Juanma Costoya
UN VISIONARIO SIEMPRE DE ACTUALIDAD

Las profecías cumplidas de George Orwell

La proclamación de Donald Trump el pasado 20 de enero como presidente de los Estados Unidos coincidió con un sorprendente hecho editorial. La novela de Orwell «1984» alcanzó los puestos cimeros en la lista de los más vendidos de Amazon. Algunos analistas afirman que Trump es la causa y Orwell el efecto.

Teniendo en cuenta que esta obra icónica lleva casi setenta años en los escaparates parece razonable buscar lejos de la novedad las razones de este éxito editorial. Y es que para muchos de los detractores del 45 presidente electo su comportamiento recuerda muchas de las características del Gran Hermano orwelliano. Como para confirmarlo, Trump se embarcó, en la misma semana de su llegada a la Casa Blanca, en una serie de afirmaciones más tarde desmentidas por los principales medios norteamericanos. La polémica comenzó con el número de personas que acudieron a la ceremonia de proclamación y continuó con la denuncia en Twitter sobre los casi tres millones de votos ilegales que habrían respaldado a la candidatura de Hillary Clinton. En este litigio ni siquiera tuvo el respaldo de su partido.

No parecen cuestiones muy trascendentales, pero alarma comprobar que desde el primer minuto la presidencia del estado más poderoso del mundo juega con los hechos con total impunidad. Tampoco ayudaron las declaraciones de una de sus portavoces, Kellyanne Connway, hablando de «hechos alternativos», expresión que suscitó en Margaret Sullivan, columnista del diario “The Washington Post”, una reflexión en el sentido de que la presidencia de Trump se adentraba en lo más profundo de la obra de Orwell. Para otro analista internacional, Jean Seaton en “The Guardian”, las semillas de la manipulación a gran escala que ahora florecen fueron plantadas durante la presidencia de George W. Bush. Ilustra su afirmación citando las inexistentes armas de destrucción masiva de Irak, el cenagal de la invasión de Afganistán o la gigantesca estafa financiera de 2008 que sumió a Estados Unidos, y al mundo a renglón seguido, en una crisis financiera de consecuencias aún imprevisibles. La verdad fue abolida ante la pasividad de los ciudadanos.

Y no solo en los comunicados de Washington. Las iglesias norteamericanas y muchas escuelas hablan del creacionismo para explicar la formación del mundo. Algunos políticos niegan el calentamiento global y el cambio climático. La manipulación por parte de organismos oficiales es una mancha de aceite que se extiende por el mundo entero. En la India, por ejemplo, se enseña en algunas escuelas que las vacas luchan contra el calentamiento global «exhalando oxígeno». Puro Orwell. “La ignorancia es la fuerza”, “La guerra es la paz” son los títulos de algunos capítulos del libro prohibido que Winston Smith, el protagonista de “1984”, lee a escondidas en su cuarto. También en otra obra de Orwell “Rebelión en la granja”, Squealer, el cerdo propagandista, se jacta de poder convertir lo negro en blanco y de ser un experto en “Nuevas Creencias”. No parece extraño que el autor esté de actualidad.

En Aragón. George Orwell luchó en el frente de Aragón entre el 17 de febrero y el 25 de junio de 1937, fechas que coinciden con la apertura y cierre de la exposición “Orwell toma café en Huesca” (en alusión a las palabras del comandante republicano que, tan optimista como falto de fundamento, anunció a los milicianos que al día siguiente entrarían en la capital aragonesa). En un anexo del Museo Arqueológico de Huesca se exhiben documentos, fotografías, carteles, escritos y propaganda. En algunas instantáneas puede verse a un Orwell flaco y desgarbado, sacándoles una cabeza a todos sus compañeros de armas, exhibiendo una sonrisa a medio construir, quizá irónica, quizá tímida.

