MIKEL INSAUSTI
CINE

«The Shape of Water»

El León de Oro tan brillantemente conseguido en la Mostra de Venecia por Guillermo del Toro con “The Shape of Water” le confirma como el autor de cine fantástico más influyente en estos momentos, cubriendo el puesto que ha podido dejar vacante un Tim Burton en horas bajas. El cineasta mexicano alcanza la cumbre de su siniestra y a la vez bella poesía visual con una obra que homenajea al clásico del género “La mujer y el monstruo” (1948), del maestro Jack Arnold. Y, tal vez no tanto, al mito de La Bella y La Bestia, a pesar de lo que hayan dicho algunas críticas, todas ellas unánimemente elogiosas por otro lado. Su conexión con el clasicismo le hace sentirse tan seguro que Del Toro está dispuesto a enfrentarse a un remake de “Viaje alucinante” (1966) de Richard Fleischer, así como a la versión animada con marionetas del cuento de Collodi “Pinocchio”, en la que lleva trabajando largo tiempo.

El triunfo en Venecia de “La forma del agua”, que es el título con el que se estrenará en nuestras pantallas en el mes de enero, demuestra la apertura de miras de los grandes festivales de cine. Ya no es tan extraño o sorprendente que una película de género gane un festival de la máxima categoría, aunque en Donostia, por ejemplo, todavía se tengan que oír desfasadas protestas fuera de lugar cuando se presenta una comedia o cualquier producto que suene a entretenimiento dentro de la sección oficial. Es una clara manifestación de la ignorancia de quienes confunden el cine de autor con el drama reflexivo, reduciendo así las posibilidades creativas. Del Toro viene ya contradiciendo hace años a cuantos mantienen tal cerrazón con obras fantásticas tan personales como “Cronos” (1993), “El espinazo del diablo” (2001) o “El laberinto del fauno” (2006).

La película elegida para inaugurar el Festival de Sitges esta ambientada en la Guerra Fría, concretamente en el año 1962. De nuevo el mexicano acierta a conferir un trasfondo político a su cine fantástico, como vía para remarcar el hecho diferencial, puesto que son los presuntamente normales los que ocupan el poder, mientras que los seres inocentes y ajenos a la corrupción son marginados. La discriminación les hace encontrar en la amistad el mejor antídoto contra la soledad y el aislamiento, lo que propicia la relación romántica entre la gris empleada muda del laboratorio y la criatura anfibia de rasgos antropomórficos a la que se está investigando en esas instalaciones del Gobierno, representada por Sally Hawkins y Doug Jones.

Pero no viven un amor platónico, sino que Del Toro apuesta por un cuento de hadas lujurioso, a fin de que los diferentes se hagan fuertes gracias a la ternura sexual que les libera de su confinamiento social. Hace mucho que no se veía en la gran pantalla un planteamiento tan contestatario en ese sentido, al reivindicar el derecho al disfrute de su cuerpo por parte de aquellos que presentan deformaciones o anomalías.

Si el mexicano ha contado con su fiel Doug Jones para transformarse en el monstruo y con Sally Hawkins para ser su chica especial, el resto del reparto también responde a las características de personajes fuera de los cánones actuales de belleza o de apariencia respetable. Y así Richard Jenkins encarna al vecino gay de la protagonista, o Octavia Spencer a su compañera afroamericana de trabajo. Michael Shannon es el militar que dirige las investigaciones, un villano que contrasta con el espía soviético de buen corazón interpretado por Michael Stuhlbarg. La combinación de caracteres corre pareja al cruce entre la fantasía romántica y el thriller de espionaje científico, que encuentra su tono cohesionador en la partitura musical de Alexandre Desplat. Los sonidos fluyen como el elemento líquido que sirve de metáfora dinámica al relato, y que tanto da que pensar al ser humano, deseoso de hallar la fórmula para desentrañar el misterio de una vida acuática sin oxígeno.