Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Diyarbakir
ERDOGAN ARRASA EL KURDISTAN NORTE

CUANDO LA LUCHA ARMADA ES LA ÚLTIMA ESPERANZA

La represión en Kurdistán Norte, donde Ankara ha colocado a leales en más de 80 alcaldías para instaurar un sistema clientelar y reprime con fuerza cualquier conato de protesta, provoca que muchos depositen su última esperanza en la lucha armada del PKK.

Mi hermana trabajaba en la alcaldía de Mardin. La expulsaron junto a todos los que apoyan al Partido Democrático de los Pueblos (HDP). Hay miles de casos y la gente vive una situación límite: tienen que alimentar a sus hijos. Desde el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) nos dicen que si nos acercamos a ellos nos darán un trabajo, la única forma de poder sobrevivir». Gülbin, de 26 años y sonrisa descarada pese al temporal antidemocrático, explica el drama de su familia y que bien se podría extrapolar a otras miles de Anatolia. Porque, desde la fallida asonada de 2016, los decretos por los cuales más de 150.000 funcionarios han sido apartados de sus puestos apuntan a la conformación de un Estado de leales en Anatolia. Pero en Kurdistán Norte, donde con anterioridad decenas de alcaldías fueorn arrebatadas por Ankara acusadas de apoyar al PKK, los decretos sirven además para la lucha contra la guerrilla.

Así, la sociedad kurda está siendo forzada a elegir un bando o buscar acomodo en el precario sector privado. Los funcionarios leales al HDP han sido despedidos y otros sectores privados que se nutren o nutrían de los proyectos de las Alcaldías, como es el de la construcción, tienen hoy dos opciones: detener su trabajo o rendirse a las demandas gubernamentales. Esta nueva realidad, en la que todas las grandes urbes kurdas están en manos de administradores estatales, tiene su reflejo más evidente en la militarización del día a día: la policía local antes ayudaba a los ciudadanos con las quejas relacionadas con el ayuntamiento, mientras que ahora, a través de sanciones económicas, intimida a quienes se niegan a seguir las directrices del AKP.

Gülbin se cita con GARA tras finalizar un curso de formación. Es en el parque Kosuyolu, frente a las casas del conflictivo distrito de Baglar, donde recuerda a su padre, su ejemplo para estos tiempos difíciles. «El Estado usará el dinero de las alcaldías para intentar engatusar a los kurdos. Algunos caerán porque no todos son como mi padre, que tiene ideales y no se vende por dinero. Lleva 30 años luchando y está acostumbrado a esta presión. Era funcionario de salud y le despidieron hace 16 años por pertenecer al movimiento kurdo».

Con la política del hambre y la guerra, el lento pero constante proceso de desgaste avanza en Kurdistán Norte. Pese a las irregularidades, los resultados de las votaciones de los dos últimos años indican que las políticas del AKP han abierto pequeñas fisuras en el compacto movimiento kurdo: el «no» en el referéndum presidencialista cosechó en la provincia de Diyarbakir un 67,6%, mientras que el apoyo al HDP en las elecciones de noviembre y junio de 2015 fueron del 72,8% y el 79,1%, respectivamente.

Con una hermana en la guerrilla y un hermano que falleció combatiendo al Estado turco, Gülbin recuerda que los jóvenes viven hoy los mismos traumas con los que ella creció y que la red clientelar del Estado volverá a ser contrarrestada por la propia del PKK. Para ella la coyuntura actual es un conocido bucle: «Después de que expulsaran a mi padre de su trabajo el PKK nos ayudó. Ellos siempre ayudan a los kurdos y lo volverán a hacer con quienes sufren los despidos. Esto ya lo hemos vivido otras veces».

Negacionismo

Desde la ruptura del proceso de paz, en julio de 2015, los avances democráticos de las primeras legislaturas del AKP están siendo enterrados a un ritmo vertiginoso por Erdogan, quien ahora comparte objetivos negacionistas con el panturco Partido del Movimiento Nacionalista. En estos dos años, más de 5.000 miembros del movimiento kurdo ha sido detenidos, entre ellos sus líderes políticos; han cerrado las organizaciones que enseñaban el abanico de lenguas kurdas y los principales medios de comunicación kurdos, el diario “Azadiya Welat” y la agencia DIHA –hoy bajo el nombre 'DiHaber'–, de los que más de 20 trabajadores permanecen aún detenidos; y las alcaldías ocupadas han comenzado a eliminar señales en lenguas locales –kurdo, asirio o armenio– y estatuas en recuerdo a los fallecidos del conflicto como la de Ugur Kaymaz, un joven de 12 años que el 21 de noviembre de 2004 murió en Kiziltepe a consecuencia de 13 balas de las fuerzas de seguridad del Estado turco.

En una cafetería del distrito de Sur, en Diyarbakir, Mehmet destaca que «ni el fútbol escapa de la purga». Es verano, y mientras sus sobrinos ayudan a servir té y limpiar mesas, cuenta la historia de Deniz Naki, el delantero del club local Amedspor: Naki, en un partido de la Copa turca contra el Bursaspor, celebró uno de sus goles con los dedos índice y corazón levantados, el conocido símbolo de la victoria que también es usado en Anatolia para indicar el apoyo a los kurdos. Fue acusado de «propaganda ideológica» y sancionado con 12 partidos. “Estaba pidiendo dos tés», bromea Mehmet.