Fue en la guerra del 36 donde Orwell se encontró con la manipulación periodística y política a gran escala. El autor podía ser un idealista pero no era ingenuo. En su “Homenaje a Cataluña” (1938) puede leerse: «En todas las guerras hay un proceso de degradación conforme pasan los meses, porque cosas como la libertad personal y una prensa fidedigna son incompatibles con la eficacia militar». Pese a ello, en el frente de Aragón y en la retaguardia en Barcelona tuvo noticia de batallas y tomas de posiciones que nunca existieron. Aún peor. Padeció las purgas estalinistas y leyó acusaciones de cobardía y colaboración con el enemigo dirigidas hacia camaradas suyos de quienes le constaba que se habían batido con bravura.

En las trincheras aragonesas de la sierra de Alcuvierre Orwell alumbró su antiestalinismo, más tarde refrendado por las purgas a los partidos revolucionarios en Barcelona. En el frente de Alcuvierre no hubo épica. Los amaneceres eran heladores, alumbrando un horizonte de colinas erosionadas y un entorno inmediato lleno de latas de conserva y excrementos. El propio Orwell afirmó que el aburrimiento y el frío eran los principales enemigos de los milicianos del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) allí destacados. Un francotirador fascista le metió una bala en el cuello y Orwell fue evacuado al hospital de guerra de Pueyo de Barbastro. No bien se hubo recuperado, abandonó el país por el paso de Portbou junto a Eileen, su mujer.

De Birmania a Escocia. Mucho antes de personarse en los Barracones Lenin de Barcelona para alistarse en la milicias del POUM, la vida de Orwell ya atesoraba un recorrido singular. Hijo de un funcionario colonial destinado en la India, vino al mundo en 1903 con el nombre de Eric Arthur Blair. Su padre se ganaba la vida regulando los entresijos del turbio comercio de opio con China. A muy temprana edad regresó a Inglaterra con su madre. Con tesón logró una beca para Eton, el elitista colegio antesala de las universidades de Oxford y Cambridge.

Sin embargo, a pesar de que sus calificaciones le permitían dar el paso a la universidad, decidió no matricularse. Más tarde explicó que el clasismo, tan indeterminado como preciso en Inglaterra y al que aborreció desde muy temprana edad, le impidió dar el paso. En su lugar se unió a la Policía Imperial y marchó a Birmania, la tierra de su relato “Matar a un elefante”. En 1927, al cabo de cinco años y sin perspectiva alguna de futuro, renunció a su puesto.

Los próximos años los pasaría vagabundeando, empleándose como trabajador itinerante en diversos oficios. Estas experiencias fueron la base para la escritura de “Sin blanca en París y Londres” (1933), su primer trabajo literario firmado como George Orwell. Fue profesor de escuela, camarero, atendió una librería y fregó platos. También pasó un par de meses vagabundeando por los distritos industriales del norte de Inglaterra, tiempo en el que recopiló numerosos escritos que más tarde se convertirían en “Carretera a Wigan Pier” (1937).

Durante la Guerra Mundial Orwell se empleó en la sección india de la BBC junto a otros escritores como T.S. Elliot. Conducían programas de carácter literario destinados a mostrar el apoyo del subcontinente al esfuerzo de guerra británico. Sobre el papel era un buen trabajo, pero de nuevo su férrea conciencia se interpuso y renunció. Era 1943 y en la BBC Orwell encontró resabios imperialistas. Aquello le pareció «una naranja aplastada por una bota sucia».

Tiempo después comenzó a colaborar con el periódico socialista “Tribune” vinculado al ala izquierda del Partido Laborista. La inmediata posguerra fue testigo de su consagración literaria. “Rebelión en la Granja” (1945) fue un éxito casi fulminante eclipsado por la pésima salud de Orwell y por la muerte de su mujer. Buscando un refugio del bullicio de Londres y de los apremios del periodismo se trasladó a Jura, una isla del archipiélago de las Hébridas escocesas. Allí habitó junto a su hijo Richard, y en condiciones espartanas, una casona aislada, de cara al mar, batida por los vientos y sin luz eléctrica. No parece que pensara mucho en sus pulmones enfermos a la hora de elegir el destino. Tenía ya “1984” en la cabeza y su opresiva atmósfera pesaba sobre su ánimo. El arma nuclear arrojada por los norteamericanos había arrasado Hiroshima y Nagasaki y un espectro apocalíptico se dibujaba en el horizonte.

