Daniel Montañez Pico
Profesor en la UNAM, México

Terremoto en México: desnudez, autonomía y contagio

El desastre social que vivimos no son sólo las muertes inmediatas del terremoto, sino toda una serie de procesos sociales, negativos y positivos, que se desatan ante la destrucción material.

Pasadas unas semanas de los impactos del sismo del 19 de septiembre en México, metidos ya de lleno en la fase de la reconstrucción, es posible, a la vista del desarrollo de los acontecimientos, comenzar a desarrollar una serie de hipótesis sociales de mayor profundidad. Nos posicionamos en una visión crítica sobre el concepto de «desastre natural», pensándolo más bien como «desastre social». La naturaleza tiene sus procesos y ritmos, que no son ni buenos ni malos, ante los cuales las poblaciones humanas han ido adaptándose. En México habitamos una zona de alta frecuencia sísmica, algo que bien sabían sus antiguos pobladores, como demuestran la planeación de sus edificaciones, muchas de las cuales siguen en pie después de varios siglos. Huracanes, sismos, maremotos y demás fenómenos generan daños mayores o menores según las zonas afectadas, lo cual pone en tela de juicio diversos planteamientos y planeaciones sociales ante las mismas fuerzas naturales. ¿Por qué algunas zonas de nuestro país son especialmente débiles ante los sismos? La Ciudad de México, por ejemplo, fue construida encima de un lago y, no es de extrañar, las zonas más débiles de la ciudad suelen ser aquellas que están levantadas literalmente encima de donde había agua. Desde el terremoto de 1985 varias directrices sobre las construcciones en la ciudad han generado una disminución de los daños, pero no es suficiente. Además, el desastre social que vivimos no son sólo las muertes inmediatas del terremoto, sino toda una serie de procesos sociales, negativos y positivos, que se desatan ante la destrucción material, podemos mencionar al menos 3 de ellos:

1. Desnudez. Ante el terremoto el Estado, el Gobierno y el Capital quedan completamente desnudos. Sus intereses y filiaciones de clase se muestran en toda su crudeza. Lejos de estar ausentes, como podría pensarse en un primer momento ante la masiva solidaridad ciudadana autogestionada, han estado muy presentes. El reto es desentrañar los cómos y porqués de su presencia. Por lo general, en las zonas de clase alta, como las colonias Roma o Condesa, la presencia ha consistido en acelerar los rescates y presionar para introducir maquinara pesada y retirar los escombros cuanto antes. El Capital está muy contento de poder tener renovados espacios de acumulación y especulación. En estos casos se muestra descarnadamente la profunda vinculación del desastre y el capitalismo, alimentado vorazmente por la destrucción, que podríamos decir que funciona en este sentido, siguiendo a Marx, como una forma de despojo y un factor contrarrestante de la ley de tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Por otro lado, la presencia en las colonias de clase baja, como las afectadas en la delegación de Iztapalapa, se ha caracterizado por una fuerte presencia militar armada y la intervención y disolución de los procesos de solidaridad ciudadana. El Estado y el Gobierno quieren en estas zonas recordar a la población su fuerza y tratar de aniquilar los lazos sociales, ya que recuerdan que fue ante la solidaridad del anterior sismo de 1985 que se generaron multitud de organizaciones y redes sociales autogestivas que se han mantenido hasta nuestros días y que les molestan profundamente.

2. Autonomía. La solidaridad ciudadana no ha sido espontanea. Lo que ha sucedido es que se han activado las redes de solidaridad que ya existían. El proceso ha sido liderado por diversas organizaciones y redes sociales de diversa índole que practican la autogestión desde hace años. Cooperativas, organizaciones de migrantes, barriales, políticas y un largo etc. generan en estos casos una intensificación de las relaciones que ya vienen ensayando de diversas formas. Ricardo Flores Magón, pensador revolucionario mexicano cercano a diversos movimientos indígenas del país (y, quizás, más comunalista que anarquista, como se le ha solido tildar) decía que en México se venía practicando aquello que llamaban comunismo desde hacía siglos. Esto no significa que haya en el pueblo mexicano una «esencia» que les hace ser más solidarios y comunitarios. Es en las prácticas donde está la clave, las cuales se intensifican en estos momentos de tensión.

3. Contagio. Pero no sólo las organizaciones previas se han activado. Estos son momentos también de una intensa sensibilización generalizada. Multitud de personas que no participan cotidianamente de prácticas autogestivas se han sumado instantáneamente, casi de forma intuitiva, a estas formas de participación y organización social, haciéndose conscientes de la potencia de la fuerza de lo común. Podríamos establecer paralelismos con otros procesos. Por ejemplo, en la llamada espontánea organización de las acampadas de indignados del 15M sucedió algo similar, miles de ciudadanos que en principio no participaban en movimientos y organizaciones sociales o políticas se echaron a la calle y se contagiaron de sus prácticas y formas asamblearias.

No sabemos cuánto dure esta energía comunitaria generalizada, ni si la podremos expandir de forma efectiva hacia procesos de la cotidianeidad u otras necesarias luchas estructurales que el pueblo mexicano tanto precisa, pero, en cualquier caso, se ha generado un quiebre y mucha gente ya no volverá a sentir ni a identificar de la misma forma sus problemas del día a día. Decía un tuit de estos días: «a partir de hoy, cada vez que te subas al autobús, en el metro, en la calle, procura ser amable y sonreírle a todos, seguramente quien va al lado de ti no dudaría en salir con un pico y una pala para rescatarte de abajo de los escombros».

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