Javi JULIO
Zarzis (Túnez)
RESCATE DE MIGRANTES EN EL MEDITERRÁNEO ( Y II)

MARZOUG Y EL CEMENTERIO DE LOS DESAPARECIDOS DE ZARZIS

Zarzis es una pequeña ciudad de la costa tunecina de 70.000 habitantes. Cercana a la frontera con Libia, durante los meses de verano dobla su población debido a las visitas de los turistas, tanto locales como extranjeros. Cercana también a la conocida isla de Djerba, sus playas no tienen nada que envidiar a las de otros destinos habituales del país.

Las manos de Chamseddine Marzoug se mueven despacio en la pantalla de su teléfono móvil. Muestra con detenimiento decenas de fotografías con el mismo patrón: cadáveres semidesnudos y llenos de algas, hinchados por el agua, que ha encontrado en esas mismas playas de aguas cristalinas.

«Estaban flotando en el mar. Nadie, ninguno de sus familiares podrá volver a recordarlos. Pensaba en todos aquellos a los que habrían despedido y que nunca más volverían a ver», afirma. Estas fueron algunas de las sensaciones que se le pasaron por la cabeza la primera vez que, enganchado a unas redes, reconoció un cuerpo inflado y desfigurado. Desde entonces, y con ayuda de otros pescadores, comenzó a recogerlos para darles un entierro digno.

A varios kilómetros, a las afueras del centro urbano de Zarzis, está lo que se conoce como “Cementerio de los Desaparecidos”. Tras dejar a un lado la carretera principal que sale del pueblo, y tras sortear un camino arenoso con restos de basura a los lados, un pequeño descampado junto a un huerto de olivos hace las veces de cementerio.

Varios túmulos de arena, con piedras en el lugar donde descansa la cabeza, son visibles al llegar. Son las últimas tumbas que Chamseddine y sus compañeros han ido añadiendo estos últimos días. Al lado de ellas, un agujero abierto, con una pala clavada junto a un montón de arena, espera vacío. «He conseguido que un par de veces al mes me dejen una excavadora por unas horas. Cuando la tengo, aprovecho y hago más agujeros de los que necesito. Al final, se van a acabar llenando», relata.

De los cadáveres recogidos tanto por él como por la red de voluntarios que le ayudan, hay algunos que se le quedan grabados especialmente, como cuando son mujeres embarazadas o niños pequeños, como los que recogió este mes de abril. Este pequeño pescador tunecino de 52 años, que hace horas extra como taxista, resalta que en algunas ocasiones ha enterrado niños y mujeres juntos, pensando que son madres con sus hijos.

Tan solo uno de los cuerpos tiene una identificación, un nombre: Rosa Maria, una mujer nigeriana que enterró hace unas semanas y que tenía encima su pasaporte. El resto, cerca de 400, está sin identificar.

Chamseddine es un hombre religioso. Una vez que da la última palada de arena, se cruza de manos y guarda un momento de silencio como forma de respeto; para él, hace las veces de oración. «Soy musulmán, pero a la hora de enterrarlos, intento ser neutral, porque las personas muertas pueden ser cristianas, musulmanas, judías...».

Explica cuál es el procedimiento habitual: si alguien encuentra un cadáver en la orilla, llama a la Policía o a guardacostas tunecinos y estos lo recogen. En la morgue del hospital certifican la causa de su muerte y entonces él, junto con la ayuda de un amigo, lo transporta en coche hasta el cementerio.

La municipalidad de Zarzis le cedió el descampado donde dan sepultura a los cuerpos. A pesar de que la gente del pueblo sabe que hay personas enterradas, los escombros que se han arrojado de las nuevas construcciones se han comido un trozo del cementerio original, dejando a la vista tan solo una parte. El problema de espacio comienza a ser evidente. «No quiero ponerlos juntos, ni enterrarlos en una fosa común. Eso les restaría dignidad», remarca.

Apoyo de la comunidad

La Organización Internacional de Migraciones (OIM) sostiene que el número de muertos en el Mediterráneo Central a lo largo del año asciende a cerca de 3.000 a principios de noviembre, según su propia página web. Es difícil saber si los cadáveres que el mar acerca a las costas de Zarzis entran o no dentro de ese registro que, como apunte, volverá inexplicablemente a cero en su contador el 1 de enero de 2018; como si al comenzar un nuevo año, las muertes de años anteriores dejaran de sumar.

Chamseddine sabe que sus vecinos y familiares le apoyan. Como también le apoyaron a principios de agosto. En ese momento la circunstancia era bien diferente: el C-Star, un barco de 40 metros de eslora fletado por el grupo de extrema derecha Generación Identitaria cuya misión consiste en acosar a las ONG de rescate que trabajan en el Mediterráneo Central, quiso entrar a repostar en el puerto de Zarzis.

«Los muertos son solo negros»

Sin embargo, tras una rápida respuesta por parte del grupo de pescadores locales junto con sindicalistas de la UGTT, activistas y trabajadores portuarios de la zona, se convocó una manifestación de repulsa. «Yo mismo pinté junto a varios compañeros una pancarta que decía ‘Racismo No’», relata sonriendo Chamseddine Marzoug.

La movilización fue un éxito. Debido a las protestas, las autoridades de Zarzis no dejaron que el barco entrara a puerto y los militantes fascistas, provenientes de varios países de Europa, se vieron obligados a ir en busca de refugio a otro lugar.

«A nadie le importa la gente que muere. Es racismo», denuncia el pescador sobre los cuerpos que llegan flotando a la costa. La mayoría de las fotografías que muestra en su teléfono móvil son de personas de origen subsahariano. «Si las personas ahogadas fueran mujeres blancas o rubias, la atención sería otra, todo el mundo querría hacer algo... Pero los muertos solo son negros».

Los acuerdos de la Unión Europea con las autoridades libias no han hecho si no desplazar el área de actuación de las mafias que trafican con personas. «Hay cientos de kilómetros de costa. Es imposible que se puedan controlar todos», destaca Marzoug. Como quien tapa una gotera, la Unión Europa ha optado por parchear el problema, como lo hizo antes con Turquía, a un nivel de cifras migratorias aceptables ante su opinión pública. Y si el paso desde Libia se acaba bloqueando, como la gotera, se desplazará a otro sitio y Túnez parece ser el siguiente lugar. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el número de tunecinos que llegaron a Italia de forma no regular fue de 2.700 personas de enero a setiembre de 2017, de las cuales 1.400 llegaron en el mismo mes de setiembre, lo que habla de una gran subida del movimiento migratorio con respecto a años anteriores.

Es inevitable pensar que los cadáveres de jóvenes subsaharianos que Marzoug encuentra en la orilla pasen a ser sustituidos por los de jóvenes tunecinos.

«Muchos de los chicos que viven aquí no tienen futuro y prefieren jugarse la vida en el mar con tal de llegar a Europa. Pero para conseguir dinero con el que pagar su lugar en el bote, pueden llegar a arruinar a las familias con las deudas del viaje. Venden las joyas de su madres y hermanas, piden dinero...», asiente con dolor. «Incluso los que tienen buenos diplomas saben que es casi imposible conseguir un trabajo. Hasta el año 2020 no habrá mas oposiciones, el precio de la comida no para de subir... Piensan en ese pequeño bote de goma como su última posibilidad, la de poder tener una vida. Y si alguien decide jugársela de esa manera, es que ya están muertos en vida. Es que no tiene otra posibilidad», sentencia mirando los túmulos del cementerio mientras guarda silencio. Parece pensar en qué ocurrirá. Y Chamseddine Marzoug sabe muy bien de lo que habla.