María Suárez
Entrevue
TANSY HOSKINS

«Detrás de la belleza de la moda hay sangre y abusos»

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Mientras el medio millón de viandantes diarios contemplaban los estilosos escaparates de la londinense Oxford Street, la avenida comercial más concurrida de Europa, el Rana Plaza, una fábrica textil de ocho plantas, se venía abajo en Bangladesh y más de mil trabajadores que confeccionaban ropa para empresas como Inditex, Mango, GAP o Benetton fallecían entre los escombros. Mientras las pasarelas de la moda eran testigos de desfiles de reconocidas modelos vistiendo algunos de los diseños más lujosos del planeta, dos hermanas fallecían de desnutrición en Uruguay al intentar alcanzar la delgadez exigida en las pasarelas. Mientras millones de personas compraban prendas low cost, uno de los lagos más grandes del mundo se convertía en desierto por culpa del masivo cultivo de algodón. «La moda es como un precioso pastel al que, al cortarlo, se puede ver la sangre que hay en su interior», asegura la periodista de moda Tansy Hoskins. En “Manual anticapitalista de la moda” (editorial Txalaparta), Hoskins denuncia sin tapujos los entresijos de una industria de apariencia amable que esconde una realidad desgarradora de manipulación física y psicológica, abusos laborales y atentados contra la naturaleza.

Nos citamos con la autora en un local del Soho londinense, antes de la charla sobre moda y feminismo que ofrecerá en la escuela de moda de Condé Nast, propietaria de la revista “Vogue”, criticada en varias ocasiones en el libro.

En más de una ocasión, mientras leía el libro, me he detenido a observar y tocar la ropa que llevaba puesta y a analizar la etiqueta de «Made in Vietnam». Los escaparates de las principales cadenas ya no me muestran lo mismo. ¿Qué ocurre? ¿Ha logrado su objetivo con el libro?

Es una reacción muy buena. El objetivo es enseñar la terrible realidad que esconde la industria de la moda. Y cuando el lector descubre lo que hay detrás, ya no lo puede dejar de ver. De ahí que los escaparates de las tiendas ya no muestren lo mismo, porque se ve lo que hay más allá. Hay una frase que incluyo en el libro de Arundathi Roy: «No ver nada es un acto tan político como ver algo».

Un suceso que menciona en varios momentos es la muerte de más de mil personas tras el derrumbe del complejo textil Rana Plaza en Bangladesh hace cuatro años. Tuvo la oportunidad de entrevistar a algunas de las víctimas, que perdieron a sus hijos en la tragedia que podía haberse evitado. ¿Cómo le resultó la experiencia?

Fue una de las entrevistas más difíciles que he hecho en mi vida. Lo del Rana Plaza ocurrió cuando ya había escrito el libro, a tan solo seis días de entregarlo, pero me vi en la obligación de incluir aquel desastre en las páginas. Las entrevistas que posteriormente realicé a algunas madres de las víctimas fueron muy duras; de hecho, me costó mucho tiempo recuperarme de ese viaje. Algunas de esas personas todavía no han obtenido respuestas sobre qué ocurrió con sus familiares, porque la industria textil en Bangladesh es tan precaria que en muchos casos no se ha podido probar que ciertas víctimas trabajasen en la fábrica, así que oficialmente se les da por desaparecidas, no muertas. Y como consecuencia, no se cobra indemnización alguna. Me entrevisté con madres que perdieron a sus hijos e hijas, abuelas que ahora tienen que ejercer de madres.  A lo que hay que añadir que son increíblemente pobres. Es muy duro,  horrible.

Una de las situaciones que denuncia es el hecho de que grandes marcas se valen de sistemas de subcontratas para la confección de sus prendas. Así, se lavan las manos cuando se producen los accidentes laborales. ¿Por qué algo tan obvio pasa casi desapercibido en nuestra sociedad?