En su refugio desconfiaba de las visitas que no vinieran avaladas por su conocimiento directo. Ya habían pasado seis años desde el asesinato de Trotsky en su casa de Coyoacán a manos del enviado de Stalin, Ramón Mercader, pero su recuerdo aún le obsesionaba. Siempre guardaba una pistola a mano. La isla de Jura le proporcionó aislamiento pero no salud. Volvió a casarse con Sonia Brownell en su lecho de muerte. Falleció de tuberculosis tres meses más tarde, el 21 de enero de 1950. Tenía 46 años.

Neolengua. La vida y la obra de Orwell han sido instrumentalizadas por un amplio espectro político. Liberales, conservadores, excomunistas, anarquistas, libertarios de derechas, halcones y pacifistas han encontrado en sus escritos y en su ejemplo argumentos que refuercen sus ideas. Fue un hecho que el Gobierno de Estados Unidos distribuyó ejemplares de “Rebelión en la Granja” por medio mundo. Y también lo fue que la CIA compró sus derechos cinematográficos y los de “1984” a su viuda para producir películas propagandísticas contra la URSS. La agencia norteamericana omitió sus críticas al capitalismo y cambió los finales de las obras para adecuarse a sus intereses.

No se podía manejar a Orwell sin mentir. En vida fue recordado como un hombre obstinado. A menudo fue duro y frío con sus aliados. Era un intelectual de clase media que despreciaba a la clase media y a los intelectuales, a los que se refería como «toda esa tribu deprimente de mujeres de pensamiento elevado perfumadas de sándalo y hombres barbados bebedores de zumo de fruta que van en manada al olor del progreso como los moscardones a un gato muerto».

La profundidad de su compromiso le alejó de muchos de sus colegas que no comprendían su obstinación en no llevar abrigo en invierno o su costumbre de sorber el té ruidosamente a la manera de la clase trabajadora. Orwell era brillante y culto y su determinación de vivir solo un par de peldaños por encima de la miseria exasperaba a los que le rodeaban.

Christopher Hitchens, el polemista británico flagelo de la Madre Teresa y autor de “Dios no es bueno”, afirma en su obra “Por qué es importante Orwell” que el autor se enfrentó con acierto y desde la primera hora a los grandes desafíos de su tiempo: el imperialismo, el fascismo y el estalinismo. A pesar de ello su perspicacia no alcanzó otros temas capitales. Consideraba a Gandhi un mesiánico vegetariano y un charlatán. Creía que las naciones pequeñas no podrían jamás independizarse y propuso que Gran Bretaña y Holanda por un lado, y China por otro, constituyeran una federación de estados socialistas que tutelaran las islas y la tierra continental del sudeste asiático respectivamente.

¿No recuerdan esas iniciativas al imperialismo? Su contribución más perdurable tuvo lugar en el campo del análisis del lenguaje, algo que popularizó en su novela “1984” con la neolengua usada por el Ministerio de la Verdad. Orwell odiaba las abstracciones, las metáforas, las palabras de raíces latinas, las polisilábicas. En uno de sus últimos artículos, “La Política y la lengua inglesa” publicado en diciembre de 1945, puede leerse: «El lenguaje político, y aunque con variaciones esto es válido para todos los partidos, está diseñado para que las mentiras suenen a verdad y los asesinatos parezcan algo respetable; para dar aspecto de solidez a lo que es puro humo».

¿Qué pensaría de un presidente norteamericano cuyo elemento de comunicación favorito es una red social que admite un máximo de 140 caracteres?