Alba Muñoz
BORN FREE GENERATION

LOS «NACIDOS LIBRES» DE SUDÁFRICA

Nacieron con el fin del «apartheid» y con la inmensa figura de Nelson Mandela como símbolo de una recién estrenada democracia. En Sudáfrica, los jóvenes nacidos a partir de 1991 son conocidos como «Born Free Generation» (generación nacida libre). Se les presume privilegiados, libres de racismo y se espera de ellos que protagonicen el despegue económico de la que hoy es la mayor potencia africana junto a Nigeria. En plena caída del partido de Mandela por los escándalos de su sucesor Jacob Zuma, estos jóvenes votantes protagonizan una particular transición política con una mirada escéptica y global.

Cuando yo era muy pequeña mi padre biológico me enseñó que Dios hizo las abejas y el demonio hizo las moscas. De igual forma, Dios hizo a los blancos y el demonio, a los negros. Por entonces yo ya sentía que eso no estaba bien». Anoecha Kruger tiene 23 años, es sudafricana y blanca. Nació en Mpumalanga, una región montañosa al norte del país. Su madre la crió sola en una comunidad rural, entre granjas de familias de raza negra. «No supe qué era el apartheid hasta que llegué a primaria, pero incluso entonces el concepto me resultaba extraño, porque pensaba que todos éramos iguales».

Anoecha desciende de los colonos neerlandeses conocidos como afrikáners, que desembarcaron en Ciudad del Cabo a mediados del siglo XVII. Hasta los primeros días de su adolescencia no fue consciente del brutal legado de sus antepasados, un régimen de segregación racial y semiesclavitud que durante la segunda mitad del siglo XX mantuvo a la población negra recluida en espacios separados, sin derecho al voto ni al progreso.

Durante los últimos días de la guerra de la frontera de Sudáfrica, el movimiento liderado por Nelson Mandela consiguió derrocar al régimen impuesto por los afrikáner, que representaban poco más del 20% de la población. En 1994, Mandela se convirtió en el primer presidente de Sudáfrica elegido mediante sufragio universal.

Ese mismo año nació Anoecha. A todos los jóvenes nacidos después de 1991 se les conoce como la Born Free Generation, la generación nacida libre de apartheid. Bajo este sobrenombre, se les presume libres de racismo, privilegiados, soberanos. También se deposita en ellos la responsabilidad de liderar el ascenso global de la que ya es la primera potencia económica de África, junto a Nigeria. Hace un año que Anoecha terminó sus estudios de artes escénicas en Ciudad del Cabo. Su primera representación profesional fue “La Casa de Bernarda Alba”, de Lorca, en idioma afrikáner. Para ella, una señal del cambio político en Sudáfrica se da precisamente sobre el escenario. «Hago mi escena con una chica de color y la compañía es mixta. Aun así, sigue habiendo muchos estereotipos, y la sociedad sigue creyendo que los negros tienen que interpretar los papeles de criados».

El racismo no preocupa demasiado a Anoecha, le inquietan el crimen y las bandas. Según datos de la Policía sudafricana, entre 2015 y 2016 los asesinatos aumentaron casi un 5%, lo cual equivale a una media de 50 muertos al día. «Ser parte de los born free me ha liberado de mucha rabia que aún veo en generaciones anteriores», cuenta Anoecha, «pero las comunidades más pobres todavía luchan por estar un poco mejor».

Cuando oscurece en Johannesburgo, la capital económica de Sudáfrica, los trabajadores abandonan los rascacielos como hormigas en un tronco ardiendo. Muchos se dirigen a zonas residenciales vigiladas por empresas de seguridad privada, donde hay jardines rodeados de concertinas y cables electrificados. En seguida, de entre los edificios fabriles aparecen decenas de vagabundos, jóvenes mendigos, alcohólicos y drogadictos. Las calles se llenan de hogueras, risas desquiciadas y un azar violento que, sencillamente, impide permanecer en el centro de la ciudad. La mayoría de las personas que pueblan la noche son negras, pero también hay blancos.

Solo hay un barrio –dos calles, en realidad– en el que jóvenes de clase media-alta pueden disfrutar de la vida nocturna y donde hay restaurantes, conciertos y bares de copas. Se trata de un cruce del distrito de Maboneng, vigilado día y noche, que por el día resplandece con galerías de arte, tiendas de diseño y cafeterías hipster.

«¿Qué es ser libre?». Robert y Andile, de 26 y 25 años, tratan de ganarse la vida vendiendo los bolsos que diseñan en un mercadillo de esta zona. Todas sus creaciones están confeccionadas con materiales que encuentran cerca de las fábricas, y lucen la inconfundible silueta del continente africano. «¿Generación libre? ¿Qué es ser libre?», pregunta Robert. «Diría que soy libre para elegir lo que quiero hacer, pero no tengo el apoyo de mis padres ni de la sociedad. Somos parte de una generación libre, pero ser libre es duro».

