Miguel FERNÁNDEZ
PRIMER ANIVERSARIO DEL GOLPE DE ESTADO DE TURQUÍA

LOS ANATOLIOS ENGRANDECEN EL RELATO ÉPICO DE RECEP TAYYIP ERDOGAN

CON AMPLIAS MEDIDAS DE SEGURIDAD Y UN PROGRAMA QUE REVIVÍA LOS LUGARES Y LAS HORAS CLAVE DE LA ASONADA, DESDE EL PUENTE DEL BÓSFORO HASTA EL PARLAMENTO, MILLONES DE ANATOLIOS MOSTRARON SU APOYO AL PRESIDENTE, RECORDARON A LOS MÁRTIRES Y ACUSARON A LAS POTENCIAS MUNDIALES DE PROTEGER A FETULLAH GüLEN.

En la glorieta de Ulus, en la que se constituyó el primer Parlamento de Turquía, miles de personas ondean la bandera turca. Unas decenas, la del Imperio otomano. Una estatua ecuestre de Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la República, observa receloso el que fuera centro neurálgico de Ankara. No parece contento con esos anatolios de todas las edades que acuden con cintas en la frente y banderas rojas que dibujan la cara de Recep Tayyip Erdogan. Pero es la Nueva Turquía, sin Atatürk y contraria a sus herederos, la que conmemora el aniversario del fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016, una noche que dejó 249 «mártires» y en la que se forjó el relato épico de Erdogan y su pueblo luchando contra los castrenses.

Era cuestión de supervivencia. Y el pueblo acude a celebrar la victoria en este día de fiesta nacional que representa la unión. La marcha empieza en Ulus a las 23 horas del 15 de julio y, después de pasar por Kizilay y el Parlamento, terminará en el polémico palacio del presidente. El recorrido parece lleno de mensajes, sobre todo porque Ulus no sufrió ataques golpistas. Se me ocurre que cientos de miles de personas abandonan el pasado, el primer Parlamento, para llegar al presente. Puede que Erdogan insinúe así esta ruptura y que cada decisión se tomará en su palacio de incontables habitaciones. Para Mustafa Çekez no sería una mala idea. Sería magnífica. Y Para Enver Yildirim también: «Erdogan es un líder. Iremos con él en el cielo o en el infierno. ¡Esto es Turquía! Aquí hay islam. A los que no les guste, que se larguen».

«No hay que cambiar nada»

Ambos son de Kahramanmaras, conservadora región del sur de Anatolia, y tienen unas penetrantes miradas ocultas bajo atuendos neo-otomanos. «Ahora Turquía está mucho mejor. No hay desempleo ni problemas económicos. Turquía es el cielo de la Tierra y Erdogan es el líder del mundo. El año que viene será aún mejor. No hay que cambiar nada». Enver parece vivir en un oasis que aquí todos corroboran. Es el discurso extendido: todo va bien, y lo que no va bien es por culpa de los gülenistas y las potencias extranjeras que los protegen. Porque al igual que hace un año, aquí siguen odiando a Gülen, acusado de dirigir la asonada, y a sus seguidores. «¡Son unos traidores!», repite en cuatro ocasiones Enver. «Son todos unos traidores», sentencia dos veces más. Queda claro lo que piensa sobre los 160.000 apartados y más de 50.000 arrestados. Por si no fuera suficiente, Enver lo repite tres veces antes de añadir «que los maten a todos. Todo llegará. Los protegen los alemanes y norteamericanos. Pero ellos nos los entregarán».

Enver, de 63 años, y Mustafa, de 76, se apoyan mutuamente. Carecen de argumentos, pero no es la noche para debatir. Dicen estar aquí para celebrar una victoria. Les beso las manos que paso por mi frente y les doy un beso en cada mejilla. Respeto su edad y forma de expresarse, que pese a la agresividad de sus palabras desliza señales bromistas. Recuerdan a esa sociedad anatolia que vacilaba a los expresidentes Turgut Özal y Süleyman Demirel. Hoy parodiar a Erdogan es una ofensa mayor. Nadie se atreve. Y menos aquí, entre sus seguidores.

