Larraitz Ugarte Zubizarreta
Abogada

Abrazar la incorrección política

Cada cambio en la vida siempre supone un duelo. Una sensación de que algo se te va y algo nuevo está por venir. Algo que no siempre se percibe como bueno y que aúna todos los temores que despierta esa nueva situación, que aun no siendo la vieja nada halagüeña daba seguridad.

El famoso más vale conocido que bueno por conocer. Esto siempre requiere un tiempo, una reflexión, un mirar hacia adelante, una toma de decisiones, una determinación y finalmente una acción. Mientras dura este proceso, en esa fase transitoria, no falta una buena dosis de actitud derrotista, de creer que no se puede ganar, de tirar la toalla con la vaga esperanza de que algún día vendrán tiempos mejores, nuevas generaciones que den con la fórmula mágica y consigan lo que una pretendía. Algo o mucho de esto nos ha pasado y creo que nos sigue pasando, pero sinceramente creo que estamos superando esta fase transitoria y creo que estamos volviendo a ser lo mejor de nosotras mismas.

En efecto, este verano me siento positiva. Y quienes me conocen saben perfectamente que lo mío no es ni la autocomplacencia ni la alegría ortodoxa. Simplemente veo motivos para estarlo, a pesar de que la muerte de Kepa del Hoyo ha sido un terrible mazazo que duele muy dentro, que duele por lo injusto de que una persona que lleva tantos años en la cárcel no pueda disfrutar de su libertad con los suyos, con Maite y Peru que se han pasado todo este tiempo esperándole y acompañándole, y porque es responsabilidad directa de algunos que siguen empecinados en hacer la ficción de que el partido que ya ha finalizado está en los penaltis, disfrutando de su crueldad y su muerte. Admirable la respuesta dada por este pueblo y admirable la actitud de Maite y Peru, con su discurso íntimo, auténtico, generoso y tan políticamente incorrecto, en una época en la que el valor no es la autenticidad sino navegar en la estulticia, en el no decir nada quedándose en ser políticamente correcto.

Siguiendo con lo políticamente correcto, he leído las conclusiones del EPPK y me he alegrado mucho, porque, además de ser irrefutables y desmontar las tesis de aquellos que se equivocan de enemigo por la contundencia de los resultados, dice cosas que no son para nada políticamente correctas. Nada de arrepentimiento ni delación, líneas rojas para una evolución individualizada pero colectiva, por ende jurídica y política para la vuelta a casa de todos y todas. Y con ello un acompañamiento de expresos y expresas referenciales que bien se podían haber quedado a charlar en un bar de tiempos pasados y, sin embargo, han decidido acompañar y dar cobijo a los que han sido sus compañeros y compañeras, con una responsabilidad política y calidad humana que me hace sentirme orgullosa del movimiento al que pertenezco. Y eso ha tenido como resultado una marcha pro amnistía más que exitosa y un Hatortxurock que me ha recordado que tenemos la mejor juventud del mundo, ahí es nada. Un Hatortxurock que se parece mucho a aquel Gazte Topagunea de Etxarri de mi recién estrenada militancia y en el que había muchísima ilusión, pero que ha mejorado mucho en lo que a organización y profesionalidad se refiere. ¡Se ve que con los años estamos mejorando en muchos aspectos y que en este país hay un gran potencial!

