Agustín GOIKOETXEA
santurtzi
80 AñOS DE LA EVACUACIÓN DE MILES DE VASCOS

Niñas y niños de la guerra recuerdan su éxodo y animan a acoger a refugiados

Ochenta años han transcurrido de la evacuación que marcó de por vida a las niñas y a los niños vascos que abandonaron sus hogares, obligados por los brutales bombardeos sobre la población y el avance de los fascistas, y que fueron acogidos en Gran Bretaña, Estado francés, Bélgica y Rusia. Aquellos pequeños, hoy octogenarios y nonagenarios, siguen agradeciendo aquel gesto de las sociedades civiles que les ampararon y ayer, en un acto institucional en Santurtzi, animaron a acoger a las miles y miles de personas que en la actualidad huyen de los conflictos bélicos o el hambre.

El puerto pesquero de la localidad marinera fue escenario del acto de recuerdo y homenaje a las y los 20.000 niños que en mayo de 1937 «nerviosos, apurados, tristes y asustados» escaparon de los horrores de la guerra a bordo de buques como el Habana, Goizeko Izarra o Galea.

Vicente Cañada, uno de aquellos evacuados, rememoró que partió de Santurtzi el 21 de mayo con siete años rumbo a Southampton, donde fueron acogidos con los brazos abiertos por la red creada por la diputada laborista Leah Manning. Eran los que él definió como «evacuados de segunda clase» pues, en su opinión, los «verdaderos héroes» fueron aquellos pequeños que junto a sus madres y sus abuelos huían por carretera rumbo a Cantabria evitando las ráfagas de los aviones alemanes e italianos mientras sus padres combatían en el frente, habían caído presos o, en el peor de los casos, habían muerto. «Fueron los más desgraciados», confesó, añadiendo «los menos recordados, los mártires».

Cañada estuvo dos años en el exilio, de los que aseguró atesora «muy gratos recuerdos». Los mismos que guarda Juanita Sacristán, que estuvo año y medio también en Gran Bretaña y que hoy, a sus 90 años considera a Londres «su segunda capital», a donde ha viajado con su familia en tres ocasiones.

«No olvidar pero no llorar»

Esta mujer, menuda y de ojos vivarachos, reconoció a los periodistas sentirse emocionada tras el acto institucional, donde a más de uno se le saltaron las lágrimas durante una representación de Hika Teatro y un coro infantil. Sí dijo sentirse «héroes» por ser «los primeros niños que sacaron de una guerra» por miedo a los bombardeos sobre la población. «Vivimos historias para no olvidar pero no para llorar sino para dar ejemplo» apostilló Juanita Sacristán.

Muchos de los pequeños volvieron al terminar la guerra, encontrándose con el hambre, el racionamiento que se prolongó hasta la década de los 50 –en 1951 se levantó el del tabaco y luego el del pan– y una represión brutal. No todos lo hicieron, en torno a 500 se quedaron en sus países de acogida al quedar huérfanos «y a otros –resaltó Vicente Cañada– les recomendaron no volver porque las cosas estaban muy mal y sólo había penas, sometimiento y algo muy abundante, el hambre».

Muchos de ellos vivieron otro horror, el de la Segunda Guerra Mundial. Cañada, uno de los 3.800 pequeños que subieron al Habana, incidió en lo que padecieron los acogidos en Rusia y Bélgica. La simple mención a Rusia, por cierto, provocó el aplauso de muchas y muchos que conocieron la solidaridad con la que les recibieron y les cuidaron.

No todo fueron palabras de recuerdo, Cañada también incidió en el papel jugado por la sociedad civil, alejado del plano institucional, para organizar aquella evacuación y su acogida. Con decenas de miles de personas huyendo en conflictos bélicos o el hambre llamando a las puertas de Europa, reclamó que la sociedad vasca se esfuerce en ayudar a los huidos. «Nosotros estuvimos en tal situación y creo que debemos solidaridad a estas personas. España no sé si cumple con esa solidaridad, pero debiera ser así», manifestó en su intervención ante los representantes políticos presentes.

«Solidaridad internacional»

Más tarde, junto al mosaico que recuerda a los «niños de la guerra» en el puerto santurtziarra, a los pies de una vieja grúa, Ángel Landabaso, hijo de uno de aquellos evacuados, insistió en la «solidaridad internacional» hacia aquellos, como su padre, que huían de los franquistas. Incidió en la situación que vivieron muchos de los jóvenes exiliados, a quienes se les quitó la nacionalidad y vivieron bajo la protección de la Cruz Roja Internacional. «Nunca más a la violencia, a las guerras», proclamó.

Landabaso hizo mención a las cartas de los niños exiliados que los franquistas requisaron antes de que llegaron a su destino, sus progenitores. Dijo que están en el Archivo de Salamanca y retó a que alguien sea capaz de leerlas sin romper a llorar.

En el plano institucional, la alcaldesa de Santurtzi, Aintzane Urkijo, destacó durante su intervención en el acto oficial que «los niños de la guerra son fieles testigos de la historia de nuestro pueblo, aunque eso haya supuesto que se quedaran sin infancia y se convirtieran en adultos en alta mar».

A su vez, el portavoz del Ejecutivo de Lakua reivindicó la paz y la convivencia. Josu Erkoreka apeló a que los «niños de la guerra» sean el testimonio gráfico del «grito que desde Euskadi lanzamos a toda la humanidad, para clamar contra todas las guerras». «Nunca dejareis de ser niños; las y los niños de la guerra. Vuestra mirada –añadió el también consejero de Gobernanza Pública y Autogobierno– ha quedado marcada de por vida con el gesto inocente y doliente que esbozasteis al despediros de vuestras familias rumbo a lo desconocido; la mirada que hoy, todavía, apreciamos acongojados en la infancia desvalida que, en muchos lugares del mundo, huye del horror y sufre sin comprender muy bien por qué».