en vacías habitaciones cerradas. Delisle pasó por Bilbo en un encuentro que llenó el salón de actos de la biblioteca Bidebarrieta y concedió a 7K un tiempo de su ocupada agenda, educadamente serio e irónico, como en el autorretrato de sus populares historias.

Los viajes de donde han salido sus historias eran profesionales, no escapadas personales o aventuras propias.

Viajé contratado como ilustrador-supervisor de unos estudios de animación. Primero estuve en Nanjing y Shenzhén, ambas en China, y luego en Pyongyang, Corea del Norte. Después acompañé a mi mujer Nadège en su trabajo con la ONG Médicos Sin Fronteras a Rangún (Birmania) y a Jerusalén.

El germen de sus cómics, ¿fueron apuntes tomados por curiosidad, diversión, aburrimiento…?

Yo funciono con memoria selectiva, pero tras el primer viaje a China fui olvidando lo que había visto allí. En el segundo, tomé notas y ya en casa me dije: «De aquí puede salir una historia dibujada». La hice y funcionó.

Esa disciplina dio novelas gráficas en clave documental y autobiográfica. ¿Cómic periodístico a lo Joe Sacco?

No me planteo las definiciones, me quedo simplemente con BD (bande dessinée, cómic en francés). Pero Sacco es realmente un periodista que viaja para contar lo que ocurre. Yo no: entro en detalles de mi vida, pero Sacco se implica mucho más de modo personal y autobiográfico, mientras que yo tomo más distancia.

Ha dicho que se sintió como si elaborase postales.

Dibujo cual soñador que escribe viajes como postales para la familia.

«Pyongyang» es su obra emblemática. ¿Es por su originalidad o por la extrañeza que Corea del Norte produce en Occidente?

Es, desde luego, el país más raro que he conocido, cerrado y casi sin noticias exteriores. Da cierto miedo, como el “1984” de Orwell. Tuve que llevar flores a la estatua de Kim Il Sung… En Birmania también hay dictadura, pero es diferente, se podía, por ejemplo, escuchar emisoras extranjeras. Supongo que el libro sobre Corea suscitó mucho interés debido a lo desconocido que es el país.

Tras cuatro cómics sobre viajes, ¿se acabó? ¿No habrá un quinto?

Aquello suponía una posibilidad de moverse por el mundo y, tras tener hijos, viajamos a Birmania con el primero y a Israel con los dos. Pero ahora se han hecho mayores, mi mujer trabaja en Montpellier y hemos dejado de viajar como lo hacíamos aquellos años.

Dibujó una «Guía del mal padre». ¿Se necesitan guías para ser padre?

Fue justo dejar de hablar de lugares lejanos y hacerlo sobre mí mismo y mi realidad inmediata. Empezó como un blog y creció hasta los tres tomos publicados. Necesitamos que nos enseñen a ser padres, hay un montón de guías y me leí algunas. Como es algo serio les di a mis historias un aire más irónico y divertido. Es como decir que me cansa el modelo de padre perfecto. Es una guía que regalo a mis amigos que son padres por solidaridad.

¿Qué opinan ahora sus hijos de esos cómics?

Los han leído bastantes veces y los entienden. Me conocen bien y comprenden que están hechos con humor y para divertirse. También los han leído sus compañeros de colegio y ahí les causan más contradicciones cuando les preguntan por ese padre loco que tienen en casa.

En su última obra regresa a un mundo lejano, pero ya no en primera persona. El protagonista es el rehén.

La historia viene de lejos. Primero leí las peripecias de Christophe André en el diario “Liberation” y luego pude conocerle en persona. De hecho, ya lo mencioné en “Shenzhen” (2000), pero tardé quince años en realizar finalmente “Escapar”. Sentía una mezcla de miedo y respeto, porque me encontraba ante una tesitura nueva. Pero había una buena historia que contar y me rondó hasta que dije que no podía seguir durante más tiempo revoloteando en mi cabeza.

¿Fue un reto dibujar un relato minimalista de un hombre solo en espacios vacíos?

