Aimar Etxeberria
Periodista
LOS ABUSOS DE PODER

Del caso Polanski al escándalo Weinstein, el abuso persiste

«Era parte de la cultura de aquella época» ha llegado a decir el productor de cine Harvey Weinstein al hablar sobre los casos de abuso sexual de los que ha sido acusado. A diferencia del respaldo que el mundo del arte brindó a Polanski, el escándalo Weinstein, auspiciado por la campaña #MeToo, ha destapado una lacra sistemática.

Era 1977 cuando presuntamente Roman Polanski violó a Samantha Geimer, una menor de 13 años. Lo hizo en casa de Jack Nicholson, tras pedir permiso a la madre de esta para que la joven posara ante él y el cineasta tomara unas fotos que se iban a publicar en la revista “Vogue”. La víctima relató que fue sedada y emborrachada antes de ser violada. En 2009, tras viajar a Zurich, Polanski fue arrestado y pasó dos meses en una cárcel suiza y siete en arresto domiciliario, antes de volver al Estado francés tras rechazar el país helvético su extradición a Estados Unidos, donde no puede poner pie desde entonces.

Después de presenciar durante este último mes el aluvión de denuncias de mujeres que han sufrido distintos grados de abuso sexual, resulta sorprendente el apoyo casi unánime que el mundo del arte brindó a Polanski. Apenas llevaba unos días detenido, personajes como Pedro Almodovar, Woody Allen y Monica Belluci, entre otros muchos, firmaron una carta de apoyo al cineasta polaco. Hasta el ministro francés de Cultura de la época, Fréderic Mitterrand, lamentó que «alguien tuviera que pasar por un trance así». Pero algo ha cambiado en estos años, aunque no esté claro qué.

En 2009 nadie pensó en expulsar a Polanski de la Academia de Hollywood como se ha hecho con el productor Harvey Weinstein, ni borrar su filmografía de ningún catálogo como HBO ha hecho con el comediante Louis C.K. Ni tampoco se le ocurrió a nadie hacer desaparecer a un actor de una película ya rodada. El realizador Ridley Scott volverá a grabar las escenas en las que aparece Kevin Spacey en “All the Money in the World”, justo antes de su próximo estreno.

El movimiento #MeToo ha sido clave para ello. La iniciativa partió de la actriz estadounidense Alyssa Milano, una de las víctimas del citado Weinstein, y en cuestión de días millones de mujeres de todo el planeta relataron a través de las redes sociales historias de abusos sexuales en primera persona. Pero no siempre ha sido así, y no hay más que atenerse a la alegación que el propio acusado hizo llegar a “The New York Times”: «Llegué a este mundo cuando todas las normas de comportamiento eran diferentes. Era parte de la cultura de aquella época». Hablar, y no digamos denunciar, no ha sido norma, y ha habido motivos para ello.

Cometer un acto de abuso sexual no es motivo para terminar con la carrera profesional de un hombre poderoso, según ha denunciado la columnista de «The Guardian» Suzanne Moore, pero sí puede serlo para quien lo denuncia. En ese sentido ha hablado una víctima de Louis C.K., que ha preferido mantenerse en el anonimato, al hacer el relato de los hechos. Tenía 20 años cuando el comediante le pidió reiteradamente que le mirase mientras él se masturbaba, a lo que ella accedió: «Sabía que era algo que estaba mal. Creo que dije que sí por una cuestión cultural. Él abusó de su poder». El director de cine James Toback puso sus manos sobre las de la actriz Echo Danon y le dijo que eyacularía si ella lo miraba a sus ojos y pellizcaba sus pezones. «Todos queremos trabajar, por eso lo toleré. Esperaba obtener un nuevo trabajo», ha explicado la víctima.

En otros casos, como en los de Dana Min Goodman y Julia Wolov –también víctimas de Louis C.K.–, ha sido el poder ejercido por un tercero lo que no les ha permitido denunciar antes los hechos. Dave Becky, manager del comediante, es a su vez representante de los artistas más influyentes en el sector, y ha tratado por todos los medios de mantener en silencio a las víctimas. Esto ha provocado que estas, aunque han podido continuar con su carrera profesional, quedaran fuera de todos los proyectos en los que Becky estaba implicado.

En una carta enviada al diario neoyorquino, el comediante, tratando de excusarse, ha afirmado que lo que ha aprendido en la vida, «aunque haya sido tarde», es que cuando alguien tiene poder sobre otra persona «pedir que te miren la polla no es una pregunta, es un apuro para ellas. Hice un uso irresponsable del poder que tenía sobre ellas». El control ejercido sobre las víctimas ha llegado a tal extremo que Weinstein contrató en su día a exagentes de la Mosad –servicio secreto israelí–, que se dedicaron a monitorizar a actrices y periodistas con tal de prevenir la publicación de las denuncias de abusos sexuales cometidos por el cineasta.

«No es una cuestión de sexo, sino sobre poder», ha sostenido la escritora australiana Van Badham en una columna en el previamente citado diario británico, para añadir que el control exhibido sobre las víctimas pone en evidencia que la agresión sexual es solo una parte de la violencia ejercida sobre las mujeres. «Es el control lo que se quiere reafirmar con este tipo de comportamientos».