Robert y Andile se conocieron vendiendo en la calle. Robert es bajito, hablador, y Andile un larguirucho más bien callado. Sus facultades como vendedor y diseñador casaban a la perfección, así que hace un año decidieron hacerse socios para tratar de buscarse un hueco en el mercado de los complementos de autor. A duras penas pueden vivir de lo que ganan, pero han conseguido alquilar un diminuto dormitorio en un barrio a las afueras de Johannesburgo que han convertido en su taller de costura. «No me interesa la política. Mi política es hacer lo mío, expresarme a través del arte y ayudar a la gente a formar parte de la sociedad: crear puestos de trabajo». No es extraño que estos jóvenes identifiquen su bienestar con el emprendimiento. «Estaremos mejor cuando ganemos dinero», sentencia Andile.

Además del elevado índice de criminalidad, la Sudáfrica post Mandela también lidera los rankings de desigualdad económica: el coeficiente de Gini pasó del 0,50 en 1993 a 0,65 en 2013 y casi un 36% de la población se sitúa por debajo del umbral de la pobreza. Los socios se muestran escépticos con el sistema democrático de su país y ven en la empresa privada el único modo de superarse: «Un voto no es mi voz, es una x en un papel», dice Robert. «Creíamos que las cosas iban a ser fáciles para todo el mundo, pero no hay igualdad de oportunidades. No puedes separar el pasado del futuro. Por eso queremos crear nuestra propia empresa y no vender a otros nuestras creaciones».

La masacre en la memoria. El 16 de agosto de 2012, pocos meses antes de la muerte de Nelson Mandela, se produjo la masacre de Lonmin, uno de los actos de represión más sangrientos de la etapa democrática del país. A tan solo cien kilómetros de Johannesburgo, una protesta de los trabajadores de la mina Lonmin Platinum, de propiedad británica, fueron acribillados por la Policía. Hubo 34 muertos y más de 250 heridos.

Kans, de 22 años, encuentra similitudes entre las muertes de afroamericanos de los Estados Unidos a manos de la Policía y la masacre de mineros de su país. «Cuando me hablaron de Nueva Orleans me dije, tío, tengo que ir allí. Pero cuando me dijeron cómo es de verdad, pensé que éramos lo mismo». Para este joven rapero de Johannesburgo, los medios de comunicación deforman la realidad de ambos países: «Al ver la televisión da la impresión de que no hay crimen ni pobreza, pero allí la realidad es muy distinta, como aquí».

Hace dos semanas que Kans lanzó su primera maqueta en internet y ya ha conseguido 11.000 descargas. Hablamos con él en una zona tranquila de la ciudad, bajo una autopista, entre fábricas y grafitis de gran altura. Kans aparece con su joven manager, listo para una sesión de fotos. «En mis letras hablo de mi día a día, de mis problemas, que son los problemas de todos».

Son muchos los jóvenes sudafricanos que intentan abrirse camino a través de las artes en un país donde las principales industrias son la minería, el ensamblaje de automóviles, la metalurgia y los fertilizantes, y donde el paro juvenil alcanza el 51,3%, según datos de World Factbook. El país más austral de África se ha convertido en un auténtico surtidor de tendencias y creatividad con sus propios cauces de influencia. Sin ir más lejos, el sector de la música electrónica lidera los índices de producción y consumo a nivel mundial y ya es habitual ver artistas sudafricanos en los festivales internacionales de más prestigio.

Cuando se le pregunta sobre el apartheid, Kans cuenta lo que sabe por sus familiares: «Nuestros padres tuvieron que luchar por nosotros, para que pudiéramos ir donde quisiéramos sin miedo. Si aún existiera el apartheid, estaría acabado. A los negros no se nos permitiría tener éxito, ni una vida. No sabríamos lo que es ganar dinero, comprar un coche. Viviríamos a la sombra de otros. Creo que ahora hemos avanzado, aceptamos el pasado y miramos al futuro».

Kans nunca ha votado en unas elecciones. Sonríe con timidez cuando se excusa y dice que siempre le surge algo mejor que hacer. Durante su infancia, Kans se metió en muchos problemas, y dice que lo único que le importa es que su madre esté orgullosa de él: «Solo quiero ser una persona mejor».

Es habitual que a los born free se les acuse de no estar suficientemente politizados. En la escuela de música de Soweto, el mayor township a las afueras de Johannesburgo, un joven profesor en la treintena asegura que esta generación ha olvidado la lucha de sus padres contra el apartheid. «Están atontados, todo el día mirando el móvil, no saben lo que es luchar».

Soweto, lugar de nacimiento de Mandela, pasó de ser una aglomeración de chabolas a convertirse en una ciudad autónoma con servicios, plazas y concesionarios. En 2011, ya vivían allí 1.300.000 personas. En 1976, entre estas polvorientas calles tuvo lugar el famoso levantamiento de Soweto. Era el mes de junio, y los estudiantes de distintas escuelas marcharon en forma de protesta por la introducción del afrikaans, lengua de los colonos, como idioma vehicular para la mitad de las clases. Aunque las cifras oficiales de muertos que dejó la Policía rondan los 176, es muy probable que los fallecidos sobrepasaran el medio millar.

