IBAI GANDIAGA
ARQUITECTURA

Freddy Mamani y la arquitectura de las cholitas

A nadie con un mínimo de criterio se le escapa que nuestra educación ha sido eurocéntrica. El relato de la civilización occidental pasa por una Europa que lleva al menos doscientos años considerándose moralmente superior al resto. Esa dominación intelectual se ha exportado al extranjero con tinta y con fuego, primero por los franceses y después por los británicos. La clave de todo se puede encontrar en la superioridad industrial y tecnológica, con su desarrollo en el continente europeo desde principios del siglo XVIII. La cultura europea y su materialización política, el imperialismo, barría de un plumazo las culturas exógenas, incluido su idioma y su organización social, religiosa y política.

La arquitectura, que tiene la virtud y el defecto de ser una poderosa transmisora de significados, jugó un papel esencial en la aculturización de los países colonizados, fuera esta colonización manu militari o no. Después de cumplirse el ciclo de colonización y descolonización por la fuerza, llegó otro tipo de intervención, en forma de colonización económica (FMI o el Banco Mundial) o cultural (en este caso, con una referencia americana, la de Estados Unidos). En ese momento, los edificios con columnas jónicas y frisos griegos dieron paso a las cajas de cristal en altura, arquitecturas que sirvieron como un guante como respuesta formal del neoliberalismo de finales de siglo XX. Si en algún lugar esa aculturación ha sido sangrante y ha tenido su práctica enredada con la lucha de clases, el racismo y el control imperialista de Estados Unidos, ese lugar es América Latina. Con el nuevo siglo, los movimientos de empoderamiento nacional, saliendo de la órbita de influencia de Washington, tuvieron un resurgir político e identitario encarnado en figuras como Hugo Chávez, Rafael Correa o Evo Morales.

Este último, Morales, es sin duda un ejemplo a seguir por el arquitecto, ingeniero, contratista y albañil Freddy Mamani, autor de la autodenominada “arquitectura neoandina”. Mamani no oculta su orgullo por pertenecer a la misma etnia aymara que el presidente, y cita la Guerra del Gas, conflicto político que llevó a la policía estatal a asesinar a 60 personas como origen de un resurgir de la identidad indígena y cambio político en el país. Tal vez sin ese trasfondo, el discurso de Mamani sobre la arquitectura como persistencia de una cultura indígena quedaría en algo anecdótico de un contratista, el capricho de alguien que, como él mismo reconoce, buscaba diferenciarse de sus competidores de alguna manera. Su modo de actuar es conocido, y similar al de los arquitectos decimonónicos que viajaban a las excavaciones de Pompeya para buscar inspiración para sus obras: Mamani ha abierto la caja de la historia, se ha inspirado en las formas, geometrías de la antigua ciudad preincaica de Tiahuanaco. Para dar color a esos restos, ha mirado a su propia gente y familia, y ha impregnado esas formas (denominadas, jocosamente por los lugareños, “Transformers”) de los colores de las cruces “chacanas” que visten las telas aymaras.

El Alto es una ciudad que se desarrolla en el borde de la meseta del altiplano, teniendo a sus pies a la capital, La Paz. Entre ambas, forman una masa informe de casi dos millones de personas encajonadas en bloques de ladrillo y hormigón de baja altura. Rompiendo esa monotonía, el arquitecto llena sus edificios de colores brillantes y motivos geométricos, provenientes ambos de las tradiciones milenarias de los aymara. Haciendo frente a no pocas críticas, Mamani ha construido en su ciudad natal más de 60 edificios para personas de la etnia aymara, en pleno boom económico nacional, y su trabajo ha traspasado las fronteras de Bolivia, extendiéndose por toda la zona andina.

La tipología que sus clientes le piden también hace que su obra cobre interés. Siendo los pagadores normalmente comerciantes minoristas, los edificios que construye Mamani se distribuyen siempre de la misma manera: en la planta baja, un local comercial. En la primera planta, un gran salón de fiesta, usado para juntarse en grandes familias pero también como sala de fiestas para alquilar. En el segundo piso, almacenes de mercancías, oficinas o talleres. Y en los dos últimos pisos, un “chalet” para los dueños, esto es, una vivienda dúplex con todos los lujos, incluido piscinas y zona de barbacoa.