Ingo NIEBEL Colonia

Neonazis alemanes cambian de look y se visten «nipster»

El cambio del paisaje político afecta también al mundillo neonazi en Alemania. El NPD ha entrado en crisis desde que ha perdido su presencia parlamentaria en su bastión fuerte, Sajonia. Como cualquier otro partido tiene que reciclarse para atraer a los jóvenes a pesar de su pasado y presente violento.

Durante décadas las botas militares, las chaquetas de piloto y las cabezas rapadas, más las insignias del nazismo, han identificado al neonazi alemán. Los recientes disturbios en Colonia confirman este cliché, pero hace un par de meses la revista estadounidense «Rolling Stone Magazin» desveló la existencia de otra especie neonazi, el o la «nipster», un neologismo que fusiona las palabras «nazi» e «hipster». Varios medios alemanes han profundizado aquel reportaje. Las investigaciones confirman que en el movimiento neonazi existe un «look» más moderno que cohabita con el tradicional «uniforme» extraoficial. Lo único nuevo tal vez sea la ropa, pero no la idea de camuflar hasta cierto punto la ideología del fascismo alemán con algo moderno. Desde la fundación de la República Federal de Alemania en 1949 los seguidores de Hitler y las generaciones posteriores se han visto obligados de adaptar su outfit a lo que les impone una legislación que prohíbe mostrar el saludo nazi, la esvástica y las runas de las SS por ser símbolos de organizaciones anticonstitucionales. Como en todo movimiento, también en el neonazi había una corriente que ignoraba estas prohibiciones mientras que otra optaba por aceptarlas, buscando la trampa que cada ley ofrece. Cuando en 2009 el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD) entró, por primera vez, con el 9,2% de los votos en el Parlamento del estado libre de Sajonia, sus diputados no llevaron ningún seudouniforme, sino traje. Pero también el lobo que se viste de oveja sigue siendo lobo.

En los reportajes sobre los «nipster» se mencionaba, asimismo, que hay una vertiente fascista que se inclina por ser vegetariana (como su führer Adolf Hitler) e incluso vegana, otra moda que influye en el mercado alimentario.

Ahora en Alemania existe el temor de que las ideas nazis puedan propagarse de forma más inadvertida e indirecta. Que un sector neofascista va por este sendero no es nada nuevo, porque ya desde el auge de ATTAC hace una década ha habído neonazis que han intentado colarse en las manifestaciones contra el capital global y los bancos. Algo parecido vivieron los Verdes mucho antes, cuando en sus filas aparecieron ultraderechistas que combinaron el ecologismo y pacifismo del partido con su amor a la naturaleza alemana y su rechazo a las tropas de ocupación de EEUU.

El problema que se presenta hoy en día para el centro político es que el antifascismo está por los suelos. En agosto, se autodisolvió uno de los grupos históricos de Berlín, procedente del ámbito de los «autónomos» de los años 90. La prensa burguesa llegó a lamentar su desaparición, que a su vez era expresión de la crisis política general de la izquierda, un tanto desorientada. En los centros autónomos se discute más si para ser de izquierdas es imprescindible ser vegano en lugar de si hay que sumarse, o no, a las autodefensas del Donbass ucraniano, siguiendo el ejemplo de varios antifascistas del Estado español. En cambio, el neonazismo alemán y ucraniano no tienen problemas a la hora de cerrar filas. Los germanos tienen ahora incluso un campo de batalla donde entrenarse. Actualmente se habla mucho de los alemanes que luchan con el Estado Islámico en Siria e Irak, pero nadie pregunta cuántos nazis alemanes se han ido para Kiev.

El Gobierno de Angela Merkel no tiene interés en que se hable de esa cuestión porque dejaría, una vez más, en evidencia su política con Ucrania y contra Rusia. Le favorece que en la izquierda alemana haya desaparecido por completo lo que hasta hace un lustro se denominaba el «consenso antifascista». Este decía que para ser de izquierdas había que ser antifascista y, en consecuencia, no se podía entablar ningún contacto con personas u organizaciones que se situaran a la derecha de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y su hermana bávara, la CSU. Quién así lo hacía quedaba excluido. Este consenso tenía su explicación en la existencia de un proyecto político, llamado «frente transversal», que surgió en torno al ala «siniestra» del Partido Nacional Socialista del Obrero Alemán de Hitler. Aquella corriente pensaba que incidiendo en el adjetivo «socialista» y arremetiendo contra el capital (judío) podría atraer también a obreros de la izquierda. Una vez en el poder, Hitler acabó pronto con este sector, eliminando a sus líderes y poniendo su partido completamente al servicio del gran capital.

El «frente transversal»

Desde hace poco, el «frente transversal» vive su renacimiento. El exizquierdista Jürgen Elsässer es uno de sus profetas. «Ya no hay ni izquierda ni derecha, sino sólo arriba y abajo» es uno de sus consignas preferidas, con las que arremete contra el euro, el rescate de los bancos, EEUU e Israel, defendiendo a la vez a Rusia, Venezuela e Irán. Cuando lanzó su revista «Compact» invitó al director del «Junge Freiheit», un seminario que hace de bisagra entre conservadores y ultraderechistas. Elsässer logró que personas cercanas al partido Linke apareciesen en su publicación sin que la formación reaccionara o los aludidos se distanciaran. Muerto así el «consenso antifascista», se han tejido complejas y contradictorias relaciones entre determinados izquierdistas, derechistas y representantes de la euroescéptica Alternativa para Alemania (AfD).

Si ese «frente transversal» durará, depende en parte de si el auge de la AfD como una opción a la derecha de la CDU. Los euroescépticos se encuentran aún en una fase de consolidación, en la que prefieren no hablar de su cercanía hacia personas y posiciones ultraderechistas. Su discurso contra la dominación de la UE y su política monetaria atrae a votantes de la izquierda y de la derecha que dan la espalda al NPD.

Sobre los neonazis pende un proceso de ilegalización ante el Tribunal Constitucional. Además les afecta el juicio por los crímenes que cometió el grupo de la Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU) que operó tanto en su ámbito como también en el umbral del servicio secreto interior. Aparte de eso, el NPD sajón tuvo que reconocer que su debacle electoral, que le dejó sin escaños (y sin dinero), se debía también a que no prestó suficiente atención a su «política social». Con esta base, y siguiendo el ejemplo de la Casa Pound en Italia, intentan establecerse grupos neonazis, también en el Estado español. En algunos municipios del este alemán, el NPD ha logrado echar raíces ofreciendo aquellos «servicios sociales» que el Estado alemán ha recortado. No obstante, el propio partido sigue siendo su peor enemigo por su sinfín de intrigas y su situación siempre muy cercana a la bancarrota financiera y moral y por su afán por la violencia.

Por eso, el «nipsterismo» es un intento de popularizar el neonazismo, cambiando la estética de su acción radical.