Aitor Pescador Medrano
Historiador

El Convenio ¿conviene?

Durante estos días se han presentado diferentes escritos más o menos técnicos desde los que se ha tratado de explicar y justificar la existencia del Convenio entre Navarra y el Estado. Tal vez los más explícitos hayan sido los de Santiago Cervera y Eduardo Santos, porque en ambos se ha venido a desgranar en cierta medida la terrible realidad de lo que es ese supuesto pacto entre iguales.

Lo más destacable de todo lo dicho por ambos es la afirmación de que el Convenio no es un tratado definido y detallado, en el que todos los puntos (tanto económicos como políticos y de otra índole) estén claramente delimitados. En la renovación del Convenio navarro influyen de forma directa las posiciones políticas de cada uno de los negociadores, las posibles interpretaciones que del mismo se haga y las propias circunstancias del momento. En términos vulgares, el Convenio no se acuerda solamente con una calculadora o un ábaco, sino que intervienen en él la voluntad y tendencias políticas de los que se sientan en la mesa. Queda claro pues, que para un gobierno del PP no es lo mismo negociar el Convenio con una UPN servil y cómplice, que con un cuatripartito compuesto por partidos de izquierdas y/o abertzales, caso que, por cierto, no se había dado nunca en la historia.

Es cierto que todos los que defienden el Convenio hablan de pacto, de acuerdo, de negociación. Otros, con la boca pequeña al menos en Navarra, no reconocen dicha voluntad pactista, sino que hablan más bien de leyes, normas emitidas por el Estado con una cierta voluntad generosa de mantener el statu quo actual, porque lo cierto es que desde Madrid «nunca» se ha tenido a la Paccionada de 1841 como un acuerdo, sino como una ley emitida por el propio Estado y sometida por lo tanto a la voluntad de las Cortes españolas. Y no podemos ni debemos olvidar que el Amejoramiento del Fuero de 1982, es una versión 2.0 de la ley de 1841 gracias a Jaime Ignacio del Burgo.

El problema en Navarra es que no hablamos de lo importante, no se habla del statu quo… ante bellum. Sí, porque buena parte de la estructura política de Navarra es heredera o ha nacido tras derrotas en los campos de batalla: La pérdida de las tierras occidentales en 1200, la conquista de 1512, el perdón general de 1524 o la derrota carlista de 1839 supusieron siempre la imposición de un modelo político, supuestamente acordado entre el agresor y el agredido, en un claro quid pro quo que beneficiaba al infractor, al desaparecer su acto de violencia, y permitía al invadido generar un mito alrededor de su verdadera situación política, que no era otra que la de clara indefensión. Esta situación de debilidad, negada a través de la mitología foral, queda claramente confirmada con las acciones unilaterales llevadas a cabo por parte del Estado invasor cuando este se ha sentido fuerte o lo ha necesitado, tal y como lo demuestran la ley de Confirmación de Fueros de 1839, la irónicamente denominada Ley Paccionada de 1841, el acuerdo Tejada-Valdosera de 1877 (cuando en Navarra todavía se pensaba, inocentemente, que la cantidad a pagar al Estado era inamovible y perpetua), la renovación del Convenio en 1927 o el reciente acuerdo sobre el IVA de Volkswagen.

El problema que tenemos en Navarra es que las y los políticos tienden a utilizar la Historia sin conocerla con detalle, y eso provoca monstruos, como en el caso de Goya y el sueño de la razón. Verdaderos engendros históricos adaptados a la voluntad política del momento, que pueden volverse hacia quienes los lanzan sin pensar en las consecuencias. El mito del pacto, en realidad, se mantiene gracias a la voluntad de quien tiene la razón de la fuerza y no al contrario. Navarra ha visto cómo se han ido limando sus estructuras políticas y administrativas desde 1512 y 1841 sin solución de continuidad, a golpe de decreto o de nuevas leyes emanadas desde el Estado en cuanto este ha tenido la más mínima oportunidad.

En ocasiones las y los políticos más apasionados hablan de la Gamazada como ejemplo y verdadera expresión de la voluntad popular navarra en defensa de sus fueros. Se les hincha el pecho al hablar de la manifestación con casi 20.000 personas, de las más de 120.000 firmas y del monumento nacido por suscripción popular, que hoy podemos ver en el Paseo Sarasate (por favor, nada de inaugurarlo). Pero se olvidan de lo fundamental: la Ley Gamazo fue aprobada en Madrid por 99 votos contra 8. Afirmar con la rotundidad con la que se hace que la Ley Gamazo quedó paralizada solamente gracias a la voluntad popular navarra, es mucho afirmar. Lo cierto es que la debilidad interna del gobierno central y el gran problema nacional del momento, la sublevación cubana que se estaba preparando, fueron los verdaderos frenos que paralizaron la iniciativa.

En definitiva, si eso es lo que queremos defender, los restos de lo que fuimos, debemos decirlo alto y claro. Si lo que deseamos es un sistema opaco, confuso y casi mitológico en el que tratemos simplemente de salvar nuestras cuentas y nuestra administración, mientras el Estado, como verdadero generador de leyes y rector de nuestros destinos, se dedica a recurrir nuestra legislación propia y a dilatar los tiempos para mantener a Navarra en una especie de coma económico inducido hasta la llegada de un gobierno navarro más proclive a la genuflexión, debemos decirlo alto y claro. Lo que no sirve es el ya famoso «soy independentista, pero ahora no es el momento». No puedo sino esbozar una malévola sonrisa imaginándome a José de San Martín, Simón Bolívar o a José Martí gritando: «¡Viva la patria carajo!... pero ahora no toca».

Al gobierno actual le corresponde la dificilísima responsabilidad de salvar los muebles frente al Estado, pero simplemente para conseguir, a duras penas, el mantenimiento del statu quo, no para recuperar el statu quo ante bellum. Tal vez lo que deberíamos plantearnos es un nuevo modelo de relación con este Estado que, no lo olvidemos, siempre que ha podido ha cercenado las libertades y derechos de Navarra. Lamentablemente celebramos la Gamazada como celebramos Noáin o Amaiur. Convertimos las derrotas en románticas defensas a ultranza de nuestra identidad, pero son capitulaciones. La gran diferencia, la que debería interesarnos, es que, mientras en Navarra se manifestaban con pancartas y gritando «Viva los fueros», en otro territorio por aquel entonces perteneciente a la soberanía nacional española, Cuba, se gritaba «Viva la libertad». Nuestro gran problema radica en que todavía no sabemos qué queremos ser, mientras desde España se nos dice lo que debemos ser.

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