No excesivamente. Me gustan los pequeños detalles y la larga secuencia de los encierros me exigía usar muchas de las anécdotas que Christophe me contó, utilizar su resistencia sicológica, para no cansar al lector con un libro largo sobre hechos que se harían monótonos.

Ató a alguien con esposas al radiador de su estudio para hacerle fotos y poder reproducir la postura en la que Christophe vivió su cautiverio.

Lo necesitaba para poder hacer un dibujo fiel de lo que Christophe vivió mientras estaba atado. Lo divertido fue que alguien entró en la oficina en ese momento, lo vio sobre la mesa y se quedó rumiando a qué prácticas sospechosas me dedicaba…

En esta obra hay menos sentido del humor. Quizás le vino bien a su particular ironía a lo quebequés.

Es posible. Frente a la carcajada del humor francés, prefiero una sonrisa que se prolongue en el tiempo. Quizás tenga una influencia más anglosajona en el sentido de intentar leer entre líneas.

Su estilo de dibujo es limpio, claro, aunque trate situaciones tremendas.

Es por el tipo de textos de las historias, que son bastante cortas, y tampoco empleo grandes muestras de color y todo eso. Es una especie de equilibrio entre ambas facetas.

El cómic para adultos vive una gran evolución creativa que tardó años en explotar.

En los 80 había historias y formatos que no me interesaban, pero en los 90 surgió un sector independiente que cambió radicalmente el cómic. Era gente de mi edad con historias que tenían que ver conmigo, era la Nouvelle Bande Dessinée de David B. o Lewis Trondheim, que crearon la editorial L’ Association, junto a otras iniciativas. Lectores que habían amado el cómic de jóvenes volvieron a leerlo porque les contaba historias que les interesaban, no solo relatos de ciencia ficción.

Cine y cómic nacieron casi juntos; el primero evolucionó rápido y la historieta perdió mucho tiempo. ¿Por qué se mantuvo como gran industria de superhéroes casi solo para jóvenes, olvidándose además de las mujeres?

Sí que hubo algo de eso. Había buenas historias en lo gráfico, pero que no evolucionaban por la censura respecto al público más joven. En Estados Unidos estaban Robert Crumb o Art Spielgeman, pero no hubo dibujantes que les siguieran. Y después llegaron, principalmente en Francia y con retraso, los nuevos dibujantes independientes. La primera tirada de mi primer libro con L’ Association fue de solo 200 copias: entonces había dos o tres editoriales independientes y ahora son más de treinta. El cambio ha sido enorme.

¿«Maus», de Spielgeman, fue una influencia para usted?

Fue una influencia decisiva para la gente de mi generación que participó en ese movimiento independiente. Su capacidad de contar el horror nazi con animales demostró que era posible contar historias de forma diferente y dibujar muchas más cosas de las que se podía imaginar.

¿Le interesa la ficción, los superhéroes? Parece que le roba los «manga» a su hijo.

Ja, ja… Sí me gustan y claro que leo los tebeos de mi hijo. Existe una lucha entre el cómic americano y el japonés y la ventaja de Francia es que está en el medio, por lo que se traduce todo lo que sale en ambos mercados y en otros países.

¿La reivindicación femenina está haciendo surgir buenas autoras? ¿Se puede hablar de cómic de mujeres como el de Alison Bechdel?

Bechdel es cómic muy independiente. Me gustan también Marjane Satrapi o la israelí Rutu Modan. Hay muchas, pero no hablaría de cómic de mujer sino de mujeres que dibujan. No hay un cómic femenino como tal, aunque muchas hablen sobre asuntos de mujeres como “Les Culottées”, de Pénélope Bagieu, las obras de Catel Muller y otras.

Sus libros son un éxito, ¿cuál es su receta creativa?

Creo que hay sobre todo una complicidad con los lectores. La gente que me sigue ama mis historias y le gusta viajar conmigo a esos lugares. Y a mí me pasa al revés: cuando dibujo es como si me paseara junto a mis futuros lectores.

Parece que de momento deja los lápices y vuelve a la animación.

Está preparándose el proyecto de adaptar “Guía de un mal padre” a la animación. Me apetece mucho volver a mi viejo terreno profesional, pero debo discutirlo y organizarme bien porque supone un gran esfuerzo de trabajo.