Creo que es parte de la naturaleza de la industria de la moda actual. El producto es muy bonito y vemos muy lejos de nosotros su producción y su realidad, hay una desconexión mental entre ambos procesos. Las marcas gastan millones de libras anuales para crear una imagen de perfección y las personas se sienten psicológicamente ligadas a ellas. «Soy una chica Zara, me encanta H&M»... Con esta mentalidad, es difícil ver esta realidad de subcontratación y de abusos laborales. Desde los años 70, con la globalización, las grandes firmas llevan trabajando de esta manera, sin pagar a los trabajadores un sueldo justo, sin sentirse responsables de sus empleados… En el caso del Rana Plaza, por ejemplo, las marcas se negaron a proporcionar cualquier indemnización hasta que se puso en marcha una campaña de presión internacional.

Pero los abusos en el sector textil también se dan en países europeos. Hace dos años usted misma publicó en el diario «The Guardian» que trabajadores de fábricas de ropa de Gran Bretaña ganaban tres libras por hora de trabajo (unos tres euros y medio)...

Es una locura. Y ocurre en este país. El problema radica en que los gobiernos –no solo en Bangladesh, también aquí en Inglaterra– han realizado tales recortes en la industria de la moda que cada vez hay menos inspecciones en las fábricas y cada vez es más difícil destapar situaciones abusivas. Al Gobierno no le interesa la clase trabajadora. Normalmente son las mujeres las que terminan trabajando con estos salarios tan bajos, mujeres de grupos marginales en la sociedad, con el inglés normalmente como segunda lengua, que no están unidas a ninguna red de apoyo o sindicato y están explotadas. Y al Gobierno no le importa, ni tampoco a las marcas de ropa. En muchas ocasiones este sector de empleados que trabaja por tres libras la hora lo hace para las nuevas empresas de moda en internet. Es algo que debería ser noticia todos los días, pero no lo es.

En la obra nombra sin tapujos multinacionales como GAP, Inditex, American Apparel, Gucci, Christian Dior o Chanel como responsables de la actual situación. ¿Ha recibido algún tipo de respuesta por parte de los aludidos?

Afortunadamente no (risas). Obviamente hay que pensar mucho sobre lo que se escribe, sobre las consecuencias legales que puede acarrear este tipo de publicaciones. Hay que tener cuidado con los términos que se utilizan en algunas ocasiones acerca de la evasión fiscal, por ejemplo. En ese sentido, mis editores se han informado mucho sobre ello. Y de momento, no he obtenido respuesta o contacto por parte de las marcas aludidas.

En el libro trata los diferentes ámbitos en los que la industria de la moda tiene una influencia extremadamente perjudicial. Y a todos esos capítulos los envuelve la burbuja del capitalismo. ¿Hasta qué punto es una utopía el poder cambiar totalmente de sistema? ¿Qué posibilidad hay de llegar a un punto intermedio que contemple, por ejemplo, creación de sindicatos en Bangladesh o un salario mínimo?

Evidentemente la idea de una sociedad post capitalista es algo utópico, pero creo que es importante escribir sobre ello porque si puedes aunque sea imaginar algo, puedes empezar a trabajar por ello. Hay un refrán que dice: «Los revolucionarios han creado los mejores reformistas». Quizás estés luchando por las estrellas y no las consigues, pero consigues la luna. Todo el mundo que conozco ligado a la política radical está luchando por los derechos sindicales o contra el cambio climático. Sería estupendo llegar a ese punto  medio, pero incluso ahí hay mucha oposición. Existen muchos intereses en contra de un salario mínimo en Bangladesh, contra la libertad de asociación o contra la creación de sindicatos.

Resulta terrible la historia de dos hermanas modelos que fallecieron por anorexia en el año 2006 a consecuencia de la desnutrición. Hoy en día son varias las modelos que se han atrevido a  publicar las condiciones extremas a las que se someten, como por ejemplo Erin Heatherton, quien denunció la dieta extrema que le obligaba a mantener la empresa Victoria’s Secret. Además, en Madrid y en París las modelos deben de tener un IMC mínimo antes de subirse a la pasarela. ¿Está cambiando algo en ese aspecto?

