Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «La película de nuestra vida»

Secuencias que un día fueron pasado

El arranque de este interesante ejercicio cinematográfico es ya de por sí toda una declaración de intenciones realizada por un autor que se sirve de la imagen para subvertir lo que supuestamente creemos que es real. Esa realidad que se plasma en una pantalla y que, a su vez, acoge otro tipo de películas que cubiertas por el polvo del paso del tiempo, sirven para que el espectador tenga las pistas que requiere su implicación dentro de este juego caleidoscópico. En este su debut detrás de la cámara, Enrique Baró asume un gran riesgo a la hora de colocar al espectador ante un escenario extraño y enrarecido, jamás enfermizo. Todo ello se traduce a través de las presencias de tres hombres –representativos de tres generaciones– que retornan a una casa que una vez perteneció a su familia. Podría incluso intuirse que estos tres hombres son en realidad la misma persona en tres etapas vitales diferentes y que este retorno a la casa familiar que ya no les pertenece es un intento por revisitar a los fantasmas que quedaron atrapados entre sus paredes. La presencia de las películas familiares y domésticas rodadas en súper 8 también subrayan esa atmósfera casi fantasmal que, tal y como nos advierte la voz en off de una mujer en su prólogo, se resume en la reiteración de un sueño constante que ya fue magistralmente retratado en “Rebeca” de Hitchcock y a través de la hermosa frase que dice: “Anoche soñé que volvía a Manderley”. Pasado y presente se dan cita a lo largo de una historia que evoca las propias vivencias familiares del cineasta dentro de un conjunto que huye en todo momento de la melancolía que siempre tendemos a relacionar con los mejores pasajes del nuestro pasado y que reivindica el placer por lo lúdico a la hora de romper las estructuras formales mediante la utilización de diferentes formatos que subvierten las líneas temporales y otorgan al conjunto un sutil encanto.