Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Ankara

TIEMPOS DIFÍCILES PARA LA ECONOMÍA EN TURQUÍA

La inestabilidad política, la falta de independencia del Banco Central, la depreciación de la lira turca y la ralentización en el sector de la construcción están afectando a uno de los pilares básicos que sustentan el apoyo popular al Partido Justicia y Desarrollo (AKP).

Cuando la lira turca perdió más de un 8% de su valor con respecto al dólar en la primera semana de 2017, situándose el tipo de cambio en un récord de 3,95, el Banco Central reaccionó entre bastidores para frenar la depreciación de su moneda, que durante 2016 se había dejado un 17%. En lugar de subir el tipo de interés, la medida que todo analista recomienda, el Banco Central optó por dificultar los requerimientos para el crédito en el mercado interbancario. La medida, que calmó a los inversores, tuvo un efecto similar a una subida del tipo de interés aunque no lo percibiera así la sociedad turca, que desde hace dos años escucha decir al presidente Erdogan que no lo subirá: «No tengo nada en contra de la independencia del Banco Central, pero no voy a permitir que los deseos y derechos de mi gente sean arrebatados con altos tipos de interés».

Erdogan, al que llegan a llamar gurú económico, condiciona a cada entidad del país y el Banco Central no iba a ser menos. El antiguo director tuvo manifiestas desavenencias con Erdogan y el nuevo, Murat Çetinkaya, está haciendo malabares para calmar a los mercados y contentar al líder del AKP.

Pero la falta de independencia del Banco Central es solo uno de los muchos retos que afronta la economía turca para 2017. Salvo en el déficit público, situado en un 33% del PIB, Turquía atraviesa problemas en todas sus arterias vitales. Las cifras de 2016 lo reflejan con claridad: en el tercer trimestre se produjo una contracción del 1,8%, la primera desde la recesión de 2009; en octubre el desempleo subió medio punto, situándose en el 11,8%, una alta cifra para los estándares turcos; la inversión directa extranjera se desplomó a niveles anteriores a 2007; la inflación subió al 8,5%, tres puntos más de lo previsto; las agencias de calificación redujeron el grado de inversión; y la depreciación de la lira, convertida en la moneda más volátil del mundo, disparó la prominente deuda por cuenta corriente, situada en un 4,5% del PIB y considerada como un gran riesgo.

Estos problemas tenían a finales de enero una crucial cita para los inversores, que volvieron a constatar la carencia de autonomía del Banco Central. Çetinkaya anunció una tibia subida del tipo de interés para intentar contener la inflación y la depreciación de la lira, pero los mercados reaccionaron de forma negativa y la lira volvió a caer. Serdar Sayan, economista de la Universidad TOBB, recuerda que, tras la crisis de 2001, la estabilidad llegó entre otras medidas por la reforma del Banco Central, al que se dotó de independencia: «Ahora no es independiente. Puede serlo en el papel, pero no lo es de facto por las presiones políticas. Sin independencia los mercados no se calmarán».

El tipo de interés del Banco Central se sitúa ahora en 9,25 puntos y en los últimos tres años se ha incrementado dos veces. Las economías emergentes han ido ajustándolo para hacer frente a la fuga de capital que llegará cuando la Reserva Federal de EEUU (FED) suba el suyo. Esto ocurrirá pronto y Sayan está preocupado por los probables efectos: «Si se sigue manteniendo un tipo de interés bajo, cuando la FED suba el suyo será el final del sistema económico turco tal y como hoy lo conocemos. Habría una gran fuga de capital, el euro se cambiaría al menos a 5 liras, se dispararía la inflación. La solución al problema actual es simple: hay que subir el tipo de interés y terminar con la presión política sobre el Banco Central».

La polémica por la subida del tipo de interés está relacionada con los objetivos políticos del AKP, que no quiere limitar la liquidez en la calle antes del referéndum del próximo mes de abril, y con los sectores motrices de la economía anatolia, construcción y textil, que se contrajeron un 5% en el tercer trimestre de 2016. Sayan lamenta que no se haya diversificado la producción hacia la tecnología avanzada, que apenas suma el 3% de las exportaciones, y explica que un tipo de interés bajo ayuda a los bienes raíces y una lira depreciada aumenta la competitividad de las exportaciones tradicionales: «En el sector textil lo importante es el precio y hay una parte de la sociedad interesada en depreciar la moneda, pero al final todos pagaremos el aumento de la inflación, que este año alcanzará dobles dígitos».