Es cierto que hay más conciencia sobre ello. Pero las historias terribles todavía suceden. Recientemente por ejemplo, la denuncia contra la compañía de casting Madia&Ramy por obligar a las modelos a permanecer de pie sin moverse durante horas en un hueco de escalera. También se sigue produciendo acoso sexual. Las mujeres jóvenes siguen estando obligadas a mantener un peso que no entra dentro de lo saludable. Pero de la misma manera, es cierto que se han producido cambios en temas como diversidad, talla o racismo, aunque todavía estamos lejos de una moda que vaya de la mano de la salud física y mental.

¿Por qué apenas se contratan modelos negras?

Algo positivo a destacar es que la edición británica de “Vogue” ha propuesto como editor jefe a Edward Enninful. Es un hombre que ha apostado desde siempre por la diversidad y es el responsable de la edición en la Vogue italiana de “The Black Issue”, un número especial de la revista dedicado íntegramente a la belleza de la mujer negra, que fue un éxito de ventas en 2008. Este nombramiento puede marcar un nuevo capítulo en la publicación, porque la edición británica de “Vogue” ha sido racista. Entre 2002 y 2014 ninguna modelo negra protagonizó la portada. Se pueden agarrar a excusas estúpidas como que «ellas no venden». Primero, ¿cómo lo sabes, si nunca sitúas a ninguna protagonizando la portada? Y segundo, es una actitud irrespetuosa para con el resto de la gente que consume revistas de moda, que normalmente no es racista. Es la actitud de un pequeño grupo de personas muy conservadoras de la cúpula de la moda. Quizás ahora las cosas empiecen a cambiar. En internet hay modelos o fotógrafos que trabajan más libremente. Hace tiempo entrevisté a un grupo de mujeres que tienen un blog de moda. Todas ellas eran mujeres negras, pero no lo decían, porque ya habían sufrido discriminación por ello. Es de locos.

¿Qué opina de campañas como las de Benetton, que siempre se han caracterizado por ser rompedoras? Modelo con vitíligo, sentenciados a muerte, mutilados… ¿Se trata simplemente de marketing?

¿La verdad? Odio Benetton. Simplemente porque fue la última marca que compensó económicamente a las víctimas del Rana Plaza. Se negaban a pagar cualquier indemnización, a pesar de que era una de las marcas que producía en la fábrica. Al final, las autoridades tuvieron que intervenir para que pagaran. Para mí son los más hipócritas. Nos venden la imagen multicultural de un mundo excitante y al final son los peores. Murieron más de mil personas confeccionando su ropa y no tenían intención de dar un duro a las familias.

A pesar de los avances en igualdad, los análisis del vestuario de mujeres ligadas a la política, como la ex primera dama de EEUU Michelle Obama, siguen a la orden del día. ¿Qué ocurre?

Las mujeres son objeto de un nivel de escrutinio en términos de apariencia que los hombres no experimentan. Es un mecanismo muy sexista para intentar mantener a la mujer en un rol, como diciendo «no importa el éxito que tengas, no importa que seas la líder de un país, o de un continente, vamos a hacer que te critiquen, y vamos a hacer que la gente hable no de tu política, de tu inteligencia o de tus opiniones, sino de tus piernas». Es un sexismo horrible.

 

 

Muchas cadenas cuentan ahora con una línea de ropa que presume de respetar el medioambiente. Las marcas lanzan colecciones de moda «ecológica», que también aborda en el libro. ¿Se trata de una apuesta por la «moda verde» o de nuevo es producto del marketing?

Dentro de las compañías, es muy posible que existan trabajadores, buenos diseñadores, que estén concienciados con el medioambiente e intenten hacer una línea de moda orgánica. El resto creo que es una respuesta a la presión del público, sobre todo gente joven, que quiere una moda más justa. A pesar de ello, el que haya una pequeña colección dentro de una enorme tienda donde la ropa no ha sido confeccionada de manera ética, es tan solo de una gota en el océano. Así que al final esa colección termina dando una imagen cínica, de estrategia de marketing. Yo suelo utilizar el término green washing para referirme precisamente al intento de las marcas de librarse de su mala publicidad con respecto al medioambiente.

¿Pero no existe absolutamente ninguna marca en ningún país que confeccione ropa de manera justa?

