Josu Iraeta
Escritor

Urralburu, Sanz, Barcina... un modelo de gestión

Las informaciones sobre corruptelas han acompañado a los distintos titulares del Gobierno foral navarro, aun siendo de diferentes partidos. «Este desgraciado modelo de gestión política ha creado un mundo elitista, ladrón irredento, con la moral embotada, ciego a las necesidades que le rodean, pero dispuesto a proteger sus privilegios».

No puede decirse que sea novedoso el afirmar que el ejercicio del poder convive asiduamente con la visita, en ocasiones deseada y otras inesperada, de peligrosas tentaciones. Se dan casos en que los compromisos se adquieren antes de alcanzar el poder, y en otros, son las propias situaciones las que se presentan ante la toma de decisiones.

En estas situaciones nunca faltan individuos –de diversa procedencia– interesados en rentabilizar con fuertes beneficios económicos sus apoyos e interesadas ayudas. La historia reciente de Navarra es el mejor testigo para ratificar lo que de cierto tienen estas afirmaciones.

Sería cínico negar que –como siempre– también en la actual clase política el engaño y la mentira ha sido y son anexos a la cultura del poder. Para comprobarlo no es necesario alzar mucho la vista ni viajar lejos, basta con mirar en casa.

Tenemos hoy –todavía– los navarros una presidenta inmersa en la estrategia de mentir y desmentir. Y aunque es cierto que disposición tiene toda, también lo es que carece del aprendizaje y conocimientos necesarios que le permitirían salir airosa de las numerosas situaciones que provoca.

De todas formas, y en honor a la verdad, quizá sería oportuno recordar aquello que decía Maquiavelo respecto a personajes como la admirada Sra. Barcina. Decía Maquiavelo: «Los hombres-mujeres son tan simples y se atan a la necesidad hasta tal punto, que el que engaña siempre encuentra gente que se deja engañar».

Quisiera que estos párrafos iniciales fueran capaces de situar, a quien me honre con su lectura, ante el «obrador» en el que Felipe González, José María Aznar, Mariano Rajoy, Gabriel Urralburu, Javier Otano, Miguel Sanz o Yolanda Barcina, con su modelo de gestión, han saqueado no solo la economía, sino también el prestigio de Navarra.

Este desgraciado modelo de gestión política ha creado una «casta», un mundo elitista, envidioso, ladrón irredento, cansado de sí mismo, con la sensibilidad moral embotada, ciego a los retos y necesidades que le rodean, pero –eso sí– dispuesto a proteger sus privilegios.

Quizá uno de los logros más destacables de este modelo de gestión que los últimos gobiernos han desarrollado e impuesto es, sin duda, el haber ampliado de forma cruel e interesada la enorme separación económica entre las familias de la sociedad Navarra. La consecuencia es dura y clara, en Navarra la pobreza no ha muerto.

Nadie puede negar que durante las últimas tres décadas estamos siendo testigos de una progresiva pérdida de principios en la gestión de las instituciones navarras.

En este peregrinar indecente por los últimos gobiernos se han olvidado incluso de las apariencias propias de la más elemental decencia.

Aunque es innegable que la política en la Navarra de las últimas décadas nunca estuvo sobrada de moral y decencia, la aceptación tácita del binomio «corrupción–gestión pública» que se ha dado en la última legislatura por parte de la opinión pública es algo a estudiar.

La corrupción no conoce fronteras, hace amigos y abre puertas, además los oscuros estrategas del fraude y la avaricia han ido moviendo sus «peones» durante más de tres décadas, y eso suelda fidelidades de acero. Esto significa que la contaminación está presente en el tejido social, no solo el político.

De todas formas, la democracia –aun siendo débil y primeriza como esta– debería ser capaz de enfrentarse a sus críticos sin renunciar a los principios de libertad de opinión, es decir, la irracionalidad debería ser evitable. Teniendo presente, claro está, que esto no es tan fácil cuando «la araña domina solitaria su tela».

Se aceptan las doctrinas de la conveniencia, doctrinas que convergen en una insensibilidad que permite la proliferación de magnos delincuentes en la gestión de las instituciones públicas. Esta aleación de conveniencia-insensibilidad ha dado sus frutos, qué duda cabe. Han dado culto al «realismo», aceptando que el camino deshonesto es siempre el más beneficioso. De manera que se infravalora no solo el daño realizado, sino igualmente el dinero robado y el magno desprestigio al que someten al conjunto de Navarra y sus instituciones.

Porque, seamos honestos, es imposible articular un modelo de gestión política de esta guisa sin prever el súbito enriquecimiento no solo de quienes han tomado posesión de los despachos de Carlos III a lo largo del tiempo, sino también el de sus necesarios colaboradores.

Estimados lectores, todos ustedes saben que de la nada a la opulencia no se transita por vías de las que luego uno pueda exhibirse ufano. Porque no son solo los individuales sinvergüenzas con nombre y apellido ilustre, son muchos, muchos más. Y es que a su lado todo se pudre.

Afortunadamente, pronto los navarros seremos testigos de la despedida «oficial» de la Sra. Barcina, y tendremos la oportunidad de escucharle –una vez más– su análisis político más profundo: «que vienen los vascos».

De todas formas, el hecho de que la Sra. Barcina haya sido «descabalgada» no supone que quien le ha «birlado» el sillón no comparta su enfermiza fobia, ya que ambos afirman que el inductor de toda iniciativa o pensamiento que no comparte su «visión» de Navarra es susceptible de ser acusado de suscitar y promover el desorden y la anarquía que antecede a la pérdida de libertades. Es decir: vascos colonizadores.

Qué lejos de Navarra está la fuente de la que beben. Ellos saben como yo –y ustedes también– que quienes han colonizado el Gobierno de Navarra durante más de tres décadas no eran vascos, sino españoles procedentes de Ferraz y Génova –cuarteles generales de PSOE Y PP–. De ahí han venido las directrices que sumisamente nos han impuesto durante tres décadas UPN y PSN.

Es el momento de conservar la calma y, sobre todo, luchar con uñas y dientes por los buenos y viejos valores –hoy tan precarios– que deben iluminar el porvenir de las mujeres y hombres de Navarra: la libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad.

La expresión ante las urnas debe ser clara y contundente; para ello, inteligencia y suerte.

Recherche