Jaime Iglesias
la rebeldía de una escritora

«La felicidad es una circunstancia, nunca puede ser un fin en sí mismo»

A punto de cumplir 60 años, Susanna Tamaro (Trieste, 1957) desprende una fuerte seguridad en sí misma. Una firmeza que le ha permitido relativizar el éxito que ha acompañado la publicación de cada una de sus obras desde que, en 1994, “Donde el corazón te lleve” le diese fama internacional. Para la escritora, la vida es un proceso de autodescubrimiento sin final a la vista, de ahí que valore tanto la cultura del esfuerzo como camino de aprendizaje y se muestre tan crítica con una sociedad donde la ausencia de un sentido ético que inspire nuestras acciones nos lleva a destruir pensamiento a marchas forzadas.

Estas son algunas de las ideas que han inspirado “La tigresa y el acróbata”, una novela escrita a modo de fábula donde la autora italiana explora el inconformismo como combustible para rebelarse contra la propia naturaleza de uno mismo, sirviéndose de la figura de una tigresa que abandona el confort de la Taiga en busca de nuevos horizontes. El relato está imbuido de ese sentido de la espiritualidad que impregna cada uno de los libros de Susana Tamaro y que le ha valido para ser, a menudo, señalada con toda clase de etiquetas contra las que ella misma se rebela haciendo gala de la misma determinación que caracteriza a la protagonista de su última novela.

En algún sitio la he oído decir que la tigresa protagonista de esta novela es una proyección de usted misma ¿Qué rasgos comparte con ella?

A lo largo de toda mi vida me ha gustado ir al encuentro de lo desconocido, explorar aquellos lugares que, normalmente, son ignorados por los demás en tanto estiman que el conocerlos no va a reportarles ningún beneficio práctico. En este sentido, me declaro enemiga del pragmatismo y si bien me considero una persona bastante pacífica, cuando me siento atacada respondo con firmeza, así que, por si acaso, mejor que no me busquen las cosquillas (risas).

“La tigresa y el acróbata” no deja de ser la historia de un personaje que se rebela contra su destino. No sé si esto es algo que vale también para definirla a usted y si fue ese sentimiento de rebeldía el que inspiró sus inicios como escritora.

Seguramente sí, porque yo recuerdo que durante mi infancia, en los años 60, las mujeres teníamos un rol muy definido y no solo en casa, también en la escuela te educaban para que fueras de una determinada manera. Entonces, mi primer frente de rebeldía fue dejar claro a los adultos que yo no quería ser lo que ellos querían que fuese. Tengo una imagen muy vívida de un momento de mi infancia, debía tener siete años, en el que mientras veía girar el tambor de la lavadora me dio por empezar a imaginar mi futuro. Pensé: cuando acabe la escuela iré al instituto y si apruebo quizá acceda a la universidad, después encontraré un trabajo, me casaré, tendré hijos, luego nietos y… ¡me moriré! Recuerdo haberme quedado en estado de shock preguntándome ¿ya está? ¿esto es todo lo que puede llegar a ofrecerme la vida?. Muchas veces pienso que fue justo en ese momento cuando nació mi vocación de escritora, mientras veía girar una lavadora y resolvía que solo a mí me correspondía decidir sobre mi futuro.

¿La literatura le ha permitido conocerse mejor a sí misma?

La literatura ha sido un vehículo que me ha dado la oportunidad de hacer un viaje de autodescubrimiento en el que he ido superando etapas. En este sentido, tengo la sensación de que con esta novela he cerrado un ciclo. Cuando la terminé decidí tomarme un par de años de descanso porque el cuerpo me pedía hacer otras cosas, descubrir nuevos horizontes y ahora mismo estoy en esa fase. Esto no quiere decir que me haya planteado dejar de escribir, pero cuando vuelva a hacerlo, seguramente, sea para alumbrar otro tipo de textos muy distintos a todo lo que he hecho hasta ahora.

Eso me lleva a pensar que, para usted, ese viaje de autodescubrimiento aún no ha concluido.

No, claro que no, de hecho es interesante constatar que una no tiene nada que ver con la persona que era a los 20 años o a los 30. Desde que cumplí los 50 me siento una persona más plena, más segura de mí misma, en el sentido de que ya no necesito estar todo el rato mirando atrás para comprenderme. Son tantas las cosas que debemos descubrir en esta vida que sería un error pensar que, llegados a una edad, lo sabemos todo, sucede más bien al revés. Por eso, “La tigresa y el acróbata” es una novela que reivindica la necesidad de conservar intacta nuestra curiosidad. Nunca deberíamos perder nuestro deseo de conocer, de dejarnos sorprender, de lo contrario viviríamos instalados en el desaliento.