Es cierto que hay marcas muy pequeñas que sí ponen mucho esfuerzo en asegurarse de que la ropa sea confeccionada de manera ética, pagando salarios justos, sin impacto medioambiental... Pero todavía no supone siquiera ni el uno por ciento de todo el mercado. Por eso, en el libro he preferido centrarme en hablar del 99% restante del sector.

¿Qué responsabilidad tiene una persona que gana 800 euros al mes y que no puede permitirse más que comprar en, digamos, Primark, una de las empresas aludidas como responsable de la explotación laboral?

Es una muy buena pregunta. No creo que haya que culpar al consumidor que no tiene dinero. De hecho,  si se cree que la clave para cambiar el sistema de la moda es el tener un sueldo alto, se está excluyendo a la mayoría de la población en la lucha por ese cambio. Lo importante es que la gente se involucre en iniciativas al margen del dinero, como apoyando a los sindicatos en Bangladesh, firmando peticiones online, contactando con los representantes políticos, repartiendo folletos, escribiendo blogs… todo este tipo de iniciativas para las que no hace falta ser rico.

Otro punto interesante que aborda en el libro es la adopción de símbolos de otras culturas para plasmarlos en serie en la moda occidental. ¿Debemos pensar dos veces cuando queramos comprar una camiseta de estampado étnico?

Creo que hay que saber lo que se compra, nadie quiere vestir algo que ofende. Y eso pasa mucho cuando la gente compra diseños que no conoce, fácilmente se puede estar ofendiendo a una cultura concreta. Las marcas copian diseños de artistas aborígenes, de Sudamérica, de la cultura hindú…. Si nos interesa un diseño de una cultura concreta, lo mejor es acudir a un diseñador de esa comunidad y adquirir la prenda real, que seguro que está mucho mejor hecha. Además, supone un apoyo a diseñadores que no tienen las mismas oportunidades para vender sus creaciones, que tendrán un significado y una historia detrás.

Es usted la primera periodista especializada en moda de su estilo que conozco. Escribir sobre moda va más allá de bautizar o analizar un diseño concreto. ¿Deberían los medios incluir más noticias sobre «la política de la moda»?&hTab;

Definitivamente. Me encantaría que hubiese más gente escribiendo sobre moda de la manera que yo lo hago. Parte de la razones por las que escribí “Manual anticapitalista de la moda” es porque he visto que gran parte del periodismo de moda es totalmente inaguantable, que infantiliza a la mujer y la trata como si fuéramos estúpidas. Además creo que no es un periodismo honesto, porque disfrutar las prendas tiene que ir de la mano con un proceso justo de fabricación. Por eso me gustaría que hubiera más gente escribiendo sobre el lado político de la industria. Las revistas de moda no hablan de la realidad, solo venden mentiras y trabajan para las marcas. Eso no es periodismo y no sería aceptado en ningún otro tipo de área. En este sentido, creo que es un tema que debería de abordarse en las universidades de periodismo, de la misma manera que en diseño de moda hay que profundizar en cómo producir la ropa de una manera más justa.

Y la pregunta del millón. Teniendo en cuenta la omnipresencia de la industria de la moda, tal y como la presenta en el libro, ¿cómo lo hacemos a la hora de comprar vestuario?

No creo que mi activismo se base en mi elección a la hora de comprar ropa. La clave no es tener un armario perfecto, porque no voy a conseguir lo que quiero conseguir. Lo importante es escribir sobre la realidad, darla a conocer, apoyar por ejemplo la creación de sindicatos en Bangladesh. En segundo lugar, es cierto que me siento incómoda con mucha de la ropa y zapatos que elijo, y creo que eso también es importante. Normalmente compro cosas de segunda mano porque desde una perspectiva medioambiental es mejor. Tenemos un problema con el consumo masivo y además muchas veces encuentro cosas más peculiares. Pero es cierto que a veces tengo que comprar pantalones para trabajar, zapatos... Lo hago lo mejor que puedo, pero lo importante es que no deberíamos sentir que debemos ser perfectos para luchar por algo.