Decía Mikel Antza en una entrevista en Argia hará un par de años que en este país algunos no podíamos decir lo que pensamos. Y es verdad. Pero es que es más, hay quien pretende que digamos lo que ellos quieren y dictan. Como ejemplo, esta misma semana he leído a la Srta. Ezenarro que por cierto no hace ni un mínimo esfuerzo por mostrarse equidistante con las distintas vulneraciones de derechos humanos, empecinada en que la izquierda abertzale debe mostrar arrepentimiento y decir que lo que hizo estuvo mal. De paso seguir en el bucle del «no avance», en la excusa perfecta para que ellos no se muevan… ¿Por qué no dicen ya que jamás habrá una frase que les contente como jueces de la ética y moral en los que se han autoerigido? Porque lo que había que decir ya se ha dicho. Una, dos, hasta cincuenta veces, por una, uno, por varios. Dirigentes, alcaldes, ex presas, ETA… todo ha quedado dicho. Sufi. No, no es suficiente, voy a añadir algo: yo no podré decir lo que pienso pero puedo decir que jamás diré a mis hijas lo que ella considera que les debo decir de su padre. Porque como para Peru, para mis hijas su padre es el mejor padre del mundo. Y ella, ellos, saben que eso es así y será así aunque haya un decreto del Gobierno Vasco exigiéndonos lo contrario.

Exactamente como nosotras, que sabemos perfectamente que los 113 niños de la mochila que viajan miles de kilómetros cada mes para ver a su padre o madre, o a ambos, no les importan lo suficiente, que como mucho les incomoda ver sus caras en una foto de periódico porque les recuerda que esto tendría que formar parte del pasado y no hacen nada al respecto, salvo ser políticamente correctos, claro está.

Nosotras no debemos ser así, debemos decir y hacer lo que pensamos. Ser auténticas, hacer, no solo hablar, transmitir y emocionar y eso requiere de mucha incorrección política y cambiar las reglas del juego que nos han impuesto los pro-politeness, porque esas reglas solo les benefician a los que no quieren cambiar nada (ejemplo veraniego claro y fresco, el del turismo).

Pero lo políticamente incorrecto debe abarcar no solo las consecuencias del conflicto, sino las causas del mismo. Cuando veo el procés catalán veo dos cuestiones que me dan muchísima envidia: Una fundamental es que se lo creen. Vamos, que están convencidos de que van a ganar. Quizá es eso lo que no acabo de ver del todo aquí, creo que está en proceso de maduración y considero que en Euskal Herria todavía no hemos alcanzado ese espíritu. Y sin creérselo no hay victoria posible.

La segunda es que los catalanes se han convertido a una nueva religión: a la de lo políticamente incorrecto. La clase política catalana ha decidido dejar la moderación y la corrección de lado y entregarse a la causa que probablemente les llevó a la política despistándose lo mínimo de los objetivos finales y sin entretenerse a agradar a nadie. Saben de sobra que no se puede contentar o conformar al Estado y a aquellos que no desean la independencia. Eso es algo que me fascina, el «me da igual lo que hagas lo que digas, yo me voy». Luego lo fundamentan, lo razonan, actúan, pero en la base está ese darles igual lo que suceda, ese no evitar la confrontación, esa para algunos inconsciencia (bienvenida sea si es así) y para mí osadía.

Cada pueblo debe tener su trayectoria, su lucha, sus plazos y sus modos pero adoptar como propio lo que es positivo en otros, imitarlo y hasta copiarlo puede ser bueno. Y estoy convencida de que estas dos cuestiones que acabo de plantear deben ser copiadas en todos sus términos. Fuera el duelo, estamos adquiriendo tono, se ve, se palpa, se siente. Es cuestión de creérselo y de trabajar. A ganar. Pero teniendo claros los riesgos. Porque para ganar hay que aparcar lo políticamente correcto, la condescendencia, el complejo de inferioridad, de recién llegado (que está muy unido al duelo y a esta nueva transformación en la que estamos sumergidas). No hay victoria posible en lo políticamente correcto porque el Estado y las instituciones asimilan nuestra lucha y nuestras reivindicaciones. Es un riesgo que está ahí, palpable y en el que es fácil sucumbir. Desvestirnos los trajes ajenos que se muestran tentadoramente reconfortantes y reconciliarnos con los nuestros nos hará dar nuestra mejor versión. La manifestación de ayer en Donostia de respaldo al pueblo catalán es una buena muestra de ello.

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