Transporte y comida, gratis

Los nombres de los 249 fallecidos suenan en Ulus. Entre medias, 249 Allahuekber (Allah es grande). Vehículos con altavoces que se irán parando en diferentes puntos de la ciudad para animar a la masa interrumpen con su sonido el recuerdo de los mártires. Nadie se enfada. Los asistentes corean «los mártires no mueren, la nación es indivisible». Piden fotografías. Es sencillo trabajar: transporte público, comida y llamadas telefónicas son gratuitas. Un contraste con lo que sucede cuando quienes salen a la calle son los opositores. Pero esta reunión es una fiesta conmemorativa muy bien organizada, con autobuses llegados desde cada rincón de Anatolia y con el apoyo de un Gobierno que busca imponer su versión.

Comienza la marcha: una bandera turca de grandes dimensiones marca el camino, es la cabeza del pelotón que se dirige a Kizilay, hoy llamada Plaza de Kizilay del 15 de Julio y donde los islamistas se reunieron durante 29 noches tras la asonada. Unas señoras encantadoras repiten que están aquí «para defender a nuestra nación». ¿Y no han venido por Erdogan? «Claro que sí, también por nuestro presidente». Toca hablar de Gülen y los purgados. «¡Quienes traicionan a su pueblo merecen la pena de muerte! ¡Pena de muerte! ¡Pena de muerte!». Lo repite cinco veces antes de concluir que «moriría por la nación, que está por encima de todo».

Antes, en la celebración de Estambul, que se inició en el Puente del Bósforo, hoy en día llamado el Puente de los Mártires del 15 de Julio, Erdogan aseguró que firmaría la restauración de la pena de muerte, olvidada desde el pasado referéndum y que vuelve a elevarse en esta conjura vengativa.

Estas señoras se diluyen entre la masa hasta que más tarde las encuentro de nuevo en Kizilay, donde suena el himno de los otomanos de Mehmet el Conquistador. Siguen tan sonrientes como una hora atrás.

Minutos antes había salido de un atolladero. Un grupo de chicas me marcan con el estigma del espía. Se forma un corrillo y se desconfía. Sucede porque desde que comenzó la crisis política de Erdogan, en 2012, la teoría de complot internacional para destruir Turquía está muy presente. Porque para los anatolios Gülen actuó con el beneplácito de las potencias extranjeras. Es la versión extendida, pese a la ausencia de pruebas. Si se plantea esta pregunta o que si la purga parece desmedida, todo vuelve a lo mismo: al «complot internacional», a la «pena de muerte», a «Erdogan».

Banderas y hambre

Suena la voz del muecín, es la hora de rezar por Allah y por los mártires. Las mezquitas fueron la génesis de la respuesta popular. El 16 de julio de 2016, sobre la 1.15 horas, 90.000 minaretes pidieron al pueblo turco su ayuda para salvar a Erdogan de los castrenses. De esta manera honraban los versos de Ziya Gökalp que en su día Erdogan leyó y que le costaron cuatro meses de cárcel. Eran otros tiempos, cuando los islamistas eran reprimidos. Hoy, según los imanes, lo siguen siendo. El viernes, en la mezquita de Kocatepe, en una ceremonia de 38 minutos, 16 estuvieron dedicados a la asonada, los mártires y los traidores. Ni rastro de los anatolios oprimidos en Kurdistán ni de la purga. De lo que también se habló fue de la heroica del presidente. Porque las mezquitas refrendan desde hace un año la narrativa de Erdogan. El viernes ligaron las gestas de Çanakkale y la Guerra de Liberación a la fallida asonada. Hablaron de supervivencia contra las fuerzas extranjeras. Una similitud más con esas dos contiendas que consagraron a Atatürk. Pero el 15 de julio de 2016 es la fecha de Erdogan. Es el presente.

Este pasado fin de semana la marea roja representó de nuevo a la mitad del país, con panturcos mostrando su apoyo a Erdogan. La otra mitad, que odia al presidente, no pisó la calle. Por eso Erdogan sigue caminando con fuerza hacia su Nueva Turquía y reescribiendo el legado de Atatürk. Así era para el 99% de los asistentes.

El 1% lo representaba Cenis, de 37 años y oriunda de Sivas, que estaba allí para vender banderas. Ella no criticaba a Erdogan ni defendía a los golpistas. Ella lo que tiene es hambre, decía que mucha gente tiene hambre, que Turquía no va por el buen camino. Pero en la plaza de Ulus su sonido no es suficiente para inquietar a Erdogan o contradecir la verdad de los presentes. Puede que en una noche llena de símbolos Cenis sea el guiño del eterno Atatürk, el militar de incontables estatuas que atiende impotente a la transformación de su Turquía, secular y nacionalista, en la de Erdogan, de corte islamista y también nacionalista.