¿Pero no se le hace difícil apelar a dicho deseo en las actuales circunstancias?

Soy optimista pero no ingenua y entiendo que un momento de crisis como el actual pueda aniquilar muchas expectativas, pero la Historia nos enseña que el ser humano siempre ha salido fortalecido de los peores trances, entre otras cosas porque cuando uno toca fondo únicamente puede ir hacia arriba.

Sin embargo en “La tigresa y el acróbata” no es que ofrezca una visión muy halagüeña de la especie humana en su conjunto.

No, es cierto, pero eso se debe a que los seres humanos somos de naturaleza egoísta y luego, encima, las crisis nos vuelven más egoístas si cabe. Pero al mismo tiempo todos tenemos la capacidad de revertir nuestros propios errores. El problema que yo veo hoy en día es que no nos educan para ser ciudadanos sino consumidores y que las nuevas tecnologías no hacen sino estimular esas pulsiones. Lejos de hacernos más libres, como dicen algunos, yo creo que nos vuelven más esclavos. Basta con ver a los niños de hoy, sus preocupaciones no pasan por jugar, por disfrutar, por aprender sino por adquirir tal o cual producto, son víctimas de unas necesidades creadas y el no satisfacerlas les genera una angustia brutal. A mí me preocupa esto, me preocupa que se esté destruyendo pensamiento. La conciencia empieza a formarse a partir de una determinada edad y de un determinado momento, si lo dejamos pasar, si no estimulamos en los niños la capacidad de razonar y el deseo de conocer, estamos condenando a la especie.

Esa ausencia de conciencia crítica ¿en qué medida nos impide llegar a conocernos?

Dado que vivimos instalados en una espiral de conformismo, el problema no es ya que nos cueste articular un proceso de autodescubrimiento sino que, muchas veces, preferimos asumir la imagen que los demás tienen de nosotros por temor a decepcionarles.

En este sentido, el rebelarnos contra nuestra propia naturaleza, como hace la protagonista de su novela, ¿sería un ejemplo de sedición?

Absolutamente. Digamos que ese es el mensaje que subyace en el libro y también lo que me llevó a escribirlo, compartir con los lectores la idea de que siempre es posible cambiar, de que no tenemos por qué conformarnos con lo que somos ni menos aún con lo que los demás esperan de nosotros. No es fácil, el camino está lleno de obstáculos, pero merece la pena intentarlo.

De hecho, hay un momento en “La tigresa y el acróbata” donde dice: «Tristes son las vidas de aquellos que jamás han tenido que enfrentarse a un muro». ¿Usted ha tenido que derribar muchos muros a lo largo de su vida?

Sí, claro, pero es algo normal ¿no? Lo que pasa es que vivimos en una sociedad cuyo mantra parece ser «vive feliz y evita los problemas». A veces pienso que si yo a mi abuela, que vivió dos guerras mundiales, le hubiera dicho que mi gran objetivo en la vida era ser feliz me hubiera mirado extrañada. Porque la felicidad es una circunstancia, nunca puede ser un fin en sí mismo, por eso sospecho que quienes afirman que su objetivo en la vida es justamente ese, lo que verdaderamente quieren decir es que aspiran a ser felices sin esfuerzo, es decir vivir aletargados y tranquilos. Y, sin embargo, para mí la vida resulta interesante cuando estás obligada a hacer algo, lo bonito, precisamente, es cuando conquistas un objetivo superando las dificultades que te vas encontrando por el camino, eso es lo que justificaría la felicidad que, en todo caso, es siempre un estado transitorio.

Desde este punto de vista, ¿tener éxito es un motivo de felicidad o un escollo? Se lo pregunto porque a pesar de la gran repercusión que obtuvo con una novela como “Donde el corazón te lleve”, a menudo la he oído decir que aquél boom fue algo difícil de sobrellevar para usted.

Alcanzar el éxito puede ser problemático porque muchas veces, al ser una situación imprevista, resulta difícil de gestionar. Yo me considero afortunada dado que cuando publiqué “Donde el corazón te lleve” era ya una mujer madura con un bagaje y una sensatez que hacían que tuviera muy claro lo que quería y lo que no. Por ejemplo, sabía el dinero que me hacía falta para vivir tal y como yo quería vivir, eso me hizo desestimar ofertas mareantes que buscaban comprar mi libertad como autora condenándome a escribir bajo demanda editorial. Lo más curioso es que cuando yo rechazaba esas propuestas ellos siempre pensaban que era porque ambicionaba más dinero y entonces mejoraban la oferta (risas). No sé, supongo que si todo aquello me hubiera pillado más joven o menos experimentada quizá hubiera terminado por volverme loca.

