David GOTXIKOA
52 HEINEKEN JAZZALDIA

FANTASÍAS GIMNÁSTICAS PARA ARPA Y TECLADO

HIROMI Y EDMAR CASTAñEDA PONEN EN PIE AL KURSAAL CON UNA EXHIBICIÓN DE VIRTUOSISMO, INTENSIDAD Y EFECTISMO. EN LA PLAZA DE LA TRINIDAD EL FESTIVAL PREMIÓ LA GRAN TRAYECTORIA MUSICAL DE CHARLES LLOYD EN UNA NOCHE DONDE EL SAXOFÓN FUE EL GRAN PROTAGONISTA, CON MENCIONES VELADAS Y EXPLÍCITAS A JOHN COLTRANE.

Puede sonar a broma, pero la única palabra que acude a mi mente al terminar un concierto de Hiromi es “Ibuprofeno”. Ver a la japonesa en directo se asemeja a ir al Circo del Sol: multitud de cosas ocurriendo simultáneamente, un volumen que llega a ser estremecedor y la impresión de que detrás de ese gran despliegue hay un enorme trabajo de coreografía gimnástica. Resulta verdaderamente agotadora acompañada de su trío, y solamente algo más liviana a dúo con Edmar Castañeda en su concierto en el Kursaal.

Sobra decir que todo lo que escuchamos fue ejecutado –a veces literalmente, pues hablamos de auténticas ametralladoras de notas musicales– con una perfección y un virtuosismo al alcance de muy pocos. Y con qué intensidad. Pero Hiromi confunde pasión con histrionismo y emoción con afectación, le cuesta horrores evitar el desmelene incluso en los pasajes más intimistas. Aunque el colombiano logró contenerla inicialmente, pronto ambos se entregaron a un toma y daca frenético, con los únicos respiros de las composiciones que cada uno interpretó en solitario: “Jesús de Nazareth” a cargo de Castañeda y “Wake up and dream” de la pianista japonesa.

En todo caso, fue una falsa alarma, pues la tempestad se reanudó definitivamente con la suite “The elements”: un tour de force repleto de clímax y falsos finales que provocó el delirio general… y la lógica vuelta al ruedo en forma de bis, con el “Spain” de Chick Corea. Olé.

Charles Lloyd

La Plaza de la Trinidad ha visto reducido su aforo recientemente, así que las entradas para los conciertos de los artistas con mayor tirón no tardaron en desaparecer. Se queda pequeño el escenario grande de Donostia, aunque paradójicamente ayer acabaron sobrando sillas disponibles conforme avanzaba la noche. Durante la primera mitad nadie se movió de su asiento, ya que tocaba ovacionar a Charles Lloyd con motivo de la entrega del Premio Donostia. A su vez, el saxofonista comenzó honrando el legado de Coltrane con un “Dream Weaver” inicial que dejó patente su excelente estado de forma a los ochenta y tres años. A partir de ahí, un ir y venir entre el jazz, el blues y el folk tradicional, con inspiradas recreaciones de “Rabo de nube” (Silvio Rodríguez) o “La llorona” (Chavela Vargas) que recibieron una gran acogida.

Ausencia

La etapa más libre de John Coltrane sigue intimidando a muchos aficionados al jazz. Todo el mundo adora sus años junto a Miles Davis o sus primeras grabaciones para el sello Impulse, pero lo que vino inmediatamente después de “A love supreme” es demasiado abstracto para el gusto mayoritario y sigue siendo un material por reivindicar.

Impulsado por Dave Liebman, Saxophone Summit es un proyecto que se propone precisamente ese objetivo. Por desgracia, el saxofonista fue baja de última hora en Donostia a causa de una indisposición y, aunque sobre el escenario estaban nada menos que Greg Osby (saxo alto) y Joe Lovano (saxo tenor) para compensar su ausencia, pronto quedó claro que el repertorio está pensado y arreglado para tres instrumentos solistas.

Sin la fundamental aportación de Liebman, Lovano tuvo que bregar a fondo para imprimir al repertorio la potencia y urgencia características de Coltrane pero, a estas alturas de la vida, Lovano solo puede sonar a Lovano y fue suficiente.

Osby también hizo un trabajo formidable en las exótica “India” o la espiritual “Compassion”, bien respaldado por un Phil Markowitz (piano) perfecto en su papel de McCoy Tyner. Por su parte, Cecil McBee (contrabajista de 82 años) y Billy Hart (batería, 78 años) son la típica pareja de abueletes capaz de darte una paliza jugando a baloncesto, si eres lo bastante tonto para dudar de su fuelle.

Ambos estuvieron sólidos como una roca en un contexto de música exigente, que en cada pausa propició el abandono paulatino de un gran número de público. Para la mayor parte de esos espectadores la noche ya estaba más que amortizada; habían participado en un homenaje, hacía fresquito y en cualquier momento podía comenzar a llover. Misión cumplida.

Domínguez/Bollani

Pero la jornada del sábado aún deparaba un plato de altura para los apetitos insaciable y, a medianoche, el Teatro Victoria Eugenia se abarrotó para escuchar al dúo de pianos de Chano Domínguez y Stefano Bollani. El gaditano es muy querido aquí, y su colega italiano es de esos artistas que saltan sobre el público si es necesario, con tal de llamar su atención.

Con todo, esta vez no hubo que llegar tan lejos, ya que la música que ofrecieron entusiasmó por sí sola a todos. La química entre ellos fue sensacional, en el repertorio hubo espacio para el lucimiento de ambos –juntos y en solitario– y nos devolvieron con creces la frescura que comenzaba a escasear a esas horas intempestivas, gracias a elecciones obvias como “Alma de mujer” (Chano Domínguez), y otras inesperadas como “Luciana” (Antonio Carlos Jobim). Y entonces sí, pudimos acostarnos.