Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Valerian y la ciudad de los mil planetas»

Este huevo dorado procede de una vieja gallina clueca

Luc Besson es aquel cineasta que mutó en productor, con lo que renunció a la originalidad de sus primeras películas a cambio de un mayor control industrial sobre el resultado final. Hoy es el día en que se puede dar el lujazo de invertir 200 millones de dólares en un largometraje, gracias a su particular pacto con el diablo y a su compañía EuropaCorp, equiparable ya a cualquier estudio de Hollywood. Si al señor le place puede incluso jugar a ser Lucas, que es tanto como decir jugar a ser dios. Por eso jura y perjura que su gallina de los huevos de oro es la verdadera fuente de la creación.

A tal fin asegura que el universo “Star Wars” entero procede del cómic pionero de los años 60 del que surgieron los personajes del mayor Valerian y la sargento Laureline, a la postre interpretados en la pantalla sin ninguna chispa por Dane DeHaan y Cara Delevingne. Y como quiera que el dibujante Jean-Claude Meziérès colaboró en el diseño de “El quinto elemento” (1997), Besson se siente como el indiscutible padre de la ópera espacial.

Según su teoría “Valerian y la ciudad de los mil planetas” debería ser como un renacimiento del género, y por más que uno busque en sus dos horas y cuarto de duración no va a encontrar nada que indique que dicha imaginería le pertenece en origen. Pero si hasta copia con descaro de un diosecillo menor como Cameron, convirtiendo a los Na’vi de Pandora en los Pearl del planeta Mühl.

Valerian y Laureline han cumplido ya sus 50 años de existencia en las viñetas, sin que hayan salido rejuvenecidos de la operación cinematográfica, por la sencilla razón de que Besson no reinventa nada, limitándose a potenciar visualmente lo que el público actual ya conoce sobradamente de una narrativa de aventuras espaciales, cuyo cuerpo dramático se ha ido deshaciendo con cada plano generado en CGI al dictado de la moda de los videojuegos.