Antes ha comentado que muchas veces asumimos el rol que otros nos asignan ante el temor a decepcionar. ¿Cree que esto sea, también, algo inherente al éxito?

En cierto modo sí. El éxito genera muchas servidumbres, a veces parece como si estuvieras obligada a hacer aquello que los demás esperan de ti: acudir a los programas de televisión, pronunciarte políticamente, dar tu opinión en los periódicos sobre cualquier tema de actualidad… Hay gente que incluso se enfada cuando ve que alguien ha tenido cierta repercusión mediática y no se aprovecha de ello; ¿para qué quieres tener éxito?, te preguntan como si fuera algo que hubieras elegido tú.

Y luego está el hecho de tener que asumir las opiniones de los demás respecto a lo que usted ha escrito y sus intenciones al hacerlo ¿no? Porque lo cierto es que sobre sus novelas, pero también sobre su persona, se han vertido toda clase de juicios, literarios y extraliterarios.

Sí, pero generalmente tiendo a ignorarlos. No leer críticas también es una manera de preservar mi libertad creativa y, en cierto modo, mi tranquilidad. Si las leyera, con lo vengativa que soy seguro que sacaba las garras y terminaba enzarzada en alguna disputa (risas). No, ya en serio, a mí los ataques personales me dan un poco igual porque, además, a lo largo de los años me han colocado tantas etiquetas y todas tan disparatadas que eso solo define la incongruencia de quienes han tenido a bien endosármelas. Me han tachado de reaccionaria y, al mismo tiempo, de anarquista; de moralista y de manipuladora… Lo único que verdaderamente ha llegado a molestarme es que esas etiquetas han ido creando una imagen pública de mí como escritora que no se corresponde con la realidad y que ha alejado a muchas personas de mi obra. Personas que después, cuando finalmente han accedido a leer alguna de mis novelas, se han mostrado sorprendidas y han llegado a decirme «me arrepiento de no haberte leído antes, pero es que pensaba que tus libros eran otra cosa».

No obstante, con esta última novela ha cosechado elogios de manera casi unánime.

Sí, lo cual me ha dejado bastante sorprendida, pero bueno, supongo que algunos de los que llevaban veinte años tirando sobre mí, al ver que yo sobrevivía a sus disparos, han optado por hacer bueno el dicho de que ‘si no puedes con tu enemigo, mejor únete a él’ (risas).

Acaba de decir que una de las etiquetas que más a menudo le han endosado ha sido la de moralista. Llama la atención que cuando presentó “La tigresa y el acróbata” se apresurase en aclarar que se trata de una novela moral pero no moralista.

Sí, porque yo el moralismo es algo que nunca he soportado y me molesta profundamente que si escribes una historia impregnada de un cierto sentido ético, enseguida te acusen de moralista. “La tigresa y el acróbata” es una novela moral en tanto está concebida como una fábula, ya que éste es el único género que permite plantear cuestiones profundas de manera sintética, apelando a la metáfora y a escenarios fantásticos, condensando todo ese caudal de pensamiento en apenas unas pocas páginas.

Y ese componente moral del que se nutre toda fábula ¿cree que tiene encaje en una sociedad como la actual, tan afectada de cinismo y pragmatismo?

Soy plenamente consciente de que ésta es una novela escrita a contracorriente. En cierto modo, se trata de la cara B de “Donde el corazón te lleve”. Aquella historia venía a explicar los esfuerzos por llegar al lugar donde tu corazón te orienta, mientras que “La tigresa y el acróbata” incide en el empeño por encontrar la guía que nos sirva de referencia a la hora de emprender ese viaje, de fijar nuestro destino. Pero con este libro está pasando una cosa muy curiosa y es que lejos de haber tenido un impacto inmediato, como ocurrió con alguna de mis otras novelas, se está imponiendo poco a poco, gracias, sobre todo, al boca oído. Supongo que es algo que tiene que ver también con que el índice de lectura, en estos últimos veinte años, ha caído en picado y con que a la gente le cuesta, cada vez más, concentrar su atención en un libro o, simplemente, seguir un discurso. Al final, una como escritora lo mínimo que demanda al lector es tiempo y cuando me lo conceden, cuando alguien saca unas horas para leer mi libro, al final se siente gratificado y así me lo transmite.