Construcción

En los medios son constantes los anuncios de nuevas urbanizaciones en las principales ciudades, acostumbradas al runrún de grúas, buldóceres y camiones cargados con escombros. Aunque no se sienta, su omnipresencia suena cada vez con menor fuerza. Los datos del Banco Central reflejan que las constructoras están dejando a un lado los nuevos proyectos para dar salida a las existencias: la petición de permisos se redujo un 25% entre 2014 y 2015. A esto habría que añadir otro preocupante síntoma para un sector saturado: en algunas áreas del extrarradio de Estambul las viviendas han perdido un 20% de su inflado valor. Un aviso que el Estado español conoce muy bien y que podría desencadenar un incremento acelerado del desempleo que a su vez afectaría al consumo y a los créditos de particulares. Así, no sería extraño ver crecer el número de Non Performing Loans (NPL), créditos que tienen escasa o ninguna posibilidad de ser devueltos.

En Turquía, las NPL suponen poco más del 3% y probablemente crecerán durante 2017, pero Sayan no augura problemas mayores para los bancos turcos: «No espero una gran crisis como la que tuvo España. Es un riesgo porque espero que el paro aumente por el parón estacional, pero la reforma bancaria de 2001 fue seria y los bancos no quebrarán, aunque sí podríamos ver a algunos de titularidad extranjera abandonar el país».

En medio de la decidida apuesta por el ladrillo y las infraestructuras, catalizadores del 16% del PIB entre empleo y consumo, están los megraproyectos públicos con participación privada, reflejo tanto del crecimiento económico como del despilfarro y clientelismo islamistas. Sayan no incluiría a la mayoría entre las 500 prioridades de Anatolia y destaca que el problema son las garantías dadas a las empresas: «Nadie utiliza el puente en suspensión de Izmit porque es muy caro y tuvieron que reducir el precio. Pero con independencia del número de vehículos que lo crucen, el Gobierno tiene que pagar una cantidad de dinero predeterminada».

Liquidez

La era de crecimiento económico del AKP, a la que ayudaron los acuerdos con la UE, que absorbe el 44% de las exportaciones turcas, se ha ralentizado hasta el 3%. En el último año, el turismo ha descendido un 31% por la inestabilidad en la región y la crisis política con Rusia. El Gobierno, que asegura que los rusos ya están reservando sus paquetes veraniegos, espera revertir la dinámica de este sector, que desencadena más del 5% del PIB, para cumplir con los ambiciosos objetivos de crecimiento: entre un 4,4 y 5% hasta 2019. Pero tras la revisión del PIB turco con los estándares del FMI, el economista Erik Meyersson ha puesto en duda las cifras del Gobierno. En su blog asegura que «si el modelo de crecimiento de Turquía antes de la revisión era de Marte, ahora es de Mercurio», concluyendo que el 20% de diferencia resultante de la nueva revisión en el PIB desde 2004 se aleja mucho de la realidad.

El objetivo de Erdogan es claro: un tipo de interés bajo para que fluya la liquidez. El 65% del PIB turco proviene del consumo interno, al que los 3 millones de refugiados sirios están dando un ligero impulso. Para mantenerlo, y también para nutrir sus costosas campañas militares, el Ejecutivo ha decidido incrementar para los próximos años su déficit público. Salvo la reconstrucción de las ciudades de Siria y Kurdistán Norte para continuar con la supremacía del ladrillo, el AKP no tiene muchos más recursos por las agresivas privatizaciones de la última década. Tras la fallida asonada, el Ejecutivo anunció más de un centenar de inversiones en sectores poco golosos como el cultural.

Y el aumento de los impuestos, otra medida recurrente en tiempos de contracción, choca en Anatolia con una peculiaridad histórica: la economía informal. De los impuestos directos se paga una pequeña parte, lo que ha provocado que muchos de los impuestos indirectos sean desorbitados. El alcohol, los automóviles o el combustible son prohibitivos para el poder adquisitivo turco. Sayan asegura que ningún Gobierno va a tomar medidas que restan votos. «Es difícil cambiar algo a lo que se ha acostumbrado la sociedad. Para eso se necesita una crisis, que sea obligatorio, porque se traduce en votos. Nuestro sistema bancario era un desastre, corrupto, con deudas y, si no hubiéramos tenido la crisis en 2001, nadie habría movido un dedo para corregirlo», recuerda.

A diferencia de los Estados de la UE, el turco puede jugar con su moneda y su déficit para resolver problemas. En la crisis comunitaria iniciada en 2008, voces sociales reclamaron lo que Erdogan intenta hacer: subir el déficit para dinamizar el consumo y que el impacto social sea menor. Pero el delicado momento turco ya está afectando a uno de los pilares del éxito político del AKP, la economía. Durante la recesión de 2009 controlaron el temporal y podrían volver a hacerlo, aunque no parece fácil zafarse de la inestabilidad ni con el anhelado sistema presidencialista. Hasta entonces, y puede que incluso después, Erdogan, quien se considera a sí mismo como enemigo de los tipos de interés, seguirá pidiendo a su pueblo que cambie dólares por liras, asemejando a los mercados con el «terrorismo».