No es muy justo decir que los jóvenes de hoy no están politizados. En 2015 hubo protestas en la Universidad de Ciudad del Cabo contra el aumento de las tasas universitarias, y el progresivo dominio del afrikaans en las aulas hizo estallar a muchos estudiantes. Anoecha, la joven actriz, lo cuenta así: «Es la lengua en la que la gente fue oprimida, es injusto que la impongan. Hay chicos de mi generación muy racistas porque sus padres los han educado así, pero mucha gente que cree que simplemente el racismo es algo anticuado e incorrecto».

Vivir en Soweto. La discriminación por el color de piel parece algo pasado de moda. Para los born free es una cantinela antigua, historias de gente mayor. Sin embargo, el racismo sigue estando presente en sus vidas de una forma más sutil y, en realidad, global: a través de la desigualdad económica y de acceso a la educación. «La universidad no es asumible por muchas familias, es demasiado. Y nunca sabes qué niño va a inventar la cura del sida», cuenta Karabo Ricks, una joven poeta y cantante de Soweto. Karabo empezó en los coros de la iglesia y ahora canta hip hop. Aparece con un gran moño de rastas envuelto en un turbante junto a su amiga, la escritora y bloguera Goitse Lubuto, quien recuerda que el sida sigue siendo la principal causa de muerte en Sudáfrica.

«Las dos nacimos y crecimos en Soweto, es un lugar precioso, con mucha cultura, nos sobra el crimen», cuenta Karabo. «Aunque en la tele siempre salen crímenes que aquí no vemos», añade Goitse. «Nuestras familias se aseguraron de que nos centráramos en los estudios y en seguir nuestra pasión». Eso, según la joven escritora, les da un mejor futuro: «Yo, por ejemplo, voy a retratar el mundo en el que vivo, sobre cosas que me afectan, como la emancipación o la masacre de los mineros. Lo que salió en televisión no fue lo que ocurrió en realidad. Tenemos un gran problema con los medios de comunicación en este país».

Goitse no es la única que lo dice. Los meses previos a la muerte de Mandela, muchos sudafricanos denunciaron un auténtico apagón informativo orquestado por el Gobierno. Karabo nació en 1989, justo en el umbral de los born free y cree que es verdad que los más jóvenes se concentran en lo nuevo: «Qué hacemos, dónde vamos, quién actúa esta noche. Pero el hecho de que no estén involucrados en política no quiere decir que no estén informados. Yo misma no estoy interesada, pero observo y entiendo». «Se hace difícil encontrar un partido que te represente», cuenta Goitse. «Asisto a debates entre partidos y veo que mis preguntas no van a ser respondidas. La electricidad no funciona bien en mi barrio, pero ellos prefieren dividirnos y hablar de segregación. Habrá terminado el apartheid, pero no hay libertad ni democracia».

Sudáfrica lleva algunos años sumida en una crisis política que en realidad es una transición. El único partido que ha gobernado en democracia es la ANC, fundado por Mandela y liderado por sus sucesor Jacob Zuma, quien acumula centenares de acusaciones de fraude, corrupción y estafa, y que llegó a gastar 28 millones de dólares del erario público en su vivienda. En los últimos meses, la presión para que abandone el cargo se ha acentuado tanto que es probable que ni siquiera termine su mandato.

Lo que está por ver es si el partido hegemónico que trajo el fin del apartheid, y que consiguió mejorar las condiciones de vida de miles de personas, conseguirá resistir la corrupción de Zuma, la desconexión de las nuevas generaciones con la política tradicional y el ascenso de otras fuerzas mixtas.

Las repercusiones de la lucha «antiapartheid». Probablemente, Zinhle Zwane represente el futuro que muchos sueñan para Sudáfrica. Esta joven de 24 años, hija de una prominente familia zulú cristiana y becada como artista en la universidad de Johannesburgo, realiza cuadros con sal. Este material le permite reflexionar sobre la sociedad patriarcal, su propio poder y su identidad: «Mucha gente asume que porque no experimentamos la lucha no sabemos nada. Pues bien, vivir en la Sudáfrica democrática es vivir las repercusiones de esa lucha, del mismo modo que vivimos una era post colonial».

Zinhle siente que en su país el poder sigue siendo blanco: «Puedo sentarme y hablar con una mujer blanca, podemos ser amigas, pero las superestructuras de este país no han cambiado».

Nelson Mandela soñó la Rainbow Nation, la nación arcoiris, un concepto político sobre la convivencia multirracial que más tarde inspiraría la bandera nacional. Para la mayoría de estos jóvenes se trata de una utopía hacia la que deben seguir encaminándose; otros la miran con distancia y escepticismo. Zinhle la ve como una bonita mentira: «En Sudáfrica el arcoiris tiene dos colores: el blanco y el negro. La clave está en que la gente aprecie lo que les hace diferentes y, al mismo tiempo, lo que les une. No tenemos eso, no hemos sanado. Se trata de entender que si las estrellas brillan, es por la noche oscura».