Mikel CHAMIZO
Entrevue
PATRICK ALFAYA
DIRECTOR DE LA QUINCENA MUSICAL

«Me niego a pagar a las estrellas más de lo que cobran en otros países»

La Quincena Musical finalizó el domingo con unos resultados muy positivos: un 90% de ocupación media y una satisfacción generalizada, tanto entre público como en la crítica, por la calidad de los espectáculos.

Este verano Patrick Alfaya ha cumplido cinco años al frente de la Quincena Musical y se perciben ya en la programación los rasgos de sus ideas artísticas y su forma de entender la gestión. Su objetivo para el festival: una personalidad propia, muy vinculado a la sociedad vasca y equilibrado entre sus ambiciones y la realidad económica.

Era una edición clave para la Quincena, la de su 75 aniversario. ¿Satisfecho con cómo ha salido todo?

Mi objetivo este año era llegar a cuanta más gente mejor. Lo hacemos cada verano, pero esta vez el esfuerzo por acercar el festival a la sociedad ha sido aún mayor. Eso se ha traducido en un aumento de los conciertos fuera de Donostia, llegando a Bizkaia, Araba y Nafarroa. Hemos apostado fuerte por el ciclo de órgano, gratuito y muy popular, con catorce conciertos por toda Gipuzkoa, y en muchos de ellos el público ha abarrotado las iglesias. El Ciclo de Jóvenes ha llenado en cuatro de los seis programas, el de Música Antigua ha funcionado muy bien e incluso el de Contemporánea, para cuyo primer concierto, en San Telmo, tuvimos que poner sillas extra. La respuesta del público ha sido buena y esto también tienen una contrapartida económica, pues hemos recaudado por taquilla un poco más que el año pasado.

Para abordar esta edición conmemorativa ha gozado de un ligero aumento presupuestario. ¿Se va a mantener en futuras ediciones?

Mucho me temo que no será así. Ese dinero ha llegado este año precisamente para abordar la multiplicación de conciertos fuera de Donostia, pero seguramente el año que viene revertirá. En la práctica hemos manejado el mismo presupuesto que el año pasado, porque aunque las instituciones hayan aumentado su ayuda en 20.000 euros cada una, uno de los patrocinadores privados ha bajado su patrocinio el equivalente a esa subida.

La pasada semana llegaron por fin algunos datos concretos sobre la nueva ley de mecenazgo. ¿Cree que servirá para invertir la tendencia a la baja del patrocinio privado?

Al margen de la ley lo que hay aquí es un problema cultural. Muy pocas empresas y particulares tienen conciencia de lo que implica el mecenazgo. Fíjate en esta moda de tirarse el cubo de agua por la cabeza: a diferencia de los EEUU, la recaudación en España es bajísima. La gente se echa encantada el cubo de agua pero no pone ni un duro. Volviendo a los Estados Unidos la Orquesta de Minessota acaba de recibir catorce millones de dólares de donaciones anónimas para sacarla de su crisis. ¿Te puedes imaginar algo así por aquí? A no ser que la nueva ley de mecenazgo esté excepcionalmente diseñada dudo de que realmente vaya a tener un impacto significativo. Y, sobre todo, que lo tenga en todo el Estado, porque parece que la estén planteando para reforzar sobre todo al Teatro Real e instituciones dependientes del Ministerio de Cultura, como la Orquesta Nacional en Madrid. A los demás nos quedarán las migajas.

¿Cree que la política cultural, con respecto a la música, está demasiado centralizada en Madrid?

Creo que debería basarse en un mayor conocimiento del territorio. Es un paso atrás que desde un despacho en Madrid un señor decida lo que se toca en Lugo sin contar con la gente de Lugo. En el Reino Unido, por ejemplo, la actividad de la orquesta de Liverpool depende del Arts Council de Manchester y Londres no tiene nada que decir. Pienso que aquí también debería deslocalizarse por completo. Además está también la inseguridad en los presupuestos. En el Reino Unido acaban de pactar los presupuestos de la cultura hasta el 2018, pero aquí no sabemos ni lo que tendremos dentro de seis meses.

¿Piensa que se da una competencia injusta con las instituciones dependientes del Ministerio?

