David GOTXIKOA
52 HEINEKEN JAZZALDIA

EL CAMINO MÁS CORTO HACIA LA LIBERTAD TARDA UNA VIDA EN RECORRERSE

LA PRIMERA JORNADA DEL FESTIVAL DEJA PARA EL RECUERDO UNO DE LOS MÁS GRANDES CONCIERTOS QUE WAYNE SHORTER HA OFRECIDO EN EUSKAL HERRIA. THE PRETENDERS Y EL TRÍO DEL PIANISTA URI CAINE COMPLETARON LA EXCELENTE OFERTA NOCTURNA EN LA PLAYA DE LA ZURRIOLA.

Cuando John Coltrane tocaba en el sexteto de Miles Davis, a menudo este solía llamarle la atención por alargar sus solos en exceso. Trane –humilde y lacónico como de costumbre— le confesó al jefe que sus improvisaciones duraban demasiado porque a menudo no sabía cómo terminarlas. «Prueba a sacarte el saxo de la boca», le aconsejó el trompetista.

A sus ochenta y tres años, Wayne Shorter ya no tiene ese problema: Hay pasajes donde se abstiene de tocar en absoluto mientras observa cómo la música fluye poderosa, empujada por Danilo Pérez, Patitucci y Brian Blade, que se incitan y persiguen mutuamente. Ahora tú propones y nosotros te seguimos, luego yo disparo unas frases de blues y veremos a dónde podemos llegar todos juntos. Aunque lógicamente Shorter es el gurú de la reunión, no existe un líder de facto sobre el escenario del Kursaal; la interacción entre los músicos es la que manda sobre la música, la que redefine roles a cada momento en función de lo que cada uno es capaz de regalar. Y la generosidad de estos cuatro músicos es enorme, todos poseen una acusada personalidad, pero no dudan en escuchar antes de hablar. Tal vez sea ese el motivo por el que el cuarteto se ha convertido en uno de los grupos más importantes del jazz actual.

Aunque el público lo reconoce y parece entregado de antemano, no sabe qué va a recibir exactamente. Lo único seguro es que no hay que dar nada por sentado ni habrá concesiones, hay que estar dispuesto a seguir a los músicos a donde decidan llevarnos, porque la recompensa valdrá la pena. El concierto irá cobrando peso, tentativamente, hasta tocar cumbre en su segunda mitad. Como decimos, también Shorter espera y escucha, no tiene prisa por intervenir, pero cuando lo hace sabemos que algo importante va a ocurrir. Se basta con unas pocas notas para concretarlo todo, o sugerir una nueva dirección que altera nuestra impresión de lo que estábamos oyendo hasta hace unos instantes. Cambia de saxo a menudo –más locuaz al soprano que con el tenor–, silba una pequeña melodía a modo de boceto con el que guiar a sus compañeros, se retira y aguarda a que la propia música requiera de él su participación. No hay nada gratuito aquí, ni existe la improvisación por la improvisación. Cada nota adquiere sentido en el conjunto.

A veces se diría que asistimos a una performance de free jazz,, pero aquí hay música perfectamente articulada: Patitucci tiene una ristra de partituras desplegada sobre el atril, que llega hasta el suelo. Danilo también lee algunas pautas escritas. Entre ambos establecen el color del repertorio, Shorter y Blade simplemente tocan; matizan o acentúan con una serie de golpes en la caja o un súbito estallido de energía: gradúan la intensidad de la música y le dan diferentes connotaciones. La magia ocurre exactamente en ese espacio que se está creando y transformando in situ. Es difícil escribir sobre música —como bailar sobre arquitectura, que diría Frank Zappa— cuando tratas de explicar algo tan abstracto y emocional que escapa a las definiciones. A veces es música sincopada, pero, ¿es esto jazz? ¿Acaso importa? Wayne Shorter lo deja claro en sus entrevistas, escogió el camino más largo y difícil, pero el único que podía permitirse elegir. Es también el menos concurrido. Escogió seguir avanzando y nosotros lo disfrutamos.

The Pretenders

Tras la puesta en escena del cuarteto de Wayne Shorter, el concierto de The Pretenders en el Escenario Verde Heineken ya no parecía tan mala idea. Una alternativa digestiva y sin exigencias, que reunió a una muchedumbre de espectadores bien abrigados, pues la noche seguía amenazando lluvia. Chrissie Hynde no quería público en los laterales del escenario ni pantallas gigantes enfocando primeros planos. Su look remitía nostálgicamente a la era del punk-rock. Su set en la Zurriola no ofreció diferencias respecto a otros repertorios de su gira actual, y alternó el material más crudo y airado —como las iniciales “Alone”, “Gotta wait” y “Message of Love”– con las concesiones a grandes éxitos como “Don’t get me wrong”, “Brass in pocket” o “I’ll stand by you”.

Uri Caine

Para cuando los británicos terminaron, el trío de Uri Caine llevaba ya un rato caldeando el Espacio Frigo. Mark Helias (contrabajo) y Clarence Penn (batería) estuvieron soberbios siguiendo a Caine en sus arrebatos de bipolaridad: cada vez que este abandonaba el piano de cola girándose hacia el teclado eléctrico se convertía automáticamente en un músico distinto, disfrazado de Eddie Harris en momentos de delicioso soul-jazz, funkeando como Herbie Hancock y los Headhunters o volviendo de nuevo al formato acústico en delirantes reconstrucciones de “Round midnight” o “Cheek to cheek”. Uri Caine es un pianista sensacional e incapaz de tomarse a sí mismo en serio, algo que a muchos nos encanta. Suponemos que al insigne Donald Trump no le hará tanta gracia, si algún día llega a sus oídos el tema que le dedicó el trío bajo el título “Smelly” (apestoso). Pero no se puede complacer a todo el mundo, esto es jazz.