Dana Gardeazabal Díez

David y María

Llovía en Bilbao y llovía en el mundo. Una mujer de 36 años sale de su casa de camino a un hospital. En el umbral de la puerta, sosteniendo una maleta con una mano y con la otra extendida sobre la cabeza de su hijo de 3 años con movimientos acariciadores, pronuncia las palabras: «Cuidad de David hasta que yo vuelva».

¿Cómo pueden palabras de semejante peso quedarse suspendidas en el aire despues de 32 años? Flotan en el tiempo y en mi cabeza porque aquella mujer nunca volvió.

David fue diagnosticado con esclerosis tuberosa a una edad muy temprana. David es también autista. Comenzamos un viaje que en el que muchos participaron del entusiasmo de criar y cuidar a David. El camino no fue fácil. La garantía de una calidad de vida óptima en estos casos depende directamente de la voluntad de los responsables del Gobierno y de la financiación de las ayudas y programas necesarios para su desarrollo. Las instituciones ofrecieron como respuesta la dispersión de David. Debido a la falta de recursos económicos y a la carencia total de un hogar apropiado, David tuvo que vivir durante varios años en un centro psiquiátrico en Martiherrero, un pueblo de la provincia de Ávila y después en un centro en Torrelavega, Santander. Ambas instituciones y «sustituciones» carecían completamente del entorno, del trato, de la atención y de los programas propicios para garantizar el desarrollo y bienestar de David. La dispersión y el alejamiento de su entorno familiar fue la solución que se le dio a David y a su familia.

La misión de una sociedad ha de ser la de dar respuestas integrales, individualizadas y de calidad a las crisis sufridas por los más débiles. La pesadilla terminó cuando en el año 2000 David consiguió una plaza en la Residencia Goikoa, en Erandio, Bizkaia. Su nuevo hogar y su nueva familia dieron por fin una respuesta a la situación límite en la que vivían David y su padre.

Llovía en Bilbao y llovía en el mundo. María está de pie rodeada por sus compañeros de trabajo desolada por la pérdida del padre de David. María es una de las responsables directas del desarrollo personal y del bienestar de David. Me acerco a ella y me tiende la mano. María llora tanto que es imposible que llore tan solo por ella. Llora por todos y por nadie. Las lágrimas de María borran todo nombre y apellido, porque aquí de pie a unos metros del cuerpo del padre de David los nombres sobran. David se llama toda persona discapacitada y María es el nombre de toda persona que trabaja y ha trabajado con ellos y sus familias. Que alguien haya muerto significa que no está vivo, pero no significa que no exista. Todos merecen y tienen el legítimo derecho de vivir y existir con dignidad.

Hacía sol en Bilbao y hacía sol en el mundo. El pasado 30 de abril se celebró un acto conmemorativo para celebrar el 35 aniversario de la fundación de APNABI (Asociación de Padres de Niños Autistas de Bizkaia) en el Palacio Euskalduna de Bilbao. Me gustaría hacer una petición públicamente para que las instituciones, las organizaciones, las entidades y los responsables del gobierno no se olviden de David ni tampoco de María, pero que sobre todo no se olviden de las palabras que pronunció mi madre.
 
Zorionak APNABI!

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