Hay un tenor que canta Wagner y Verdi y que es muy querido por una parte del público [Alfaya se refiere a Jonas Kaufmann]. Nos lo piden varias personas en el tablón de deseos que hemos instalado en el Kursaal, pero un recital suyo asciende a más de 100.000 euros. Yo me niego tajantemente a pagar eso, no solo porque tendría que poner las entradas a un precio muy alto, sino porque sé que en otros países está pidiendo tres o cuatro veces menos que en España. Aquí, por atraer a la grandes estrellas que no tenían interés en venir, se ha pagado mucho más que en cualquier otro país europeo y ahora es imposible revertir esa costumbre. Y no digo que el Ministerio lo haga a menudo, pero creo que deberían ser los primeros en dar ejemplo al emplear el dinero público. No se puede traer a Cecilia Bartoli por cientos de miles de euros para luego poner las entradas a 8 euros. Eso es lujo, y que el lujo se pague con dinero privado. Tampoco puedo entender que en el Teatro Real, que está completamente subvencionado, haya entradas que cuestan 250 euros. Es más barato ir a la Ópera de París que a la de Madrid. Mientras haya de por medio dinero que sale sus impuestos, cualquier ciudadano tiene que tener asegurado el acceso y debería fijarse un límite también por arriba. Al principio sufriríamos la estampida de ciertos artistas de mucho renombre, pero al final no les quedaría otra que entrar en razón y cobrar aquí lo mismo que en cualquier otra parte.

De sus palabras se desprende que las grandes figuras no van a volver a ser una presencia habitual en la Quincena.

Esas figuras no están por dos cuestiones. La primera presupuestaria: el caché que pide Riccardo Muti, por ejemplo, actualmente es imposible para la Quincena. Pero luego está la cuestión ética, porque como gestor de dinero público mi responsabilidad es con toda la sociedad. No quiero pagar a ciertos artistas mucho más de lo que les están pagando al otro lado de la frontera. Igual esta forma de pensar supone que algún día tengo que dejar mi puesto, pero creo que hacer bien mi trabajo es conseguir a los mejores artistas posible dentro de lo económicamente razonable. En el Reino Unido y Alemania es muy común que se establezcan topes a lo que un festival o casa de música puede pagar a un artista. En España no hay ningún control sobre eso, y por eso debemos empezar a cambiar nosotros de actitud con compromiso individual. Un pianista como Sokolov, que para mí es de los mejores del mundo, cobra un buen caché. Pero otros pianistas te piden tres y cuatro veces lo que cobra él. ¿Es ético pagar a un pianista de moda el triple de lo que cobra el mejor pianista del mundo?

¿Esas ideas se traducen también en la política de precios de la Quincena?

La gama de precios tiene que ser amplia y competitiva. Tenemos entradas desde 11 euros para todos los conciertos y para cualquier edad, pero solo son un número limitado porque, mientras las instituciones no pongan muchísimo más dinero, necesitamos financiarnos a través de la taquilla. Pero si uno es rápido comprando puede conseguir entradas a muy buen precio. Nuestra entrada más cara está en la ópera y asciende a 94 euros, que reconozco que es una cifra importante, especialmente en esta sociedad que cada vez está más polarizada entre unos pocos con dineros y muchos que cada vez tienen menos. Pero con la ópera, que es un espectáculo carísimo, hemos logrado recaudar más de 200.000 euros. Nuestra idea es mantenernos en esa línea, sin subir los precios.

En un plano puramente artístico, ¿está contento con el nivel de este año?

Yo siempre digo que no programo para mí. Aunque siempre se cuela algo de subjetividad en las contrataciones, en todas las ediciones hay cosas que no me gustan y que elijo porque no tienen calidad y veo necesario diversificar las expresiones artísticas del festival. Este año, por ejemplo, hemos tenido una gama muy diversa de orquestas y directores, y la diferencia entre las Orquestas de Budapest y Rotterdam ha sido abismal, porque proceden de dos escuelas orquestales totalmente dispares. Pero es interesante que el público perciba esa diferencia, o la que tienen con la escuela inglesa de Gardiner o la rusa de Sokhiev. Esa variedad es necesaria para un festival.

Han abierto parte de la programación de 2016 al público, que podía proponer obras y artistas en un tablón de deseos. ¿Van a hacerles caso?

Nuestra idea es negociar duramente con las orquestas para que esas obras se incluyan en sus programas. Tendremos que hacer un filtrado, porque no pueden ser todas. Nos ha llamado la atención la recurrencia del ballet entre los deseos del público.