En esta vuelta al negacionismo, en la que el AKP pretende prohibir el uso de la palabra Kurdistán en el Parlamento y está implementando una nueva Constitución que evitará que las demandas de los kurdos condicionen el rumbo del país, las calles de Diyarbakir ya no protestan con rabia ante las manifiestas injusticias. Se demostró hace un año, cuando detuvieron a sus líderes y apenas varios centenares salieron a la calle.

Leyla Güven, presidenta del Congreso de la Sociedad Democrática, el órgano social del movimiento kurdo, asegura que es el momento de esperar: «Siempre que el pueblo kurdo se levanta vivimos una masacre. Pero no es miedo. Los kurdos volverán a las calles, pero ahora es el momento de esperar, de observar la evolución política».

El entierro de la política

Pero para Gülbin, parte de ese nutrido segmento del pueblo kurdo con familiares en la guerrilla, la esperanza a una solución democrática está hoy enterrada bajo los decretos y el negacionismo. No es el miedo el que evita que salga a la calle a protestar, sino la decepción en la vía democrática. Ella, como otros muchos jóvenes, considera que ahora el único camino para obtener sus derechos es el marcado por la lucha armada: «Los derechos que ahora tenemos no los hemos conseguido en la calle o en el Parlamento, sino con la lucha armada y el PKK. Hemos vivido el no poder hablar en kurdo y la muerte de nuestros vecinos y hermanos. Conocemos el significado de la palabra presión y no abandonaremos nuestra lucha. Pero ahora la vía democrática no existe y es el momento de tomar las armas».

Leyla Güven entiende esta desafección, pero trata de explicar a todos esos jóvenes desilusionados que la solución final al conflicto kurdo está en la mesa negociadora: «Los kurdos nunca han querido separarse de los turcos, pero sus políticas lo hicieron posible. De esta manera están rompiendo los lazos. Hay jóvenes que no creen en la convivencia. Dicen que una hermandad así no puede ser. A esos jóvenes les decimos que no lo hagan. La lucha armada es una elección, pero al final se tiene que regresar a la mesa. Es una obligación».

 

«lo único que nos queda es poder ir A VIVIR A ROJAVA» (EN EL kurdistán sirio)

La presencia policial se incrementa a medida que nos acercamos al distrito de Sur, uno de los núcleos de la lucha armada en las ciudades kurdas. La mitad de Sur permanece hoy cerrada a sus habitantes: el Estado turco está derribando las casas que se han mantenido en pie después de meses de lucha entre las milicias urbanas del PKK y el Ejército. El plan de renovación, un proceso de gentrificación política, incluirá calles más anchas y nuevos puestos militares. Como resultado, Huseyin, de 63 años, perderá su casa.

Huseyin, quien prefiere usar un seudónimo, vive ahora de alquiler en una pequeña vivienda a pocos metros de la muralla Diyarbakir, considerada junto a las edificaciones de Sur y los jardines Hevsel como Patrimonio de la Humanidad. Por la casa perdida Ankara le ofrece una compensación que considera insuficiente. Huseyin, bajito pero testarudo, no la va a aceptar: el tiempo juega en su contra, pero aún así, cuando se acabe la vía legal turca, mandará su caso al Tribunal europeo. «No confío en la Justicia turca. Es fácil demostrar el porqué».

Hasta hace un año, los afectados por el conflicto salían de los apuros económicos con la ayuda social del HDP y las alcaldías. Pero entonces llegó el «kayyum», o administradores del Estado, y cualquier ayuda desapareció. Al menos fue así para Huseyin, decidido seguidor del movimiento kurdo que pasó 9 años encarcelado por colaborar con el PKK: «Antes el HDP repartía comida y ayudaba a la gente, pero ahora, desde que el Gobierno ha colocado a su gente en la alcaldía, no nos llega la ayuda. Tenemos hambre y vivo de mis hijos. Además, llevamos dos meses sin recibir la ayuda que nos prometieron».

Huseyin está molesto con su situación, de la que culpa a Erdogan, pero no oculta su decepción con el HDP por la falta de previsión. «Todos sabíamos que el Gobierno venía. El HDP podría haber cogido todo el dinero y haberlo repartido entre nosotros. Ellos están ahora en la cárcel. ¿Qué más les daba? Ahora el Gobierno volverá a dejar todo endeudado y nosotros nos quedaremos sin nada». Pese a ello, volverá a votar al partido kurdo. Lo hará no porque crea que la situación política va cambiar, sino porque es la forma de refrendar su deseo de una lucha democrática. Pero Huseyin, como Gülbin, ya no tiene esperanzas. Su mirada, testigo de los más de 40 años de lucha, apunta hoy ilusionada a Rojava: «Han proscrito nuestras organizaciones. Han detenido a nuestros líderes y alcaldes. No podemos salir a protestar porque nos encarcelan o nos pegan un tiro. ¿Qué opción nos queda? La lucha armada o ir a vivir a Rojava, que es nuestra esperanza».M.F.